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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
29 de septiembre de 2010

En Barcelona (y X): Perdidos por La Ribera, los «bastaixos» de Santa María del Mar y «burros coceadores»

Con esta entrega finaliza la serie que ha llevado diez días contando las aventuras y desventuras en Barcelona. Cerramos pues con el final del viaje.

Cuando uno se monta en el tren, en la cómoda butaca, se olvida de todos los momentos de cansancio y de falta de sueño. Era el momento perfecto para comenzar a recuperar los buenos recuerdos. Ocurre a veces que uno vive los viajes cuando los invoca a través de las fotografías, los vídeos y los folletos turísticos de todos los lugares por los que hemos pasado. Pero vamos con la última parte de nuestro cuarto día en Barcelona.

Tras la comida, y con algo de adormecimiento, bajamos hasta Portal del Ángel para visitar otra vez la escondida y desconocida iglesia de Santa Ana. Esta vez tuvimos más suerte: la valla que da a la plazoleta de Ramón Amadeu estaba abierta, pero el recinto de la iglesia, junto con el claustro, estaba cerrado. Afortunadamente, a través de los barrotes se podía ver aquel lugar que tenía un innegable ambiente mágico. Parece mentira que un lugar así pueda estar a pocos metros de la Plaza de Cataluña y casi pared con pared con el imponente edificio del Banco de España.

Por último también queríamos ir a ver Santa María del Mar, uno de los grandes monumentos de la ciudad que nos quedaba por ver. Hubiera sido imperdonable no haber estado. Llegar hasta allí fue una nueva aventura. Otra vez nos perdimos por los callejones del barrio de La Ribera. Calles con mucho encanto y a las que no pude evitar hacer algunas fotografías. A posteriori, reconstruí este recorrido, que nos llevó (saliendo desde la plaza de Ramón Berenguer el Grande) a cruzar la Vía Layetana para seguir las calles Bòria, Corders, Assaonadors, Flassaders y finalmente el Paseo del Born, con el mercado del mismo nombre en un extremo y la imponente mole de Santa María del Mar en el otro. Frente a la puerta trasera del templo, la llamada puerta del Born, está el Fossar de les Moreres, un lugar emblemático para los catalanes y en especial para los barceloneses, ya que en este antiguo cementerio se enterraron todos aquellos que cayeron defendiendo la ciudad durante el sitio de Barcelona de 1713-1714. Hoy día en ese lugar hay una pequeña y austera plaza, con una llama que recuerda permanentemente a los mártires fallecidos. Una corona de flores con la senyera yacía en su base.

Entramos en el templo por su puerta principal, donde sus dos enormes torres y su no menos grande rosetón (de nueve metros de diámetro) nos dieron la bienvenida. Por mi mente pasaban algunos pasajes del libro de Ildefonso Falcones «La Catedral del Mar». La novela trata sobre la construcción por parte de los bastaixos (algo así como los estibadores del puerto, aquellos encargados de descargar las mercancías de los barcos atracados) de este templo allá por el siglo XIV. De hecho, en los portones principales pueden verse dos relieves con dos de estos bastaixos acarreando sobre sus espaldas sendas piedras destinadas a su construcción:

“Los humildes bastaixos, con su trabajo de transportar gratuitamente las piedras hasta Santa María, son el más claro ejemplo del fervor popular que levantó la iglesia. La parroquia les concedió privilegios y hoy su devoción mariana queda reflejada en las figuras de bronce del portal mayor, en relieves en el presbiterio o en capiteles de mármol, en todos los cuales se representan las figuras de los descargadores portuarios.”

Si el exterior era espectacular, el interior lo era aún más. Sin apenas decoración, las vidrieras destacan aún más en medio de ese ambiente tan sobrio. Algunas de ellas datan del siglo XIV, como las del rosetón o de la nave sur, que son de 1460 y 1494 respectivamente. O otras son de… ¡1996!, realizadas en un estilo postmoderno de difícil definición (y justificación). Ildefonso Falcones también habla de ellas, de las antiguas, se entiende, en su libro:

“Las vidrieras orientadas al sol son de colores vivos, rojos, amarillos y verdes, para aprovechar la fuerza de la luz del Mediterráneo; las que no lo están son blancas o azules. Y cada hora, a medida que el sol recorre el cielo, el templo va cambiando de color y las piedras reflejan unas u otras tonalidades. ¡Qué razón tenía el maestro! Es como una iglesia nueva cada día, cada hora, como si continuamente naciera un nuevo templo, porque aunque la piedra está muerta, el sol está vivo y cada día es diferente; nunca se verán los mismos reflejos.”

El calor dentro era sofocante, pero merecía la pena permanecer unos minutos contemplando extasiados las nervaduras de los techos, las columnas y el resto del armonioso conjunto en uno de los ejemplos de gótico menos contaminados que se conservan en España. Salimos de Santa María del Mar con otros ojos… Sin duda un lugar mágico que es visita obligada. Fue uno de los lugares que más nos impresionó.

Una vez fuera y al tomar la calle Argentería pasamos delante de la tienda de Kukuxumusu, presidida por dos burros en los balcones (símbolo de Cataluña). Y en medio, tras una ventana, un simpático asno coceaba a un toro que salía por los aires.

Aún era pronto para ir a la estación, por lo que callejeamos de nuevo por el Barrio Gótico hasta la Plaza del Rey que se ha convertido en uno de nuestros lugares favoritos. En la fachada del Palacio del Lloctinent, sede del Archivo de la Corona de Aragón, un músico callejero se puso a tocar un extraño instrumento con aspecto de ovni y color broncíneo que resultó llamarse hang y que es un invento suizo del año 2000. Vamos, que no es un milenario instrumento tibetano ni nada por el estilo. Nos quedamos embobados al ver cómo lo tocaba. Es un instrumento de percusión, ya que se toca golpeándolo con las manos, pero que tiene un peculiar sonido.

En ese momento sonó la alarma del móvil, la señal de que nuestro tiempo en Barcelona se había terminado. Llegaba la hora de marchar a la estación. Entramos por Jaume I y tras un trasbordo en Verdaguer, llegamos a Sants. El viaje había llegado a su fin.



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