Desayuno Nacional… ¿de la qué?
Sólo en los Estados Unidos pueden darse ceremonias tan chocantes para los europeos como el Desayuno Nacional de la Oración (National Prayer Breakfast). Ya sólo el nombre nos suena a disparate total. Pero no, nos norteamericanos (por lo menos algunos) se lo toman muy en serio. La tradición fue inaugurada en 1953 y –tomando como fuente la Wikipedia en inglés– Eisenhower fue el primer presidente en acudir a ella. Los organizadores son una asociación conservadora cristiana (que decir conservadora en EEUU es decir casi «ultra» para nosotros) llamada The Fellowship Foundation. Este acto ha sido muy criticado por las asociaciones en defensa de la libertad religiosa y la separación entre Estado y religión.
Pero esto es noticia en España porque, por primera vez en la historia, un español ha sido el invitado al acontecimiento. Mucho se puede especular sobre las razones que han llevado a esta organización religiosa y conservadora a invitar a Zapatero, político progresista y laico declarado. Quizás solamente por ser presidente de turno de la Unión Europea, quizás por el intento de hermanamiento entre la sociedad norteamericana anglosajona y la latina o por la intención de tender puentes entre Europa y EEUU en momentos de crisis como esta. De lo que no hay duda es de que Zapatero ha acudido a donde ningún otro presidente había conseguido llegar. Ni siquiera Aznar, con su supuesta amistad con los lobbies conservadores norteamericanos y con el presidente Bush, o el Rey, figura mucho más conocida en el país de las barras y estrellas que nuestro actual presidente.
Esta mañana, al llegar a casa he puesto un rato la tele y estaban retransmitiendo en directo la ceremonia por el canal 24h de TVE. Lo pillé en el momento en que estaba hablando Hillary Clinton. Y la verdad es que ese discurso me resultó tan facilón, manido, falso, vacío y «conservador» que me pareció increíble que saliera de los labios de un político del partido Demócrata… A pesar de todo y pese a lo rancio del ambiente, creo que Zapatero se apunta un tanto a su favor y, haciendo gala de «talante» y diplomacia, ha sido airoso de un evento que, a priori, no iba mucho con él. Está claro que evidencia una obviedad: En este caso nuestro presidente no se representa a sí mismo sino a todos los españoles e incluso de todos los europeos. Rechazar la invitación hubiera sido una falta de cortesía y dejar pasar una oportunidad de acercar posiciones todavía un poco más.