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La bitácora personal de Ricardo Martín
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12 de mayo de 2014

Cinco fotos antiguas poco vistas de Zamora

Las fotografías antiguas son ventanas a otros tiempos. Nos permiten viajar al pasado, analizar a los personajes que aparecen en ellos, con la mirada perdida, observándonos quizás desde un tiempo muy lejano. También los paisajes, los detalles más nimios de lo cotidiano del día a día de una ciudad. Dos hallazgos recientes de fotografías antiguas de Zamora que no había visto antes me han llevado a escribir esta entrada.

La primera de ellas proviene de un archivo de fotografías digitales de la localidad francesa de Burdeos. Es una toma donde se ve parte de la catedral junto a tres paisanos que posan para el cajón de madera del fotógrafo en lo que hoy es la plaza de Antonio del Águila. No ofrece datos sobre cuándo fue tomada la imagen, pero la referencia de la torre del reloj de la catedral nos puede dar una pista y situarla antes de los años veinte del siglo XX. He aquí la imagen:

El resto de fotografías que os voy a mostrar proviene de la Fototeca de Patrimonio Histórico, un organismo oficial dependiente del Ministerio del Cultura. Allí, dentro de la colección del fotógrafo portugués António Passaporte, encontramos también una buena cantidad de imágenes que, aunque supongo que no son inéditas, son muy poco vistas. Todas ellas fueron realizadas a finales de los años veinte y comienzos de los treinta del siglo XX y sorprende la buena calidad de imagen. Vamos con las más interesantes.

La primera de ellas es una vista de la calle San Torcuato realizada aproximadamente a la altura del número 32 y mirando hacia la Plaza Mayor. Al fondo puede verse el desaparecido Hospital de Sotelo, en la esquina con la calle del Riego:

La siguiente imagen es una vista sorprendente de la iglesia de Santiago del Burgo, situada en la actual plaza de la Constitución, en plena calle de Santa Clara. El templo, si no fuera por la torre del campanario, sería irreconocible. Pueden verse claramente los añadidos que transformaron su fachada y también la maraña de cables del suministro eléctrico que cruzan alegremente por delante. Varios hombres pasean despreocupados por delante del objetivo de la cámara con sombreros canotier. Uno de ellos lleva lo que parece un periódico en una de sus manos. Delante, una mujer vestida de negro de la cabeza a los pies y otras dos más jóvenes, aunque también vestidas de oscuro:

La última vista de Passaporte que traigo es de la Plaza Mayor, con el Ayuntamiento Viejo en primer plano. Por supuesto antes de su restauración. Lo primero que llama la atención es la convivencia evidente entre el pasado y el futuro. Un automóvil se encuentra estacionado frente al edificio del antiguo consistorio. Su matrícula es ZA-492. A poca distancia, un carro tirado por un invisible équido –caballo o asno, es imposible saberlo–. La fisonomía de la concurrida plaza resulta hoy chocante con esos soportales que pueden verse a la izquierda de la imagen:

Terminamos con nuestro ya amigo J. Laurent, uno de los primeros fotógrafos –no el primero– que retrató Zamora. La imagen que me ha llamado la atención es una vista parcial de la ciudad desde el otro lado del río Duero. Laurent tiene muchas otras vistas de Zamora, pero esta concretamente me era desconocida. Puede verse el Castillo completamente desnudo de vegetación, una tónica común en las fotografías de esa época:

Os recomiendo que os paséis vosotros mismos por estas galerías e investiguéis. Merece la pena descubrir las más de doscientas fotos que hay, digitalizadas con gran calidad. Esperemos que pronto nuevas imágenes se vayan incorporando a esta y otras fototecas.

15 de febrero de 2014

‘Zamora, Ciudad Sin Años’

Una de las cosas que más me gusta hacer es bucear por la red y recuperar viejos documentos sobre Zamora, ya sean escritos –testimonios de otros siglos–, mapas, fotografías o –los más escasos y preciados– imágenes en movimiento. Hace casi tres años os comenté el descubrimiento del que fue probablemente el documental más antiguo sobre Zamora. Su título era ‘Por Tierras de Zamora’ y fue realizado en 1933 por Fernando López Heptener.

En este caso se trata de ‘Zamora, Ciudad Sin Años’. Su autor, José Luis Viloria, es uno de los cineastas zamoranos más notables. En 1960 dirigió este reportaje de diez minutos con la colaboración de lujo de Cristóbal Halffter en la música y del poeta Claudio Rodríguez en el guión. La copia colgada en YouTube no es de muy buena calidad. Desconozco si existe otra mejor. En cualquier caso hay que agradecer a Zamora Channel el trabajo de valor incalculable que han realizado al rescatar este pequeño tesoro. El documental hace un repaso por los principales monumentos de la ciudad en la primera parte y una segunda parte dedicada íntegramente a la Semana Santa. No son muchos minutos, pero suficientes para conservar la memoria de otros tiempos y que no se pierda de cara al futuro.

