La primera parte de nuestro pasado viaje a Polonia del mes de septiembre está dedicada a su capital, Varsovia. Una ciudad de algo más de un millón y medio de habitantes que ha tenido una historia turbulenta, especialmente a lo largo del último siglo. Su ubicación entre los imperios más pujantes de su época hizo que a menudo se repartieran el país y su capital dejara de serlo. Imperios grandes como el ruso, el prusiano, el austro-húngaro o el sueco, se rifaron el territorio. Tras la segunda guerra mundial, los restos de una ciudad destruida casi en su totalidad, quedó bajo la órbita soviética, si bien mantuvo muy pronto una actitud contestataria y una personalidad propia.
Lo que vimos nosotros al aterrizar fue una ciudad en plena transformación, repleta de obras por todas partes (edificios, carreteras, estaciones, etc) y que aún sigue reconstruyendo su identidad nacional tras la caída del muro de Berlín y el derrumbe del bloque soviético. Al igual que en la capital alemana, aquí pueden verse las huellas de la guerra y la destrucción por las omisiones. El centro de la ciudad, salvo el reconstruido centro histórico, está compuesto de una amalgama de parques (descampados donde antes de la guerra había edificios) y bloques de edificios de viviendas y oficinas funcionales de los años 60 y 70 trazados sobre calles anchas y rectas, muy diferentes a las que existían antes de la destrucción. No encontraremos centros como el de Budapest (que era muy similar a Varsovia), pero si sabemos mirar encontraremos lo que falta, que también es parte de su historia… A lo largo de los cuatro (realmente tres) días que nos mantuvimos allí pudimos recorrer los principales puntos de interés de la ciudad. Espero que os resulte tan interesante como a nosotros.
De vez en cuando es bueno «cambiar el chip» respecto a nuestro consumo audiovisual habitual. Estamos acostumbrados a ver producciones televisivas con un determinado lenguaje visual bastante estandarizado y no somos conscientes de que hace no tanto tiempo las cosas se hacían de una manera bastante diferente. Esta es una de las reflexiones que me surgieron cuando comencé a ver la primera adaptación de dos novelas de John Le Carré (‘Tinker Tailor Soldier Spy’ y ‘Smiley’s People’) a la pequeña pantalla y agrupadas por Filmin con el título genérico de ‘El Topo’. La primera fue dirigida por John Irvin en 1979 y la segunda por Simon Langton en 1982, ambas producciones de la BBC británica. En ellas podemos ver a un consagradísimo ya Alec Guinness en el papel de George Smiley, un veterano e impertérrito espía a la búsqueda de traidores dentro de sus propias filas.
Con una ambientación y unos medios inéditos en la televisión de aquellos tiempos, la adaptación quizás peque de demasiado literaria y teatral. Hoy día diríamos que es «lenta» y que muchos de sus pasajes no son tan evidentes como podrían serlo en una serie actual, donde la atención del espectador está mucho más dispersa. Pero he de reconocer que la ambientación de todas y cada una de las escenas y una fotografía espectacular (especialmente en la primera parte). Fue rodada en varios países, algunos de los cuales estaban aún tras el telón de acero (Checoslovaquia) lo que aumenta su grado de realismo y verosimilitud.
En definitiva, una serie clásica británica con todos los clichés de las ficciones de espías pero que a la vez desprende veracidad por un elenco de actores de primerísima línea, pero en la que es muy fácil perderse si no se tienen todos los sentidos puestos en la pantalla. Para amantes de las historias de espías de la guerra fría. 7,5/10.
Comencé a ver ‘Furia’ sin ninguna referencia previa. Esta desconocida serie es una producción noruega con participación de varios países entre ellos Alemania o Polonia. Si bien el argumento en principio no me atraía absolutamente nada, comencé a verla por la curiosidad. Y tiene el mérito de saber atraparte, mostrándote lo que parece una cosa y termina siendo otra bien diferente. Éste es su principal atractivo.
‘Furia’ es la historia de dos agentes de policía noruega que trabajan para los servicios de inteligencia infiltrándose en diferentes mafias y grupúsculos de extrema derecha. El primero, Asgeir, viaja con su hija tras fallecer su esposa en una operación especial. Este acontecimiento marca claramente su vida y su forma de ver el mundo. Por otra parte Ragna lleva años ganándose la confianza de grupos extremistas a través de su blog. Con el seudónimo de Furia propaga el supremacismo noruego y europeo blanco frente a la inmigración, difundiendo bulos y argumentarios clásicos de este tipo de pensamientos. Descubriremos que también está marcada por un acontecimiento trágico relacionado con la matanza de Utøya de 2011. Los caminos de ambos se irán entrecruzando a medida que profundizan en la jerarquía de unas bandas que intentarán desestabilizar la pacífica convivencia en Europa mediante actos de terrorismo, algunos de ellos de falsa bandera.
