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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
8 de septiembre de 2007

‘A Taste of Honey’ y el free cinema británico

Los últimos años cincuenta y primeros sesenta fueron los tiempos de la pérdida de la inocencia. En los Estados Unidos, la generación beat agitaba conciencias y reclamaba una nueva forma de entender el mundo y el arte. En Francia, los primeros movimientos sociales y políticos comenzaban a cuestionarse el poder establecido. Surge la nouvelle vague. Y en el Reino Unido los estragos de la segunda guerra mundial desaparecían, aunque las diferencias sociales se acentuaban. El arte se volvía comprometido y buscaba nuevas formas de expresión. Un grupo de directores de cine surgidos del mundo del teatro comenzó a realizar sus películas dentro de lo que posteriormente se llamaría «la nueva ola británica» o free cinema. Al igual que sus colegas galos, su cine bebía de las fuentes de la realidad social. Formalmente rompía los esquemas establecidos, despojando a las películas del cartón piedra de los escenarios artificiales y dando cierta verosimilitud documental a sus obras.

Quizás su principal exponente sea Tony Richardson, que debutó como realizador en 1958 con ‘Look Back in Anger’, una adaptación de la obra teatral del mismo nombre. Desde el principio, Richardson contribuyó a derribar los estereotipos victorianos que aún quedaban en pie dentro de la sociedad británica, mostrando el otro lado de la teóricamente nueva y próspera Inglaterra. Sus personajes siempre rozan la marginalidad y viven al límite en un entorno normalmente hostil y post-industrial. Un planteamiento sorprendentemente moderno si tenemos en cuenta que fueron rodadas hace casi cincuenta años.

Posiblemente el quiebro definitivo del viejo orden vino con el estreno de ‘A Taste of Honey’ en 1961. Para muchos este es el comienzo de la década de los sesenta artísticamente hablando en las islas británicas. He tenido ocasión de verla y supongo que en su momento escandalizó a más de un puritano. No por que haya desnudos ni situaciones sexuales explícitas ni implícitas, sino porque retrataba directamente lo que el Imperio había ocultado siempre debajo de su alfombra. Asuntos espinosos como el racismo, el embarazo no deseado, el alcoholismo, la marginalidad o la homosexualidad son tratados sin ambages, pero con increíble sensibilidad e incluso inocencia. Richardson consigue transitar en el difícil campo de la tragicomedia, entre momentos simpáticos y otros brutales. Cuarenta y seis años después de su estreno sigue siendo impactante.



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