15 de noviembre de 2013

Redescubriendo las aceñas de Gijón y su entorno

«En el pago de Gijón se hallan situadas las aceñas de aquel nombre sobre la margen derecha del río Duero, aguas abajo de Zamora.
Estas aceñas de sólida construcción, forman un edificio separado en su base por cuatro canales.
El acceso a estas aceñas se halla establecido por medio de una calzada de corta línea con su correspondiente desagüe.
Parte la presa de estas aceñas de la orilla izquierda del río y lo cruza en sentido oblícuo hasta llegar al punto de emplazamiento de dichos edificios.
En la margen derecha tiene también una corta línea de presa que contiene las aguas que las dirige a su destino.»

Con estas palabras describía Eduardo J. Pérez en su curiosa ‘Guía del Viajero en Zamora’ (1895) las aceñas de Gijón. Eran tiempos en los que aún se usaban estos edificios como molinos, aprovechando la fuerza del agua del río. Décadas después se abandonaron por métodos más modernos y las aceñas se dejaron a su suerte. Hasta los años noventa del siglo pasado no se recuperaron en Zamora estos peculiares edificios. De los cuatro grupos existentes en la capital, tres fueron restaurados para darles diferentes usos, convirtiéndose así en establecimientos de hostelería o pequeños museos para locales y visitantes. Pero las aceñas de Gijón permanecieron ajenas a este renacimiento.

Este pasado verano me acerqué hasta allí por el camino –casi invisible– que lleva hasta allí bordeando el río. Ciertamente lleva un rato encontrar la entrada que parte bajo el puente nuevo. Finalmente la encontré con la ayuda inestimable de Google Maps en modo satélite. Tras caminar algo más de diez minutos (un kilómetro aproximadamente), di con el pequeño cruce entre el camino y la carretera de acceso a las fincas cercanas. Una cadena cierra el paso a vehículos, pero no a las personas.

Las aceñas se encuentran en un estado lamentable. Algunas ya desmoronadas, cubiertas por la maleza y con pintadas. Es posible caminar por la represa hasta prácticamente la mitad del río. Desde aquí se puede contemplar una vista curiosa. Mientras recorría con cuidado todo el paraje me preguntaba si alguna vez se recuperarían o si las dejarían definitivamente a su suerte. Sería un magnífico lugar para finalizar el paseo del Duero que comienza en el Parque de La Aldehuela y que también debería ser una pieza más de la recuperación y rehabilitación de esta zona –parte de lo que fuera antaño el Campo de la Verdad— que engloba también la iglesia de Santiago de los Caballeros, hoy rodeado de un paisaje lamentable de casuchas, ruinas y descampados.

12 de octubre de 2013

Zamora y la visión anglosajona del post-romanticismo

Cada mucho tiempo uno encuentra lejanas crónicas, en el tiempo y en el espacio, que hablan sobre Zamora. Ya sea en la biblioteca de la Universidad de Toronto o en la de California, muchos volúmenes escritos por anglosajones duermen allí desde hace decenas e incluso centenares de años. Sólo la tecnología los ha sacado del ostracismo para hacerlos accesibles a quienes nos pueden interesar. Viajeros de un romanticismo tardío que visitaron quién sabe si por azar, la ciudad del Duero. Tres autores, tres viajeros, turistas de su tiempo, Albert F. Calvert, Edgar T. A. Wigram y Edward Hutton llegaron a Zamora casi en fechas coincidentes. Sus tres libros de viajes por España son hoy día una curiosidad más al alcance del internauta.

A pesar de lo pedestre de mis traducciones, merece la pena dar a conocer estas pequeñas crónicas –reducidas por mí mucho más por cuestiones de espacio– aunque solo sea como mera curiosidad. El primero de ellos corresponde al volumen ‘Valladolid, Oviedo, Segovia, Zamora, Ávila & Zaragoza. An Historical & Descriptive Account.’ de Calvert, publicado en Londres en 1908:

