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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
21 de septiembre de 2010

En Barcelona (II): Por el Muelle de España, en la «Gran Vía» Layetana, Plaza de Fèlix Billet y prohibido cantar

La ruta que seguimos aquella primera tarde fue más errática. Llegamos hasta el puerto recorriendo los 57 números de la Avenida del Paralelo que nos separaban de él para adentrarnos después intramuros a través de la Plaza de Antonio López.

Pero no adelantemos acontecimientos. Siguiendo el Paralelo en dirección a la costa llegamos al edificio gótico –un gran ejemplo de gótico civil del siglo XIV– de las Atarazanas Reales (Drassanes Reiales), donde en la Edad Media se construyeron las embarcaciones de la Corona de Aragón que surcaron el Mediterráneo y conquistaron territorios más allá de las Baleares. Pasamos también por uno de los pocos lienzos de muralla que quedan en pie en la ciudad. Conserva incluso parte del foso y una de las puertas de entrada, la de Santa Madrona, que hoy día se comunica con el edificio de las Atarazanas. En la actualidad es la sede del Museo Marítimo de la ciudad.

El calor no remitía, pero afortunadamente una brisa fresca ayudaba a seguir adelante. En el Portal de la Pau, plaza donde está el famoso monumento a Colón, que sigue tan sucio como siempre, nos acercamos hasta las taquillas de Las Golondrinas, los barcos que ofrecen una ruta turística por el litoral de Barcelona y en el que montaríamos días después.

De aquí nuestros pasos se dirigieron a la Rambla del Mar, la pasarela que comunica tierra firme con el Moll d’Espanya (o Muelle de España). Es parte de los nuevos muelles del Puerto de Barcelona que fueron construidos con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992 y que, de paso, sirvió para rehabilitar esta parte de la ciudad. Ahora los visitantes y los nativos pueden pasear tranquilamente, o visitar cualquiera de los varios lugares para el ocio que se instalaron allí (el centro comercial Maremágnum, L’Aquarium o el cine IMAX, por ejemplo). Vimos además el curioso mecanismo de la pasarela, que se retiraba para dejar pasar las embarcaciones previo cierre al paso para los viandantes. La idea y el diseño de este muelle siempre me gustó, también los materiales que se han utilizado para su construcción. A pesar de que tiene ya casi veinte años, sigue siendo vanguardia y un ejemplo de cómo debe recuperarse el litoral urbano.

Fuimos a desembocar, como ya he dicho, a la plaza de Antonio López, empresario insigne de la ciudad. Aunque este personaje tiene su estatua en la plaza, el lugar está presidido por una extraña escultura del artista pop Roy Lichtenstein de nombre “Barcelona’s Head” (“La Cabeza de Barcelona” en castellano). Después nos encaminamos a la Vía Layetana. Esta calle se ha querido comparar con la Gran Vía madrileña. Y es verdad que ambas parecen gemelas. Cuentan con muchas similitudes, tanto por la época como por su finalidad y su aspecto. Su construcción tuvo lugar entre 1908 y 1913 y su objeto era “airear” la ciudad con callejones demasiado estrechos e insalubres. Se derribaron para ello más de dos mil viviendas. En su lugar se abrió la que ha terminado por ser la principal vía del casco antiguo y un acceso rápido al Ensanche al margen de las Ramblas. A ambos lados, fachadas monumentales de eclécticos estilos que van desde el art decó al racionalismo. Muchos de ellos albergan las sedes de algunas de las instituciones y catalanas como Caixa Catalunya (ahora CatalunyaCaixa). También vimos algún que otro edificio de diseño “contemporáneo” que nos horrorizó de inmediato. En líneas generales, una calle agradable, aunque con demasiado tráfico y poco sitio para el peatón.

Al llegar al cruce con la Avenida de la Catedral a un lado y la calle de Francesc Cambó al otro nos topamos con los vivos colores del techo del Mercado de Santa Caterina (o Santa Catalina), rehabilitado –o más bien podría decirse reinterpretado- hace pocos años tras las excavaciones que se realizaron y donde se descubrieron gran cantidad de restos arqueológicos, los más antiguos de época prerromana. Parte de ellos se ha conservado dentro del recinto, en el Espai Santa Caterina. Pero también sigue siendo un mercado tradicional, con tiendas, bares y restaurantes. Lamentablemente cuando llegamos estaba cerrado. De lo que no nos privamos fue de sentarnos un rato en los bancos que hay a la entrada, comprobando la afición de barceloneses y foráneos por las dos ruedas, especialmente por las bicicletas. Hay muchas y la mayoría son de préstamo. Existen por toda la ciudad multitud de puestos del ayuntamiento para cogerlas y dejarlas. También son abundantes las motocicletas. Están por todas partes y cuentan con muchos espacios para aparcarlas.