La serie efectivamente comienza pareciendo una cosa y termina siendo otra muy diferente, con episodios muy dinámicos y entretenidos. Pero es una pena que a menudo se caiga en estereotipos bochornosos que abundan en series baratas de estos géneros, escenas tipiquísimas con ordenadores listando códigos indescifrables, bombas con cuentas atrás que se desactivan en el último segundo, malos mafiosos, etc. También decir a su favor que los personajes son mucho más complejos de lo que podría parecer en un comienzo, y que sufren una clara evolución en sus convicciones y en su forma de actuar. Y no solo los protagonistas, tambien los malos que no son tan malos, o sí lo son pero consiguen ganarse a los buenos, moviéndose por una gama de grises que es lo más atractivo (y a veces desconcertante) de la serie. En conclusión, una serie entretenida para aquellos aficionados a la historia y la política europea contemporánea sin demasiadas exigencias. 6,5/10.
El pasado mes de septiembre realizamos un viaje a Polonia. Es otro país más desbloqueado. Fueron nueve días en los que establecimos dos bases, una en Varsovia durante cuatro días en los que visitamos también Gdansk, y otra en Cracovia, de cinco días, que nos permitió conocer además el campo de concentración de Auschwitz y la mina de sal de Wieliczka. El país oriental, como todos sabéis, ha tenido y aún tiene (sus vecinos son Rusia, Bielorrusia y Ucrania) una historia muy convulsa. Se trata además de un país en plena transformación gracias a los fondos estructurales de la Unión Europea, con obras públicas por todas partes, especialmente en Varsovia.
Precisamente la capital polaca fue nuestro primer contacto con la idiosincrasia del país en un caluroso y soleado comienzo de septiembre. Conocimos el reconstruido, y premiado por la UNESCO, casco histórico, que fue casi completamente destruido durante la segunda guerra mundial y los dos palacios reales, el de Wilanów y el de Łazienki. Dos horas y media de viaje en tren de alta velocidad nos separaban de la histórica ciudad de Gdansk (la Danzig alemana), uno de los primeros objetivos militares de los nazis alemanes y donde se encuentra uno de los mejores museos en los que hemos estado en este viaje, el dedicado a la contienda mundial, con multitud de objetos originales, reproduciones, representaciones a tamaño real de las calles bombardeadas, etc. Sin duda, esta ciudad costera del mar Báltico ha sido la gran sorpresa. Una pena que solo tuviéramos un día para visitarla.
El día ocho de septiembre nos desplazamos a la segunda base, en Cracovia. Dos horas de viaje entre árboles y campos sembrados. El tiempo nos acompañó a medias, con días de sol y calor y otros con lluvia y alguna tarde bastante fresca por no decir fría. Cinco días en los que conocimos la mina de sal de Wieliczka y el campo de concentración nazi de Auschwitz. De la propia ciudad a destacar la basílica de Santa María, en la gran Plaza del Mercado y la colina de Wawel con la catedral y el castillo formando un complejo donde es difícil diferenciar uno y otro. Tampoco nos podemos olvidar del Colegio Maius de la Universidad de Cracovia.
Como siempre, todas estas vivencias han quedado grabadas en varios centenares de fotografías y varias horas de vídeo. Una selección de estas imágenes ya pueden consultarse en mi web Cromavista. En total son 225 fotografías divididas en 14 galerías que pueden consultarse aquí.
Nunca pude imaginar cuando escuché las primeras canciones de Los Planetas allá por 1995 que en un futuro lejano se filmaría una película inspirada en ellos. Pero aunque no sea una película sobre Los Planetas sí refleja en parte la gestación de ‘Una Semana en el Motor de un Autobús’, su álbum más celebrado. En España no tenemos mucha tradición de películas sobre bandas y menos sobre bandas independientes. Por eso ‘Segundo Premio’ es y será una rareza dentro del panorama cinematográfico nacional. Y eso es algo que hay que tener en cuenta. Antes incluso de comenzar a verla tenía en mente la genial ‘Control’ de Anton Corbijn, sobre la vida y muerte de Ian Curtis, líder de Joy Division.
Pero ‘Segundo Premio’ se centra más en las relaciones personales de la versión de ficción de Jota, May, Florent y compañía que propiamente de un biopic sobre los de Granada. Ese enfoque tangencial es un acierto absoluto. Nada hubiera sido más aburrido y más fallido que una crónica canónica sobre la creación de un disco. Pero precisamente la premisa de una idea acertada hace que la expectativa de lo que pudo ser y no fue me produzca frustración. ‘Segundo Premio’ es en mi opinión una película que se queda a medio camino. Me parece visualmente pobre y no hay ningún guiño que evoque las letras de ‘Una Semana en el Motor de un Autobús’. Pienso en las metáforas de ‘Trainspotting’ o la impresionante y desasosegante fotografía en blanco y negro de la ya citada ‘Control’. Sé que, como dice el tópico, las comparaciones son odiosas, pero creo que ‘Segundo Premio’ se ha quedado a medio camino. Una pena. 6,5/10
La casualidad ha provocado que hayan coincidido en el tiempo dos series ambientadas en Gales, ese rincón del Reino Unido a menudo infravalorado o blanco de las burlas de sus vecinos ingleses. Y no sólo en Gales, sino en la ciudad de Port Talbot, en los suburbios de Swansea y conocida por su gran planta de fabricación de acero. Ambas son producciones de la BBC y son miniseries, un formato tan típico de las producciones para televisión del país británico en las últimas décadas.