Zamora sobre el Duero es una de las ciudades más pintorescas de España, y una de las más célebres de sus anales. No es bien conocida por los extranjeros, probablemente a causa de que su acceso sea tan complicado. Pocos lugares traen de vuelta tan vívidamente el pasado agitado de Castilla.
La ciudad está sobre el Duero, en una cresta rocosa. El castillo y la catedral ocupa su extremo occidental. El río está atravesado por un puente de diecisiete ojos, defendidos cerca de cada extremo por una puerta, una alta torre. Si la vista es ya de por sí pintoresca y medieval, la vista desde este punto es aún más. Hacia el atardecer, el espíritu de la Edad Media parece delatar a la ciudad –es sombrío y feroz, fuerte y venerable–. La comarca parece poco más que un desierto. Desde los muros, arriba, ojos parecen estar oteando el horizonte en busca del primer destello de las lanzas enemigas. Zamora pertenece a la época en que los pueblos, como los hombres, siempre llevaba armadura. Hoy está rota, gastada por la guerra y vieja; pero si la espada está oxidada y su escudo roto, bien puede presumir que fue por estar al servicio de España.
Tan pronto como atravesamos el viejo puente, sobre las represas del Duero, y subimos la empinada calle que conduce a la ciudad, no necesitamos consultar ningún archivo que nos diga que estamos aquí, en la vieja Castilla de los días de la caballería, en la que encontraremos pocos recuerdos de artistas y poetas, algunos de estadistas y de grandes gobernantes, pero muchos de los combatientes duros y sacerdotes santos.

El segundo texto es de Wigram y está extraído de su libro ‘Northern Spain’, también publicado en Londres, pero en 1906. El viajero parece encontrarse con unos gigantes en la procesión del Corpus:

En nuestra ignorancia protestante del tiempo y las estaciones no sabíamos que este día era la fiesta del Corpus Christi. En consecuencia, la aparición de un gigante de cartón de cinco metros tambaleándose sinuosamente por la calle principal nos ocasionó un leve desconcierto. Este ogro errante, sin embargo, tenía su razón de ser. Todas las ciudades españolas respetables poseen un equipo de gigantes como parte de su dotación municipal, y el día del Corpus es la gran ocasión para exhibirlos. El turista siempre debe organizarse para pasar ese festival en una buena y vieja ciudad, donde se conservan las tradiciones selectas.
Zamora es en sí lo suficientemente vieja para ello. Su bonita y antigua catedral románica fue construida por nada menos que el Obispo Don Jerónimo, «aquel hombre bueno con la coronilla rapada», que tan hábilmente representó a la Iglesia militante entre los partidarios del Cid.

Por último, quizás el más poético de todos, Hutton y ‘The Cities of Spain’ (1906) nos ofrece una visión mucho más romántica y etérea:

En medio de un desierto que ha florecido, Zamora se encuentra sobre una colina. Sólo un grupo de dorados edificios románicos, decadentemente ruinosos, rodeado por el polvo infinito y por la luz. Y a su alrededor, la tierra sedienta ha generado fuentes de agua entre cañas y juncos. Llegué a ella por primera vez a la puesta del sol por el incierto camino solitario que pasa sobre el desierto de Salamanca. En la misteriosa soledad del¡ un día de verano todavía, de sed, cubierto de polvo, no había visto nada igual, ninguna. Solo al mediodía, en el silencio del desierto, había orado por encontrar un lugar como este. Ya por la tarde, Dios me llevó a sus hermosas torres doradas. Así que era como una ciudad donde refugiarse, tal vez por el calor y el silencio de la luz del sol, o puede que por la soledad de la noche, se me apareció al lado de las aguas en el medio del desierto.
El mundo se ha olvidado de Zamora. Para muchos una ciudad poco limpia, una visión poco encantadora; pero pocos descubrirán su ruina y su soledad. Dorada y desnuda se asienta sobre la colina, y solo el sol y el viento del desierto la han amado todos estos años. […]
Cuando se llega a Zamora, hoy a través de ese viejo y hermoso puente del siglo XIII sobre el Duero, se entra en la ciudad por un camino largo y fatigoso que va desde el valle a la colina, llegando por fin a la cresta de roca desde la que Zamora destaca. Esa misma calle estrecha y sinuosa pasa junto a la catedral de la ciudad que, casi como una fortaleza, se construyó en el último peñasco de la gran colina.

29 de julio de 2013

Una semana en París: La tumba de Baltasar Lobo en Montparnasse

Hace tan sólo unos días volvimos de nuestro viaje a París. Una semana frenética de visita a la capital gala dan para mucho. Vuelvo con gran cantidad de material, tanto fotografías (unas dos mil), clips de vídeo (varias horas) o sonidos grabados. Incluso casi he gastado mi moleskine anotando todo aquello digno de mención, curiosidades y vivencias. Algunas de estas experiencias las compartiré aquí con vosotros, siempre intentando alejarme de los tópicos de una de las ciudades más conocidas y pateadas (¿La que más?) del mundo. Como siempre, dentro de un tiempo colgaré las fotografías en mi web Cromavista y mucho más adelante los vídeos.

