Símbolos religiosos y derechos fundamentales
La noticia sobre la anulación por parte del Tribunal Constitucional turco de la ley que permitía el uso del velo en las universidades se ha quedado ya vieja, el tema de los símbolos religiosos en los lugares públicos sigue candente en toda Europa. Bien es cierto que Turquía no puede considerarse culturalmente como Europa y que la lucha de los estamentos oficiales a favor del laicismo de la nación de Atatürk es una historia de tiras y aflojas constante, pero me sirve como percha para lanzar mis reflexiones.
Pienso que ningún poder público puede obligar a nadie a ser laico. Creo que hasta ahí todos estamos de acuerdo. Un estado democrático en el que se respeten los derechos humanos debe defender la igualdad entre sus ciudadanos sin importar, entre otras cosas, su credo religioso. Otra cosa bien distinta son los instrumentos de un Estado. Mi idea es que cualquier institución de carácter público (especialmente las Administraciones que gestionan los servicios a la ciudadanía y sobre todo aquellas que lo hacen en el campo de la educación) ha de ser escrupulosamente neutral, tanto política como religiosamente.
El caso «occidental» más polémico sobre uso del hiyab en las escuelas ocurrió en Francia, donde incluso se aprobó en 2004 una ley para prohibir su uso y el de otros símbolos religiosos en los centros educativos. En mi opinión se trata de un asunto de laicidad mal entendida y de forzar una hipócrita «igualdad de derechos». Precisamente los derechos están en poder elegir, del mismo modo que un judío debe poder entrar en un colegio con una kipá o un cristiano con un crucifijo o una medallita visible. Nunca he entendido qué hay de malo en llevarlos. El problema vendría si con esa indumentaria provocara algún perjuicio a los demás o atentara contra las leyes o la dignidad humana, algo que desde luego no creo que sea el caso. Vamos hacia una sociedad multicultural, así que cuanto antes respetemos y comprendamos los símbolos de los demás, mejor. Mientras, el papel del Estado ha de ser de neutralidad y de respeto ante todas las creencias. No podía ser de otro modo.