‘Steeltown Murders’ (aquí traducida como ‘Los Crímenes de Port Talbot’) está basada en una historia real. El caso de un asesino en serie que mató a tres chicas en 1973 que nunca fue detenido y que treinta años después, en 2003, se reabre a partir de varias muestras coincidentes de ADN. Esta nueva investigación reabrirá las viejas heridas en el entorno de las victimas y de los sospechosos.
Nada se puede objetar de esta producción, buenos actores, un guión correcto y bien ejecutado y una historia atractiva aunque demasiado convencional y similar a otras. El problema es que no sobresale por nada, añadiéndose como una más en las plataformas de streaming. 6/10.
El argumento de ‘The Way’ está estrechamente relacionado con la planta metalúrgica de la que hablaba anteriormente. Tras varios cambios de propietario, la fábrica se encuentra en una situación laboral insostenible. Sus trabajadores se ponen en huelga, pero pronto esta huelga deriva en altercados y violencia, mucha de ella falsa y manipulada por una mano negra que busca criminalizar el movimiento obrero. Poco a poco estas protestas derivan hacia lo identitario galés y se extiende por todo el territorio. Pronto la situación se convierte en distópica, con cierres de frontera entre Gales e Inglaterra, toques de queda y campos de concentración. Pero una familia conseguirá burlar la represión intentando huir hacia Inglaterra para escapar al continente como inmigrantes ilegales.
Son cuatro capítulos intensos, pero también inverosímiles. Resulta complicado entender la causa efecto y esa evolución tan radical y rápida de los acontecimientos. Todo en ‘The Way’ es exagerado, sólo aliviado por toques de humor que nos hacen preguntarnos si todo no será un delirio del guionista. De todos modos, engancha y entretiene. 7/10.
Durante varias semanas de este verano he estado viendo una de las series más renombrada de los últimos años y por la que sentía mucha curiosidad. ‘Succession’ consta de cuatro temporadas de diez episodios (excepto la tercera que tiene nueve) cada una y donde vemos una evolución notable (para mejor) en el desarrollo de los personajes. Emitida originalmente entre 2018 y 2023 por la cadena HBO, muy pronto se convirtió en un fenómeno televisivo y ya en su primera entrega consiguió múltiples galardones. Lo cierto es que la imagen que tenía de ‘Succession’ antes de comenzar a verla era muy diferente de la que después realmente es. Y ese factor sorpresa resulta muy agradable.
Lo que nos cuenta la serie son los últimos años de Logan Roy, un magnate de los medios de comunicación y del entretenimiento que se extingue a la vez que un sector que se desplaza cada vez más hacia la tecnología y las redes, dejando ya poco espacio para el cine y la televisión convencionales. Casi como una metáfora de un mundo que se termina, de un dinosaurio que da pasos erráticos antes de caer. Pero ‘Succession’ no sería nada precisamente sin sus sucesores. Cuatro niños malcriados: Ken, el heredero natural de la compañía, pero demasiado volátil y cambiante. Con, una personalidad fuera de la realidad que intenta conseguir un estatus al margen de la empresa de su padre pero ignorando completamente el valor del esfuerzo. Shiv, una oportunista que hará lo que sea con tal de pillar su cuota de poder e influencia. Y Rom, el pequeño y estrambótico que nadie puede tomar en serio al principio y quien más evolucionará a lo largo de la serie. Más allá de los cinco principales protagonistas, un elenco de personajes que no son realmente secundarios, ya que en ocasiones eclipsan a la familia, sin los que la serie no podría entenderse. Por ejemplo, y mención especial merece el duo Greg y Tom y sus diálogos.
Una de las grandes bazas con las que cuenta ‘Succession’ es su guión, mordaz, burbujeante, ingenioso, con ironía a veces o directamente con humor en otras, pero que sabe cambiar el registro en los momentos verdaderamente serios. Una sátira brutal en la que es fundamental el excelente trabajo de los actores, aunque personalmente no me gusta la forma de interpretar de Sarah Snook como Shiv Roy con exceso de gestualidad que llega a ponerme nervioso y que es la versión femenina de Rom Roy (interpretado magistralmente por Kieran Culkin y mi personaje favorito de la serie), aunque en este caso ese histrionismo está justificado. En definitiva una producción muy entretenida y ocurrente en la que se ha cuidado todo para no ser repetitiva cuando habría sido muy fácil caer en la vulgaridad y el aburrimiento. 8/10.
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