Como primera entrega de esta serie de artículos sobre París, voy a hacer un guiño especial a los zamoranos. Días antes de marchar me documenté sobre los cementerios de la ciudad, quién y dónde estaba enterrado para posteriormente visitarlos. Durante esa pequeña investigación descubrí que el escultor zamorano Baltasar Lobo, fallecido en la capital francesa en 1993, yacía en uno de estos camposantos. Lamentablemente esos documentos se me traspapelaron y a última hora sólo pude imprimir unos mapas turísticos con las tumbas de los personajes más célebres. Entre ellos no estaba Lobo.

Pero en el último momento, en una visita al cementerio de Montparnasse que además no estaba prevista inicialmente, nos topamos con una escultura verdosa y una lápida de mármol negra con el nombre del escultor. Pura casualidad. Podíamos haber tomado otra de las muchas calles de que consta el recinto y no haberla encontrado nunca. Pero ahí estaba. Si os interesa el arte y conocéis la vida y obra del artista o simplemente sois zamoranos y queréis saludar a un paisano, sabed que su tumba se encuentra en la Avenue de l’Ouest, en el sector 8º.

7 de junio de 2013

El «cuartel viejo» de Zamora

En uno de los rincones más céntricos de la ciudad de Zamora se encuentra la Plaza del Cuartel Viejo. Bautizada así en los años ochenta, el nombre nos da la pista de que hace años allí se situó un cuartel de infantería del ejército hasta 1957, cuando pasó a ser un colegio de religiosos. Lo fue por poco tiempo, puesto que en 1979 fue derruido para construir un complejo de viviendas que es el que actualmente preside la plaza.

Hasta la entrada en funcionamiento del nuevo Cuartel Viriato en 1927, a las afueras de la ciudad por entonces, el Cuartel de Infantería de Zamora o Cuartel del Palomar fue el principal recinto castrense de la ciudad. Fue construido en el siglo XVIII casi a la vez que el de caballería en las orillas del Duero, cerca de la iglesia de La Horta, aproximadamente donde hoy se encuentra el colegio público Jacinto Benavente. Así lo demuestran varios los planos del recinto, datados en 1737 y 1751 respectivamente. Ciertamente existe información variada sobre el tema, pero en su mayoría referencias confusas. Incluso la cartografía de la época no es muy exacta. Sólo una cita a un «almacén de paja» (quizás la alhóndiga aneja) me hizo sospechar que se trataba efectivamente del «cuartel viejo».

El plano que más me ha ayudado para establecer la ubicación exacta del primitivo recinto es de 1751. En él puede verse su planta, así como las calles adyacentes. Haciendo una superposición con el trazado actual tomando como referencia el edificio de la alhóndiga –único edificio que queda de la época– me di cuenta de que el entorno no ha cambiado tanto como pudiera esperarse.

Viendo un plano del alzado del edificio del siglo XVIII pueden verse sus característicos arcos en el patio, tal y como aparece en esta antigua fotografía del cuartel, realizada quizás en los años 20, tomada –a juzgar por las sombras– tal vez al atardecer desde la fachada este y mirando hacia el oeste. Existen diferencias entre el plano y la imagen. En la segunda mitad del siglo XIX se amplió el recinto hacia el sur cerrando por completo el cuartel y agrandando el patio interior.

En la actualidad no queda ningún resto de esa edificación, al menos no visible. Es posible que bajo tierra existen aún las canalizaciones que conducían las aguas fecales desde las letrinas, situadas en el ala oeste, hasta más allá de la muralla, como podemos ver en este plano de 1751.

Aquí tenemos tres pistas para ubicar este conducto. La primera de ellas es la situación de la alhóndiga. La segunda, el plano anteriormente mencionado, donde pueden verse las letrinas y, en líneas discontinuas, el comienzo del trazado de la tubería. Y la tercera, la distancia indicada en el plano hasta la muralla, que es de 186 varas castellanas y 2 pies. Este último dato nos permite situar el punto aproximado en que la tubería cruza la muralla y deposita las aguas residuales en un depósito subterráneo de notable tamaño justo al pie del muro.

186 varas y 2 pies son unos 156 metros. Si aplicamos esa distancia desde las letrinas hasta la muralla, el punto aproximado de desagüe debería encontrarse a la altura del restaurante de La Rueda. Allí la piedra que sostiene el muro se interrumpe y en la base se encuentra una acumulación anómala de piedra que bien podría ser parte de la bóveda de este depósito. Pero esto tan sólo son suposiciones.

