Ley anti-tabaco: Legislar contra el incivismo
Nadie dudamos de que la ley hay que cumplirla, independientemente de si nos parece justa o injusta. La moda de declararse insumiso ante determinada legislación porque «no nos gusta» o la han aprobado los adversarios políticos crece cada día y no deja de ser alarmante. La recientemente aprobada «ley anti-tabaco» es el último ejemplo. Pero más allá de las leyes, lo que subyace es una falta manifiesta de civismo y de deber para con los demás. No deberían dudar (y supongo que no lo dudan) que fumar en un lugar público puede perjudicar no sólo la salud propia, sino que también puede molestar a los demás.
Pienso que si actitudes como, por ejemplo, levantar la voz o hacer ruidos en determinados lugares está mal –y todos lo sabemos– y no hay que delimitarlos ni normalizarlos, el asunto del tabaco también debería serlo. Pero muchas veces la nefasta herencia cultural de la sociedad pueden más que el sentido común, el mismo sentido que nos dice que fumar en un lugar cerrado (o abierto si está cerca) es desagradable para aquellos que no son (somos) fumadores y tienen que respirar el humo. Finalmente, como ocurre casi siempre, una actitud poco cívica desemboca en la obligación de legislar para proteger a los perjudicados por ese incivismo.
Quizás lo más polémico de la ley es la posibilidad de denunciar anónimamente ante las autoridades aquellos lugares en los que la norma no se cumpla. Muchos lo presentan como un atentado contra la libertad y una incitación a la persecución (uno de ellos ya sabemos quién es), pero como sabemos, la libertad propia termina donde comienza la de los demás y –otra de las frases que más repito– la libertad conlleva una responsabilidad. O lo que es lo mismo, ante la libertad de poder fumar está la responsabilidad de hacerlo en un lugar donde no suponga una molestia para los demás.