La estafa estereoscópica
La idea de que el cine es una industria y, en general, considerar sistemática el arte como un negocio siempre me ha parecido un gran error. Es muy complicado compatibilizar una actividad económica rentable con una actividad artística completamente libre, original e independiente de las corrientes sociales predominantes. El cine, como arte que es, es un medio de comunicación del artista (en este caso un conjunto más o menos grande de ellos) para expresar una idea. Hollywood hace décadas que perdió el rumbo y anda como pollo sin cabeza buscando el filón más rentable y dejando a un lado la parte creativa. La cartelera se llena de refritos de clásicos, de argumentos manidos y, últimamente, de películas tridimensionales, en 3D o estereoscópicas (que cada uno elija el nombre que más le guste).
Hace unos meses probé el invento yendo al cine a ver la última producción de Pixar, ‘Up’ (por cierto, pagando un plus sustancioso por la entrada). Me divertí y la sensación de relieve estaba bastante conseguida pero me surgió una duda, ¿Sería igual de atractiva la película en dos dimensiones? Bueno, quizás este caso no sea el mejor. No estuvo nada mal. Pero, ¿esto es cine o queremos convertirlo en un simple espectáculo donde las formas valen mucho más que el fondo? De un año para acá todo lo que sea imagen tridimensional se ha puesto de moda. No sólo el cine. Ahora nos quieren vender televisores 3D, el mundial de fútbol se emitirá en 3D. ¿De verdad tendrá éxito o será algo pasajero? Yo soy de los que piensan que todo pasará y que ni se venderán televisores tridimensionales ni el cine estereoscópico se quedará mucho tiempo. De momento la gente está pasando por el aro, pero veremos si el fenómeno aguantará el impacto de la novedad.
El otro día, el diario El País publicaba un reportaje precisamente sobre un aspecto de este tema. Bajo el título de «El timo de la estampita en 3D», se comenta que los estudios de Hollywood «convierten» a 3D películas ya estrenadas y que inicialmente no estaban ideadas para ello con el sólo objetivo de servir de reclamo para los espectadores y, de paso, subir el precio de las entradas. ¿Qué no harán para mantener intacto su pedazo de la tarta?