La idea de España
Dentro de Europa, nuestro país es un estado grande. El más grande después de Alemania y Francia. Muchos kilómetros cuadrados y muchas diferencias de clima, orografía, idioma e idiosincrasia. Poco tiene que ver un habitante de Cádiz con uno de San Sebastián, o uno de Tarragona con uno de Pontevedra. O un canario con un valenciano. Lo cierto es que nos unen muy pocas cosas.
El viernes se celebra la llamada «fiesta nacional» del 12 de octubre o día de la Hispanidad, conmemorando la llegada de Cristobal Colón al nuevo mundo. Fue en 1492. También en 1492 terminó la reconquista. Los Reyes Católicos expulsaron a los musulmanes y a los judíos de nuestro territorio y, de paso, consiguieron a espadazos la unificación de todos los reinos cristianos de la península. Lo cierto es que, hasta el siglo XIX, con la llegada de los medios de transporte masivos, esta unificación no fue realmente efectiva. Y para entonces, los nacionalismos periféricos surgidos de la burguesía local estaban comenzando a cobrar fuerza.
La idea de España siempre ha sido polémica y una realidad mantenida a golpe de armas. Cada vez que se intuía un régimen obsequioso con ideas nacionalistas, el ruido de sables se volvía intenso. Casualmente uno de los momentos de mayor unión no impuesta en España ha sido la Transición, aunque en mi opinión fue el producto de un período de emergencia, de concentración de fuerzas focalizadas en superar la dictadura y acceder a una democracia real. Pero aquellos tiempos van quedando lejos. La prosperidad es cada vez mayor a la vez que las fronteras europeas se relajan. ¿Tiene sentido seguir manteniendo la idea de España más allá de un ente administrativo y simbólico?
Yo sólo quiero inducir a la reflexión desapasionada. Por mi parte soy agnóstico en temas de patria y nacionalismos. Creo que lo importante de una sociedad no es qué tamaño tiene nuestro territorio ni como se llame ni qué bandera tenga, sino que esté cohesionada y que funcione a todos los niveles. Mi tierra, mi país es el lugar donde he nacido, donde quiero vivir o al que quiero volver. Nada de entelequias. A fuerza de tiempo, la inercia, la educación y las leyes nos han dicho que Murcia, Barcelona, Sevilla o Madrid pertenecen a un mismo país que es el nuestro, aunque para mí Murcia o Barcelona esté más lejos de Lisboa y sean tan extranjeras como la capital de Portugal.