La decepción europeísta
Estamos asistiendo en los últimos meses a algo que resultaría insólito en los tiempos dorados de la construcción europea allá por los primeros años noventa. Aquella fue una época de grandes pactos políticos, de voluntad de avanzar hacia una unión cada vez mayor, hacía una utopía que entonces parecía posible. Pero todo aquello ha terminado y yo, que hasta hace muy poco estaba a favor de una unión política, cultural y económica y de un sentimiento europeísta bien entendido, estoy sufriendo una decepción. Siempre entendí a Europa como el necesario contrapunto a la hiperpotencia de los Estados Unidos, la otra cara de la moneda. Otra forma de ver el mundo, otro estilo, más social y preocupado por sus ciudadanos.
Pero la oleada de gobiernos derechistas que han ido triunfando a lo largo y ancho del viejo continente está cambiando las tornas. El miedo a la inmigración, al deterioro económico y, en definitiva, al egoismo del «yo primero» han hecho que los europeos sean (seamos) cada vez más reaccionarios. En contra de lo que pueda parecer, el liberalismo económico se va instalando en la Unión en forma de directivas que obligan a privatizar y liberalizar los monopolios públicos que controlaban los servicios esenciales como la electricidad, las comunicaciones y otros. Sin embargo, el sector de la agricultura y la ganadería sigue siendo sagrado y subvencionado, impidiendo que los productos importados de los países pobres puedan acceder a un mercado tan cerrado.
Después de la economía le toca el turno al estado del bienestar y a las políticas sociales. Se restringen las directivas sobre inmigración extracomunitaria, se coartan derechos fundamentales en aras de las leyes antiterroristas y, la gota que colma el vaso, se propone que la jornada laboral máxima pase de las 48 a las 65 horas semanales sin aumento de los salarios. Una medida inútil para lucha contra la competitividad de los países asiáticos. Podría hablar mucho sobre este tema, pero no creo que merezca la pena. Está todo dicho.
Por todo esto la imagen que tengo de la Unión Europea se ha deteriorado mucho. Y parece que no soy el único. En internet hay varias iniciativas, medio en broma medio en serio que invitan a quemar una bandera europea (‘Burn EU Flag’) y colgar el vídeo en tu blog o la plataforma contra las 65 horas semanales (en la que algún simpático internauta se ha dedicado a votar «sí» masivamente). Ojalá en Irlanda, que hoy vota en referéndum la aprobación del Tratado de Lisboa, triunfe el «no».