Otra de las sorpresas con la que nos encontramos fue el edificio del Palau de la Música Catalana, una institución que últimamente no goza de buena fama debido a los casos de corrupción que han saltado a los medios. El Palau es de un espectacular y barroco estilo modernista. Algún mordaz habitante de la plaza Lluís Millet, aneja al palacio, la ha rebautizado como Félix Billet en alusión al presidente del Palau de la Música Catalana Fèlix Millet y presunto responsable del escándalo, colocando incluso una falsa placa. En el aspecto puramente artístico, y aunque lo verdaderamente espectacular del Palau es su interior –en especial su cúpula acristalada–, la fachada no la desmerece. Me llamó la atención su ubicación entre callejuelas estrechas que hace muy complicada su contemplación. Por eso los turistas y/o fotógrafos corren el riesgo de ser atropellados por bicis y motos buscando el ángulo perfecto.

A partir de aquí comenzó nuestro camino errático. Casi sin ser conscientes de ello, seguimos por la Vía Layetana hasta su cruce con la confluencia de la Ronda de Sant Pere y de la calle Fontanella, que es donde está la Plaza de Urquinaona. Un error de cálculo que solventamos girando a la izquierda por la primera de ellas. Cruzamos por completo una recién restaurada (en 2008) Plaza de Cataluña. Como os podéis imaginar, un sábado por la tarde el ambiente estaba muy animado. Gente haciendo gigantes pompas de jabón, abuelos con los nietos dando de comer a las palomas, turistas fotografiando y fotografiándose junto a cualquiera de las estatuas y, sobre todo, un tremendo bullicio en el comienzo de las Ramblas. Al fondo, el gran reloj del edificio del BBVA –que no giraba- marcaba las seis y veinte. Avanzamos en medio de vendedores de flores, de animalitos enjaulados y de puestos de souvenirs variados. Vimos la diminuta fuente de Canaletas de puro milagro. Nunca pensé que fuera tan pequeña. ¿Cómo hacen los del Barça para celebrar ahí sus títulos? En el suelo, había una placa que rezaba lo siguiente (traducido del catalán):

“Si bebéis agua de la fuente de Canaletas por siempre seréis unos enamorados de Barcelona y por lejos que os vayáis volveréis siempre.”

Estábamos sedientos, así que bebimos bastante y llenamos nuestras botellas. Eso significa que ¡volveremos a Barcelona! Un poco más adelante, casi frente al Teatro del Liceo, pisamos el mosaico de Miró «Pla de l’Ós» que forma parte del pavimento de las Ramblas desde 1976. Fue restaurado en 2007, sustituyendo las losetas por otras nuevas de colores más vivos. Los vándalos ya han arrancado algunos trozos, no sé si para llevárselas o por el simple placer de destruir.

Ya estábamos cansados y el agua de Canaletas no había sido suficiente para calmar nuestra sed. Nuestra misión consistía ahora en encontrar un lugar donde sentarnos y, de paso, tomar algo. En la terraza de la cervecería Canarias, en la popular Plaza Real, dimos buena cuenta de una doble malta de la marca local. Me asomé al interior. En su día debió ser un café de postín, pero ahora tenía un aire decadente. En una de sus paredes hay colgado un cartel que decía “PROHIBIDO CANTAR”. En cuanto a la plaza, es de construcción relativamente nueva, ya que tiene menos de dos siglos de existencia. Sus homogéneas fachadas con soportales son de un anodino estilo decimonónico. Es entretenido sentarse y observar a los artistas callejeros (especialmente a una señora que bailaba una especie de flamenco), los mendigos que pedían por las terrazas para llevarse las broncas de los camareros y, en general, el discurrir de las gentes. También contemplaba como a la puerta del restaurante Les Quinze Nits, que no admite reservas, se estaba formando una enorme cola para entrar. Allí cenaríamos días después.

Después de dar un largo paseo por ignotas callejuelas del casco antiguo, es fácil perder la noción del tiempo. Calles repletas de guiris y jovenzuelos que se disponían a ir a las zonas de bares o que ya estaban en plena sesión de diversión en medio de paredes de piedras oscuras, a veces imponentes. Nosotros también hubiéramos querido aprovechar al máximo el ambiente nocturno de Barcelona, pero al final estábamos tan cansados como poco convencidos.



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