El caminante de Boisaca: caso resuelto
No es muy habitual que un asunto célebre, un asunto de los clásicos del misterio en España, se haya resuelto veinte años después. El caso del caminante (o cadáver) de Boisaca tenía todos los ingredientes para convertirse en un enigma sin resolver. En una noche de mayo de 1988, el tren que cubría la línea de las Rias Altas arrolló a un individuo a la altura de la aldea coruñesa de Boisaca (cercana a Santiago de Compostela). Todo apuntaba a un suicidio más. Pero tras las primeras investigaciones se descubrió que el cadáver no poseía ningún documento que le identificara. Tampoco nadie reclamó su desaparición. Algunos quisieron ver en su extraña fisonomía algo sobrenatural, un ser fuera de lo normal o un discapacitado. Nada más lejos de la realidad. Su deformidad se debía a los múltiples traumatismos provocados por el choque.
Veinte años después, el cadáver enterrado en una fosa sin nombre en el cementerio de Boisaca ya tiene nombre. Se trataba de Óscar Ortega, un joven gallego de 22 años que vivía en Castelldefels (Barcelona) por cuestiones de trabajo y que según sus familiares tenía tendencias depresivas. Ha sido de la manera más peregrina, cotejando huellas digitales de la base de datos del DNI, como se ha descubierto el enigma. Tras hacer las pruebas del ADN, finalmente se confirmó su identidad.
Sinceramente, nunca pensé que un caso así, sin pistas por donde empezar a trabajar, pudiera resolverse. Pero aún quedan casos todavía más extraños, como el del llamado niño de Somosierra o el del niño pintor de Málaga. Aunque sea tarde, bien está que se resuelvan estos enigmas y que se esfume el halo de misterio que los envuelve…