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La bitácora personal de Ricardo Martín
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1 de noviembre de 2010

Visita al Museo de la Evolución Humana de Burgos

El pasado día 30 visité el Museo de la Evolución Humana que está en Burgos. Se ha convertido, desde que fue abierto en julio, en el principal atractivo de la ciudad castellana. Ocupa lo que antiguamente fue un solar de uso militar, situado en un lugar privilegiado en la margen izquierda del Arlanzón, muy cerca de la Plaza Mayor y de la famosa Catedral. El complejo del museo lo forman tres edificios, tres cubos de cristal que dejan pasar la luz del sol, aunque en el momento de nuestra visita el cielo estuviera completamente nublado.

Sólo se puede visitar el edificio central, que es donde está la zona expositiva. Dentro de todo lo que puede verse, las «joyas de la corona» están en la planta -1 y son el centro y la base del museo. Son los fósiles originales encontrados en la Sierra de Atapuerca, ejemplares únicos que han revolucionado la forma de entender la evolución humana y que pudimos tener a apenas unos centímetros de nosotros. Allí estaba el pequeño (mucho más de lo que me imaginaba) cráneo incompleto del homínido más antiguo encontrado en Europa, es decir, el homo antecessor (1,3 millones de años). También estaba Miguelón, o lo que es lo mismo, el cráneo de homo heidelbergensis más completo que se conserva en todo el planeta (500 000 años) o el bifaz de cuarcita roja bautizado como Excalibur y depositado junto a un cadáver de hace 400 000 años.

Todos estos restos están inmejorablemente presentados, como todo en el museo, en unos habitáculos muy oscuros con una tenue iluminación que dejan ver los fósiles a través del grueso cristal de la vitrina. La verdad es que impresiona tener delante todo esto después de haber leído y visto mucho sobre el tema. A partir de aquí el museo, sin perder el interés, no está a la altura de los fósiles. Se nota la intención didáctica e interactiva de las plantas 0 (la evolución en el sentido biológico) y 1 (la evolución en sentido cultural), con paneles luminosos, pantallas con vídeos, proyecciones tridimensionales o recreaciones (como la del interior del Beagle, el barco que llevó a Charles Darwin por todo el mundo, o la de un enorme cerebro hecho de cables eléctricos en el que podemos entrar. La segunda planta la ocupa la cafetería-tienda, donde podemos sentarnos a tomar algo y a la vez ojear algunos libros sobre el tema de la evolución o comprar una camiseta de recuerdo.

En definitiva, y a pesar de que el tiempo no acompañó, la visita fue muy interesante y merece la pena de sobra pagar los 6 euros de la entrada a poco que os interese el tema de la evolución humana. Hay muchas otras cosas que dejo para que las descubráis vosotros mismos. El lado negativo, como siempre, lo ponen las absurdas restricciones. Está bien que dejen hacer fotografías (sin flash), pero no entiendo por qué no se puede filmar…



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