En 1967, un profesor de historia llamado Ron Jones realizó un experimento en un instituto de Palo Alto (California) donde impartía clases. Consistía en demostrar a sus alumnos lo sencillo que resulta implantar un sistema autoritario fascista en una sociedad moderna, culta y heterogénea como la actual o, como en el caso que nos ocupa, la de la contestataria y contracultural California de finales de los sesenta. Mediante el establecimiento de normas sencillas pero extremadamente rígidas, Jones consiguió en tan sólo una semana, arrastrar no sólo a su clase, sino que otros alumnos del instituto se incorporaran con fervor al grupo. Se llamó La Tercera Ola. Fue un experimento que se le escapó de las manos y por poco no le cuesta un disgusto. Pero demostró con creces la ductilidad del ser humano cuando pone en el grupo sus esperanzas y sus proyectos. Tiempo después se escribió una novela inspirada en estos hechos, llamada ‘La Ola’.
Es en este libro en el que está basada la película homónima. ‘La Ola’ (‘Die Welle’) es una producción alemana dirigida en 2008 por Dennis Gansel y traslada a la Alemania de nuestros días el susodicho experimento sociológico. Rainer Wenger es un profesor encargado de hacer entender a sus alumnos el significado de la autocracia. Para ello decide que sean los propios jóvenes quienes vivan en sus carnes el poder del grupo. Todo comienza de forma simple, con pequeños detalles, para terminar convirtiéndose en un auténtico fenómeno dentro y fuera del instituto.
Gansel aprovecha bastante bien un material de primera calidad para dar forma a una película vibrante, tensa y con un sentido de la narración notable. Los actores están muy bien y sus personajes son, en líneas generales, creíbles. Pero es una pena que también caiga en tópicos que son casi de vergüenza ajena, presentando a los jóvenes bien como unos skaters macarras y pseudomafiosos o como frívolos superpijos. Me pregunto qué hubiera pasado si los alumnos de ‘La Clase’ (mucho más realistas) hubieran caído en las manos del profesor Wenger. También el personaje del propio Rainer Wenger es dibujado como el clásico profe enrrollado con camiseta de los Ramones o The Clash. Como digo, una pena. Otra de las críticas que comparto sólo a medias es el de la poca verosimilitud. En realidad no sé si aquel experimento del profesor Ron Jones fue tal y como se cuenta, eso es lo de menos. Lo de la convertir a un conjunto en un grupo disciplinado y obediente en una semana quizás sea excesivo, pero tomémoslo como una licencia del guión. Lo que importa de verdad es el mensaje.
La conclusión de la película desde luego no es nada alentadora. Nos presenta a una juventud insatisfecha, desinformada, sin capacidad para pensar por sí mismos, sin futuro, sin esperanzas y preocupados por naderías. Es decir, el perfecto caldo de cultivo para los regímenes autoritarios fascistas. En definitiva, es cine que removerá conciencias y que da bastante que pensar. Imprescindible.
Enfrentarse a un clásico del cine japonés como es ‘Cuentos de Tokio’ es siempre un reto, mucho más si viene de un realizador tan particular, venerado y «japonesista» como es Yasujirō Ozu. Ozu es autor de más de una cincuentena de películas a lo largo de sus treinta y cinco años de carrera artística. También es una referencia para las generaciones que han venido después, tanto dentro como fuera del país nipón. Parte de la obra de Ozu es muda. De hecho, Japón fue uno de los últimos países del mundo en incorporarse al cine sonoro, hacia mediados de los años treinta. ‘Cuentos de Tokio’ (1953) es un auténtico clásico del cine japonés y quizás uno de sus mejores exponentes.
La película cuenta la historia de un matrimonio de ancianos que deciden ir a visitar a sus hijos, que viven en Tokio y Osaka. Pero pronto se darán cuenta de que la gran ciudad les es algo tan ajeno que no terminan de comprender. Lo mismo ocurrirá con la vida de sus hijos, a los que ya no reconocen. Sus padres son un estorbo para su rutina diaria, así que deciden enviarlos a una residencia durante unos días. Los padres, siempre comprensivos, deciden abandonar la residencia para volver a su ciudad de origen.
Yasujirō Ozu hace gala de una estética férreamente controlada, con paisajes de una belleza muy austera, peculiar y recurrente a lo largo de la película (las chimeneas de la fábrica o el campo con la esquina de un tejado). Una belleza que, en cualquier caso, no sólo está en el aspecto formal. Ozu pone mucho cuidado en ofrecer una obra coral, donde ningún personaje destaque sobre el resto. De este modo, aunque el eje de la historia son la pareja de ancianos, están suficientemente arropados por los demás personajes como para que su presencia se difumine lo suficiente. ‘Cuentos de Tokio’ es una de esas películas que, si queremos analizarla con minuciosidad nos llevaría mucho, muchísimo, tiempo y muchas palabras. Y siempre sería un punto de vista parcial, el mío. Por eso os recomiendo que la veáis y saquéis vuestras propias conclusiones. Ah, y por favor, vedla en versión original subtitulada.
