‘Las Horas del Verano’
¿Qué valor real tienen los objetos? ¿Tienen un significado más allá de su utilidad o fuera de su contexto? A grandes rasgos eso es más o menos lo que nos plantea el realizador francés Olivier Assayas en ‘Las Horas del Verano’ (2007). Assayas, a pesar del título, firma una película más otoñal, más crepuscular, que veraniega. No necesariamente triste pero con cierto reproche hacia el desapego de sus protagonistas por la herencia de sus progenitores.
Hijos y nietos se reunen en torno a Hélène, última heredera del legado de su tío, un conocido (y cotizado) artista y coleccionista de arte. Será la última vez que puedan verla con vida. Su muerte repentina precipita las cosas. Es entonces cuando llega el momento de decidir si vender o conservar la colección de objetos conservados durante años en la casa familiar. Cada uno de los tres hijos salvará de la venta sus objetos preferidos, aquellos que le evocan su infancia.
Inicialmente, ‘Las Horas del Verano’ fue un encargo del Museo D’Orsay a Assayas. Este detalle se nota, porque la película pone un especial interés en todo lo que rodea a los museos: tasadores, colecciones, subastas, las disputas de los herederos… Pero también hay muchos otros temas tratados simbólicamente a lo largo del metraje. Por ejemplo la anciana ama de llaves que, después de toda una vida sirviendo a Hélène, ha de abandonar la mansión ante su inminente venta y que es casi un símbolo de la memoria, del pasado que se desmembra. O los nietos, a los que Assayas trata con cierto desdén y hasta desprecio. La escena final de la fiesta-botellón es tratada casi como una profanación a la memoria de su abuela aunque a la vez nos queda una cierta sensación de retorno a los orígenes justo antes de que aparezcan los títulos de crédito.