‘Picnic en Hanging Rock’
La sensación después de haber visto ‘Picnic en Hanging Rock‘ es similar a la que me produjo en su día ‘Walkabout’. Ambas se desarrollan en el ambiente salvaje de una Australia llena de misterios, donde la naturaleza fascina y asusta a partes iguales a los pobres anglosajones que se adentraban en la isla continente.
En este caso que nos ocupa, la acción se desarrolla en el año 1900. Un internado de señoritas decide organizar el día de San Valentín una excursión a un paraje llamado Hanging Rock, una enigmática formación volcánica. En el transcurso del picnic «algo» llama a varias de las chicas que deciden adentrarse en las entrañas de la roca. Tres de ellas desaparecen inexplicablemente después de un extraño sueño sin dejar prácticamente ningún rastro.
Esta sugerente historia está basada en la novela homónoma de Joan Lindsay, que a su vez está inspirada en hechos reales. El realizador australiano Peter Weir, antes de caer rendido ante los oropeles de Hollywood, dirigió en 1974 esta versión cinematográfica, que es más que interesante. A un argumento que atrapa se une una dirección magnética, un tratamiento muy acertado de la fotografía de exteriores que acentúa el aspecto onírico y una capacidad poco vista de mantener la tensión necesaria para que la película funcione. A esto hay que unirle la selección musical clásica de Bach, Beethoven y Mozart.
‘Picnic en Hanging Rock‘ está repleta de matices, de historias paralelas soterradas que salen a relucir con la desaparición de las muchachas y en la que se refleja como en un espejo la sociedad reprimida de la época. Si hay que buscarle algún pero, quizás vendría de su excesiva teatralidad, aunque claro, esto puede ser también una virtud. Depende de los gustos.