La historia del cine está repleta de personajes oscuros, siniestros, que sin embargo cultivan algún noble arte. Todos recordamos, por ejemplo, al protagonista de ‘La Naranja Mecánica’ y su obsesión por Beethoven. El caso de ‘De Latir Mi Corazón se ha Parado’ es la enésima versión de las dos caras del ser humano y de cómo a través del arte puede atenuarse la negativa para sacar a relucir en una especie de redención la positiva. En esta producción francesa dirigida en 2005 por Jacques Audiard, el protagonista vive al límite, en el filo entre la legalidad y la ilegalidad, en un mundo donde todo se compra y todo se vende. Todo menos las ilusiones.
Tom se dedica al dudoso negocio familiar de la especulación inmobiliaria. Siguiendo técnicas pseudomafiosas son contratados para realizar las tareas más sucias del sector echando mano de bates de béisbol, incendios provocados y otros ardides. Pero tiene otra inquietud: tocar el piano. Recupera el gusto por tocar tras encontrarse con el representante de su madre, una concertista ya fallecida, y le convoca para una audición. A partir de aquí, Tom vivirá por y para el piano. Se convertirá en su principal ilusión.
‘De Latir Mi Corazón se ha Parado’ es una magnífica película que adolece de algunos defectos que podrían haber sido perfectamente evitados. El principal es formal. Audiard recurre a una realización y una puesta en escena que se ha convertido en un estándar del cine, sobre todo en los Estados Unidos. Planos cámara en mano, juegos de luces, la noche (siempre tan fotogénica) o esos primeros planos del protagonista cariacontecido, discutiblemente interpretado por Romain Duris. Una amalgama de recursos efectistas que no favorecen la sinceridad de una historia que nada contracorriente y en la que la maldad más ruín no está reñida con la belleza, con la ilusión o con la sensibilidad artística. Este es quizás el principal mensaje que transmite la película, que por otra parte cuenta con un desarrollo casi perfecto gracias a un guión impecable. Recomendable para los que no les va eso de «los buenos y los malos».
El cine argentino nos ha hecho pasar muy buenos momentos a lo largo de los últimos años. En la memoria quedarán películas como ‘Historias Mínimas’. Es precisamente este tipo de films con argumentos a priori cotidianos y sencillos los que dan mejores resultados. Pero es evidente que no es suficiente con un buen guión y, a veces, ni siquiera si lo ejecutan buenos actores. Algo así ocurre con ‘El Frasco’ (2008), una producción del país sudamericano que es un quiero y no puedo que en algunos momentos deja escapar chispas de genialidad. Una buena muestra de lo que se podría haber hecho con un poquito más de tino por parte de su director Alberto Lecchi y de los actores protagonistas Darío Grandinetti (al que no le pega el papel) y Leticia Brédice. Muy al contrario de lo que he leído por ahí en algunas críticas, ‘El Frasco’ no tiene nada que ver con el realismo mágico. Es una historia siempre con los pies en la tierra, algo rocambolesca, pero posible al fin y al cabo.
Pérez es un conductor de autobús tan inexpresivo y metódico como patoso y despistado. Recorre las carreteras argentinas recogiendo y dejando viajeros y pequeños encargos. Romina es una profesora de pueblo que le encarga trasladar hasta la ciudad una cajita. Esa cajita contiene un frasco con algo muy importante e insustituible. Pérez accidentalmente perderá el frasco y es aquí donde empiezan los problemas.
No es fácil etiquetar la película dentro de un género: comedia romántica, de enredo, drama… cualquiera de estos calificativos podrían definirla. Como dije antes, a lo largo del metraje podemos encontrar buenos momentos que nos harán sonreír, como la secuencia del juego de adivinar las matrículas o los gasolineros del pueblo, testigos atónitos de todo cuanto ocurre. El contrapunto dramático lo ponen los respectivos pasados de los protagonistas. En ambos casos son traumáticos e incluso sórdidos, lo que conseguirá unirlos más. ‘El Frasco’ consiguió la Espiga de Plata en el Festival de Cine de Valladolid. En definitiva, una película para pasar un rato agradable. Y si es en buena compañía, mejor.
Bajo el nombre de este emblemático plato norteafricano se esconde una película francesa producida en 2007 y dirigida por el realizador tunecino Abdellatif Kechiche, autor también de otras obras con poco predicamento en España como ‘L’Esquive’ (2003) y ‘La Faute à Voltaire’ (2000). ‘Cuscús’ (‘Le Graine et le Mulet’) pertenece a un tipo de films muy habituales en Francia en las dos últimas décadas y que se centra en retratar la vida de un país multicultural de facto, unas veces para testimoniar sus conflictos con los habitantes autóctonos y otras para contarnos las costumbres y modo de vida de un colectivo que ya comienza a ser mestizo y a perder parte de su identidad primigenia. ‘Cuscús’ forma parte de este segundo grupo. Pero no sólo es eso, también es una historia de superación, de luchar contra la adversidad cueste lo que cueste.