Quién sabe si ahí debajo aún se conservan restos de ese depósito subterráneo o de sus tuberías…

12 de mayo de 2013

¿Una catástrofe natural en la Zamora del siglo X? (Segunda parte)

Hace casi dos años justos escribí una entrada en este blog acerca de una enigmática catástrofe que tuvo lugar en el siglo X y que afectó de lleno a Zamora y a otras localidades circundantes. Especulé con la posibilidad de que fuera esta la causa del derrumbe del viejo puente romano del que se conservan varios mojones cerca de la margen izquierda del Duero. A pesar de que dejé aquello escrito, no he dejado de investigar nuevas fuentes que hagan referencia y arrojen luz sobre este hecho tan apocalíptico.

Una referencia que no conocía me la encontré por casualidad en la página 36 del libro ‘Crónica de la Provincia de Zamora’ (1869) de Fernando Fulgosio y que dice lo siguiente:

[…] En este mismo año de 939, hubo un eclipse, al cual dieron grande influjo los hombres en los asuntos políticos; como de igual manera experimentó en junio la ciudad de Zamora horrorosísimo estrago, efecto de una llama o nube de fuego que, según dicen, salió del Océano (lugar poco a propósito para el caso) y abrasó varios lugares y un barrio de Zamora, lo cual acaeció en sábado, 1º de junio. Mencionado el suceso en documentos antiguos, debemos aquí referirle, dejando para mejor ocasión el hallar modo de explicarle.

Mucho más amplia es la descripción, siempre basada en conjeturas, contenida en ‘Memorias Históricas de la Ciudad de Zamora’ (1882) de Cesáreo Fernández Duro (página 206 y siguientes) y en la que referencia a otros tres historiadores (Morales, Mariana y Lafuente):

«Extraño es y monstruoso, exclama Morales, y difícil de creer este prodigio. Mas yo lo he contado por las mismas palabras que está escrito en los Anales compostelanos, hallándose también de la misma manera en otras memorias antiguas. Pudo ser que este año sucediesen los incendios de estos lugares casualmente, y el vulgo, como suele, inventase salir la llama del mar».

Mariana trata de la ocurrencia en el reinado de don Sancho el Gordo escribiendo : «Del Océano grandes llamas, causadas, á lo que se entiende, de algún aspecto maligno de las estrellas, se derramaron sobre las tierras cercanas, y hasta Zamora (tanto cundieron) abrasaron muchos pueblos y campos».

Lafuente creyó que la noticia pudiera estar relacionada con el eclipse de sol que se observó en la batalla de Simancas el año 939 , y ningún otro historiador, que yo sepa, ha fijado la atención ó concedido mayor importancia á la ocurrencia que el monje de Compostela anotó, si concisa y nebulosamente, seguro en cambio de la certeza. La meditación, fundada en observaciones que iré esponiendo, me induce á denunciar una conmoción subterránea como causa de los desastres en tan pocas palabras referidos por el religioso anónimo. ¿Qué origen pueden tener en Zamora la calle que se llama de la Brasa, el prado y la fuente que se denominan de las Llamas? Aisladamente no sería fácil descubrirlo; pero hay coincidencias que no es dado atribuir á la casualidad y que fijan la idea en esa triple conmemoración del fuego, tan impropia de los lugares á que se aplica. El estudio del terreno en que brota la fuente hace patente que el rio Valderaduey corría antiguamente por el sitio en que hoy se halla la Estación del ferro-carril y los bajos de San Lázaro, desembocando en las inmediaciones de Olivares.

Tal y como dice la entrada de la Wikipedia dedicada al terremoto de 949, actualmente los investigadores consideran como tal a ese extraño evento. Fernández Duro también recoge una fuente árabe de la que no cita su procedencia y que vendría a confirmar esta hipótesis sísmica:

«Tembló la tierra, dicen, con tan espantoso ruido y estremecimiento, que cayeron muchos alcázares y magníficos edificios, y otros quedaron muy quebrantados; se hundieron montes, se abrieron peñascos, y la tierra tragó pueblos y alturas; el mar se retiró de las costas, y desaparecieron islas y escollos. Las gentes abandonaban los pueblos y huían á los campos, las aves salían de sus nidos, y las fieras, espantadas, dejaban sus grutas y madrigueras, con general turbación y trastorno; nunca los hombres vieron ni oyeron cosa semejante; se arruinaron muchos pueblos de la costa meridional y occidental de España».

El gran problema es que esta crónica está datada en el año 881, muy lejos de 949 y en un ámbito geográfico que más se corresponde con el sur o el suroeste…



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