Reflexiones desde la barrera: Crisis y empresa privada
Hace bastante tiempo que tengo claro que el mundo de la empresa privada es un lugar inhóspito e inseguro para trabajar. Lo descubrí en mis propias carnes y, como diría Scarlett O’Hara, juro que nunca más volveré a trabajar para la empresa privada. Ya nadie puede dudar de que las condiciones laborales están empeorando a pasos agigantados. Cualquier excusa es buena para que los gobiernos siempre den su brazo a torcer ante los empresarios, que son el verdadero poder de los países capitalistas. Ahora toca la crisis.
En economía estudiábamos que las compañías siempre buscaban maximizar beneficios. Al menos esto en teoría es así, pero ¿No es ya un punto de partida absolutamente descarnado?. Me repito mucho, pero España es uno de los países europeos con jornadas laborales más largas y con trabajadores menos productivos. Por otro lado ayer saltó la noticia de que los empresarios barajaban el poner sobre la mesa de la negociación con Gobierno y sindicatos un contrato laboral sin indemnización por despido y sin cotización a la Seguridad Social y, por tanto, sin derecho a prestaciones por desempleo. Además su duración sería de seis meses prorrogable hasta un año y con sueldo –de esto no se ha especificado mucho– que rondaría el salario mínimo interprofesional (unos 630 euros mensuales ¿netos?). En otras palabras, sería la legalización del trabajo sumergido, de una semiesclavitud. Que alguien me explique lo productivo que va a ser un empleado y lo motivado que va a estar sabiendo que le van a dar una patada en el culo en unos pocos meses y va a cobrar una miseria independientemente de lo bien o mal que desempeñe su trabajo.
¿Dónde están las conquistas sociales de los últimos cien años? ¿Para qué ha servido esa lucha cuando ahora cualquier empleado tiene que plegarse a lo que le den y callarse? Tengo la sospecha de que hay grandes (y pequeños) empresarios que no tienen ninguna intención en arrimar el hombro –más bien al contrario– para salir de esta situación que ellos mismos, por culpa de su codicia y sus prodigiosas dotes para la especulación, nos han metido. Esta reflexión mía os puede sonar simplista, quizás lo sea, pero lo cierto es que cada vez lo veo mucho más claro. Cada día que pasa me alegro más de trabajar para el Estado. ¡Viva el orgullo funcionario!