Cultura democrática
Me ha parecido un auténtico escándalo que la petición de cadena perpetua de un padre dolido por la muerte de su hija, como es el caso de Marta del Castillo, haya calado en la opinión pública. No me ha sorprendido, pero sí que me ha parecido un escándalo el eco que en todos los medios y en las altas instancias del Gobierno ha tenido la sugerencia de penas más duras para el asesino de la chica. Digo que no me ha sorprendido porque después del intenso (e intensivo) tratamiento mediático, básicamente televisivo, que se ha otorgado al caso, el ambiente estaba caliente. Ese sensacionalismo ha calado sobre todo entre las clases menos formadas culturalmente (que no menos inteligentes).
Este es el caldo de cultivo para que proliferen estados de opinión basados en una justicia primigenia, mediante la cual el homicidio ha de ser, si no castigado con el asesinato del propio culpable, sí con penas duras y terribles que lo mantengan a la sombra de por vida. Mucha gente no conoce el espíritu de nuestra Constitución, que para bien o para mal es la que tenemos y todo el ordenamiento jurídico ha de cimentarse en ella. Ellos no tienen la culpa. La tiene el sistema educativo y la falta de cultura democrática. Apenas llevamos treinta años viviendo en libertad y en democracia. Aún la mayoría de nuestros conciudadanos han nacido y crecido en la dictadura, y eso por necesidad tiene que marcar. En resumen, hace falta más pedagogía y menos simplismo y visceralidad.
Entrando en la propuesta sobre la cadena perpetua, ya se ha dicho hasta la saciedad que traiciona el espíritu de reinserción de nuestra Constitución. Ya sólo su propio nombre indica una pena a perpetuidad inadmisible en cualquier país de la Europa avanzada y contrario por definición a la rehabilitación. Incluso si esta condena vitalicia se someta a revisión periódica tiene cabida discutible en la Carta Magna. Al hilo de este y otros temas adyacentes, os recomiendo el magnífico reportaje que el diario El País publicó el otro día.