¿Es exportable el modelo económico noruego?
Ya sé que con este titular algunos pensarán que bastante tenemos con solucionar lo nuestro. De acuerdo. Pero el otro día leí un reportaje en El País sobre la economía noruega. Como sabréis, el país nórdico es el estado con el IDH más alto del mundo. Un país cuya economía está muy diversificada y donde el sector público tiene un peso claramente determinante y se encuentra presente en todos los aspectos de la vida de los noruegos y de sus empresas. Puede parecer contradictorio que, mientras el país tiene una de las reservas de gas y petróleo más cuantiosas de Europa, también sea puntero en nuevas formas de producción de energía (especialmente la eólica y la hidráulica) y produzcan toda su energía a través de estos métodos. Ya lo vimos con el caso de la central de energía osmótica, promovida por la empresa estatal de electricidad Statkraft.
Socialmente, Noruega es un país incontestable. Cuenta con todas las ayudas por parte del Estado imaginables y algunas inimaginables. Por ejemplo, a los estudiantes universitarios se les asigna una paga de unos 600 euros mensuales durante el tiempo que dure su carrera. Esa cifra aumenta si tiene que desplazarse a otro lugar del país. La inmensa mayoría de los servicios son públicos (incluso las tiendas que venden alcohol de alta graduación o Vinmonopolet son propiedad del Estado). Y por cierto, las empresas también tienen sus obligaciones para con sus empleados, como reservar el puesto de trabajo durante el tiempo necesario (a veces incluso años) a la madre que acaba de tener un hijo. Es evidente que el dinero para pagar todo eso no sale de la nada. Los noruegos tienen una presión fiscal que va del 20% para las rentas más bajas, al 50% para las más altas. Pero, y esto es una de las claves, se confía en el sistema. Tanto el Estado en los ciudadanos como viceversa.
A pesar de los muchos cambios de los diferentes gobiernos, tanto la mayoría de izquierdas (Partido Laborista e Izquierda Socialista) que ha gobernado el país la mayor parte de estos años (de hecho lo hace ahora mismo) como de derechas (Partido Conservador) han mantenido intactas todas estas políticas indiscutiblemente progresistas y sociales. Apenas ha habido cambios desde el fin de la segunda guerra mundial.
Pero, ¿Es exportable este modelo tan idílico? Evidentemente tal cual no. En el caso de España tenemos muchas cosas que los noruegos envidiarían. Más de las que nos imaginamos. La calidad de vida, nuestro particular –y desgraciadamente cada vez más precario– estado del bienestar (especialmente la sanidad), ha sido la envidia de algún que otro país. Pero también es cierto que nuestro carácter, nuestra idiosincrasia y nuestra forma de ver la vida poco o nada tiene que ver con las de aquellas latitudes. Asuntos como la corrupción, la economía sumergida, la picaresca que trata por todos los medios de engañar al Estado (porque creemos en base a falsas percepciones que éste nos engaña a nosotros), la poca cultura empresarial y, en general, la falta de criterio en muchos temas, hacen que sea muy complicado tomar iniciativas al estilo nórdico.
El Gobierno del PSOE ha intentado a lo largo de estos seis años aprobar leyes que nos acerquen a los logros sociales no ya nórdicos, sino del otro lado de los Pirineos. Los resultados han sido dispares. Leyes que fomenten la igualdad entre hombres y mujeres, matrimonio homosexual, reforma de la ley del aborto, la ley de dependencia o la de libertad religiosa son solo algunos ejemplos que han tenido sonada contestación en los sectores conservadores, muchos de ellos lastrados por un catolicismo que tiene mucha culpa de nuestro retraso social. Al hilo de esto, Noruega es uno de los países con menos apego a la religión del mundo, situándose en el cuarto lugar por detrás de Suecia, Vietnam y Dinamarca (apenas un 10% asiste regularmente a oficios religiosos) y las celebraciones de esta índole son eminentemente privadas.
Es posible que dentro de treinta, cuarenta o cincuenta años estemos preparados para adoptar medidas que realmente vayan en beneficio de la libertad de todos, del bienestar de ciudadanos y trabajadores y donde el sentido de comunidad y de solidaridad hagan de este un país algo mejor. ¿Una Utopía digna de Tomás Moro? Quizás, pero sin duda es la dirección que tenemos que seguir. Al menos mis ideales van por ahí.