El fin de los iconos musicales
La década que terminará en apenas dos meses nos deja musicalmente una industria que está patas arriba y en plena (y necesaria) transformación. Ha perdido poder e influencia. Otro de los fenómenos a los que hemos asistido en los últimos diez años es la fragmentación. Nunca en la historia hemos tenido a nuestro alcance tanta música ni hemos escuchado tanta. Las nuevas bandas se han multiplicado respecto a décadas anteriores. Eso siempre es bueno, porque podemos elegir, pero también produce un efecto de saturación. Salvo excepciones, apenas podemos profundizar en los trabajos que escuchamos.
Tanto el declive de las discográficas como la abundancia de bandas tiene una causa bastante clara: la tecnología e internet. En estos años hemos vivido el fin de la intermediación. Por un lado los artistas ofrecen su música directamente al aficionado y por otra los aficionados acceden ilimitada y gratuitamente a toda la música de hoy y del pasado creada en cualquier parte del planeta, lo cual ya es una revolución en sí mismo. Por otro lado, la tecnología permite tener en nuestras habitaciones un estudio de grabación, de postproducción y de distribución. Las herramientas informáticas para estos fines se han desarrollado hasta niveles increíbles.
Por tanto tenemos que olvidarnos ya del clásico ídolo de masas, del icono musical que triunfaba en otras décadas. El fenómeno de fans de adolescentes es cosa del pasado. Ya no hay Back Street Boys ni Take That. Ni Tokyo Hotel o los Jonas Brothers pueden compararse. Y en cuanto a música «seria», si los sesenta fueron de los Beatles, los Rolling Stones, la Velvet Underground y Bob Dylan, los setenta de Pink Floyd, los Sex Pistols o Deep Purple, los ochenta de Madonna, Michael Jackson, The Police o los Smiths y los noventa fueron de Nirvana, de U2 o de Oasis, ¿Cómo se recordará la actual década?