La película nos cuenta la historia de Slimane y su familia. Tras perder su trabajo después de treinta y cinco años en unos astilleros, decide poner en marcha un nuevo proyecto: montar un restaurante de cuscús en un barco destinado a ser desmantelado. Slimane está amistosamente separado de su mujer, y mantiene una relación con la casera del hostal donde vive. Para él la vida no es, desde luego, un camino de rosas y luchará día a día para salir adelante de la mejor forma posible. Su carácter reflexivo, perseverante y calmado contrasta con la del resto de su familia.
‘Cuscús’ es una obra coral, directa, clara y formalmente muy sencilla. Kechiche nos ofrece un fresco familiar, sin protagonistas claros aunque todo gira en torno a Slimane, muy bien interpretado por el debutante Habib Boufares. El resto de personajes también son muy creíbles. Otro eje más que obvio es la gastronomía tradicional, uno de los pocos elementos que sirven de enganche con sus antepasados y con su cultura. En este sentido es fantástica la escena de la comida en familia. Pero la película también tiene unos cuantos inconvenientes. El principal es que le sobra metraje. De las casi dos horas y media se le podría recortar cuarenta minutos para ganar en agilidad. Hay secuencias, como la del baile final, excesivamente largas y que hacen perder algo el interés por el desenlace, quizás demasiado abierto para lo que requiere la historia. En cualquier caso una película interesante que han obtenido diversos galardones entre los que destacan el Premio del Jurado del Festival de Venecia de 2007.
‘La Banda nos Visita’ fue la pasada temporada una de las películas fuera de los circuitos comerciales más reconocidas y populares. Esta producción franco-israelí dirigida por Eran Kolirin en 2007 es la antítesis del posicionamiento político, de la exhibición de artillería ideológica tan propia cuando hablamos de Israel y el mundo árabe. Es sobre esa base de ruptura de todos los límites (de los que se ríe muy respetuosamente), de reducción al absurdo de las diferencias entre unos y otros, sobre la que se construye esta peculiar comedia.
La película nos cuenta la historia de una banda egipcia, concretamente la banda de música de la Policía de Alejandría, en Israel. Los malentendidos la conducen hacia un pueblo semiabandonado en medio de ninguna parte. Su misión es acudir a la inauguración de un centro egipcio. Su confusión servirá para entablar cierta relación con algunos de los habitantes del lugar. Lo que en realidad constatarán es que las diferencias entre ambas culturas no son tales, y ni siquiera el idioma (en la película se escucha hablar hebreo, árabe e ingles) será una barrera para la comunicación. La empatía y la tolerancia serán la constante durante toda su accidentada estancia.
No es exagerado decir que ‘La Banda nos Visita’ es una película construida sobre la base de los personajes, y que las situaciones que dibuja el guión no son sino excusas para explorar en las vidas de sus protagonistas. Kolirin nos ofrece personajes como el director de la orquesta, un hombre mayor, viudo y tímido, que se refugia en su profesión o la mujer hebrea que ofrece su hospitalidad y algo más entre muchos otros papeles impecablemente interpretados. Con todos estos ingredientes se construye una película amable, fácil de ver y con brillantes y memorables momentos de humor. Muy recomendable.
La temática tanto del cine israelí como el (escaso) cine palestino están, desgraciadamente, marcados por el conflicto que dura ya demasiadas décadas. Películas recientes como la palestina ‘Paradise Now’, sobre un terrorista suicida, tratan el tema sin tapujos. Pero en el caso que nos ocupa, las cosas no son (aparentemente) tan desagradables. ‘Los Limoneros’ es una humilde película israelí dirigida por Eran Riklis en 2008. Aunque el film no trata explícitamente el conflicto, lo hace a través de situaciones cotidianas. Quizás el planteamiento general sea demasiado «políticamente correcto», mostrando una humanidad repartida por igual en los dos bandos. Ese es seguramente su principal defecto: no se escapa de la visión «oficial» europea del conflicto.
Salma es una viuda que cuida de su campo de limoneros, herencia de su familia, y que tiene la desgracia de estar justo en la frontera palestino-israelí. Los problemas se multiplican cuando en las proximidades se instala la familia del ministro de defensa israelí. En aras de su seguridad, el servicio secreto aconseja cortar los árboles para evitar que sea escondite y lugar de ataque de terroristas palestinos. Salma y su abogado lucharán en los tribunales y con pequeños gestos sobre el terreno para evitar que su único medio de vida sea eliminado.
Riklis lleva al campo de la cotidianeidad lo absurdo de un país administrativamente dividido en dos por razones políticas. Por una parte, la impunidad con la que actúan las autoridades hebreas y por otra el estigma que han de soportar las gentes pacíficas de Palestina por culpa de los actos terroristas. La película evita en todo momento cualquier acto de violencia, pero el hecho que de esta pequeña batalla sea incruenta y sorda no implica que su intensidad y simbolismo sea menor. En definitiva, un film que tiene mucho de simbólico, pero en el que se echa de menos algo más de riesgo y menos tópicos.
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