Cuatro películas para terminar el año
Ya empieza a ser una tradición. Ver las que para críticos y festivales son las mejores películas del año en estos últimos días y destriparlas, desacreditarlas –o alabarlas– a placer es una de mis aficiones favoritas en estos tiempos de paz y amistad. En esta ocasión he seleccionado cuatro largometrajes. Los aficionados y profesionales del mundillo han estado esta temporada muy divididos y rara vez coinciden, pero al final las elegidas han sido las siguientes:
‘Birdman’. La cinta más taquillera de las cuatro y ganadora de los principales Oscars de Hollywood es una película falsamente independiente, rodada como una falsa secuencia única, pretende ser una reflexión sobre la fama y el éxito, sobre la interpretación y el dilema entre realidad y ficción. Buen trabajo de los actores y un guión algo confuso. Gran presupuesto para una película que parece pequeña. 6,5/10.
‘Левиафан’ (‘Leviathan’). Esta producción rusa dirigida por Andréi Zviáguintsev ahonda en el universo del realizador que iniciara con ‘Возвращение’ (‘Vozvrashchenie’). Un mundo oscuro y desesperanzado donde el paisaje otoñal es siempre un protagonista y donde subyace una historia más profunda que a que aparentemente se cuenta. Pero en esta ocasión, la trama sobre el deshaucio de una familia de un pueblo por culpa de los negocios de un alcalde corrupto me parece simplona y de un metraje excesivo. La metáfora del Leviatán resulta forzada. 6/10.
‘刺客聶隱娘’ (‘The Assassin’). A lo largo de mi vida he visto mucho cine asiático, sobre todo japonés y coreano –también chino–. Algunas obras maestras y muchas buenas películas. Un cine pausado, reflexivo, metafórico y con una belleza formal innegable. Da la impresión de que, aprovechando este tirón, nos han intentado «colar» largometrajes infumables con la coartada del exotismo. Esta es sin duda una de ellas. El «timo del cine chino» todavía cuela para algunos, incluso entre críticos especializados. 4/10.
‘Whiplash’. El cine independiente norteamericano es a veces también un timo. No es el caso. La historia sobre un chico que quiere ser el mejor batería de jazz del mundo hasta el punto de dejarlo todo y convertirse en una obsesión enfermiza es muy atractiva. Y además está rodada con precisión. Las actuaciones son excelentes y, a pesar de que media película está ocupada por solos de batería, mantiene una tensión extrema a lo largo de todo el metraje. Lástima que también caiga en tópicos como el del «profe malo pero al final bueno» o el de «con esfuerzo se consigue todo» que tanto ha pregonado el cine comercial norteamericano. 7/10.