‘Still Walking’ está siendo, sin lugar a dudas, la película asiática de la temporada. Esta producción japonesa realizada en 2008 por Hirokazu Kore-eda ha sido alabada por la crítica de todo el mundo y a mí me apetecía mucho verla. ‘Still Walking’ es uno de esos films que retratan, a partir de un pequeño fragmento de su sociedad, de un acontecimiento mínimo, la hipocresía y el afán por guardar las apariencias de la sociedad japonesa actual, y que es extensible también a todas las demás sociedades del mundo industrializado. Una obra que exterioriza lo íntimo, lo expone sin tapujos, y que juega con los pequeños (o grandes) secretos desvelados de la infancia.
Los dos hijos de un matrimonio de ancianos acuden a su casa con sus respectivas familias para conmemorar la muerte de uno de sus hermanos, fallecido en trágicas circunstancias muchos años atrás. La reunión se convertirá en un soterrado, pero no por ello menos terrible, juego de reproches, de palabras no dichas y de nietos y abuelos que no se entienden. El patriarca de la familia se siente incómodo al recordar la muerte del que fuera su hijo predilecto y posible heredero de sus pasos. Tal vez por eso se mostrará distante durante la reunión… Pero también está la añoranza, la nostalgia de volver a la casa donde crecieron, y en la que ya nada será lo que fue.
A nivel formal y estético, ‘Still Walking’ no llama la atención especialmente. Su humilde puesta en escena corre paralela a la profundidad de su mensaje y nos remite a los clásicos temas del cine japonés como son la vejez, la muerte o la aceptación familiar. La gastronomía juega también un papel importante a lo largo de todo el metraje y sirve de aderezo y tema de conversación durante la celebración de la familia. Una película que recomiendo ver si os gusta el cine japonés menos comercial.
El submundo del cine fantástico y de terror tiene sus propios mitos, como todos los submundos. Si hablamos de cine de serie B mucho más. A lo largo de los últimos días he visto algunas películas de este género que tienen un sólo denominador común: Barbara Steele. Esta actriz británica nacida en 1938 fue la «horripilante» musa de muchos directores que trabajaban el género del «fanta-terror». Tuve conocimiento de su existencia por primera vez al ver ‘Un Ángel para Satán’ (1966), una produccion italiana de ambientación gótica y romántica dirigida por Camillo Mastrocinque. Sus peculiares rasgos físicos, a medio camino entre chica inocente, enferma mental, muerta viviente y vampiresa y su cuerpo curvilíneo la convirtieron a lo largo de más de una década en una de las actrices imprescindibles del terror europeo de bajo presupuesto. Podríamos compararla (aunque claro, las comparaciones siempre son odiosas) con otras musas como la propia Vampira, lanzada a la fama por Ed Wood.
Comenzó su carrera en 1960 interpretando el papel protagonista en la película de Mario Bava ‘La Máscara del Demonio’. Pero fue al año siguiente cuando, de la mano de Roger Corman, coprotagonizó ‘El Pozo y el Péndulo’, una película basada en el célebre relato de Edgar Allan Poe. En un intento de no quedar encasillada en este tipo de personajes, Barbara Steele consiguió un pequeño papel en la obra ‘8 1/2’ (1963) de Fellini, aunque finalmente volvió al cine fantástico con cintas como ‘El Espectro’ (1964), ‘Voces Blancas’ (1964), ‘El Castillo Sangriento’ (1964), ‘El Largo Cabello de la Muerte’ (1965) o ‘La Maldición del Altar Rojo’ (1968) («terror-yeyé» en estado puro, una película no muy buena pero recomendable). Después de los años sesenta, Steele fue espaciando sus trabajos, seguramente por la falta de oferta. Los locos años de la década prodigiosa habían terminado y ese tipo de cine también. Sólo participó en películas menores alejadas del terror gótico que la hizo popular, incluyendo un pequeño papel en ‘Piraña’ (1978).
A día de hoy, Barbara Steele tiene un montón de seguidores a través de internet que comentan sus películas y analizan sus personajes. Lo cierto es que con ella comenzó esa mezcla, tan manida y tan mal copiada después, de terror y erotismo y que nadie ha podido igualar nunca. Por cierto, sus seguidores y admiradores no se circunscriben sólo al mundo del internet. Ya en los años sesenta, el poeta y crítico R. H. W. Dillard dedicó en 1966 su primer libro de poemas a la actriz. La obra en cuestión se titulaba ‘The Day I Stopped Dreaming About Barbara Steele’ (‘El Día en que Dejé de Soñar con Barbara Steele‘). En 1982 la banda alemana Boom Boom Chuck & the Psychedelic Berrys cantaba a sus ojos en ‘The Eyes of Barbara Steele’. He aquí el vídeo:
Y para terminar, un pequeño reportaje sobre la actriz:
Siempre es un gusto ver una nueva obra de Giuseppe Tornatore. A pesar de su juventud (nació en 1956), Tornatore se ha convertido ya en uno de los nuevos clásicos del cine italiano. Y como clásico, ha dirigido alguno de los grandes clásicos del cine contemporáneo como ‘Cinema Paradiso’ (que realizó con poco más de treinta años) y en general ha mantenido una carrera bastante coherente. Una de sus últimas películas es ‘La Desconocida’ (2006), una cinta con ambición de superproducción donde deja de un lado el melodrama para adentrarse en las siempre inciertas aguas del thriller. Un thriller que huye de las temáticas habituales de este género. Tornatore construye una obra de suspense con unas materias primas muy poco habituales.
‘La Desconocida’ cuenta la historia de Irina, una joven ucraniana con un pasado tortuoso vinculado a las oscuras mafias de la prostitución que la llevaron hasta Italia. Una vez alejada de ese traumático entorno, decide iniciar una nueva vida en su país de adopción. Pero antes deberá ajustar cuentas con su pasado y con sus verdugos. No puedo detallar el argumento más allá aquí sin desvelar datos cruciales. Sólo decir que tras un comienzo desconcertante, poco a poco todo (o casi todo) va encajando como piezas de un puzzle. En este sentido el guión es un mecanismo perfecto. La cruz de esto es que todo queda tan definido que en el momento en el que algún elemento no encaja, su resolución da lugar a momentos algo forzados y poco creíbles (por ejemplo el hombre del periódico y su falsa muerte entre otros).
La película es suspense al noventa por ciento. Sólo al final de la cinta ese suspense, tras el desenlace, se vuelve drama (o melodrama) y desemboca en un bonito final. Estética y visualmente, el film obedece por completo a los cánones del género con escenas fotográficamente impresionantes. La banda sonora del maestro Ennio Morricone enfatiza esta estética de manera genial (uno de los grandes aciertos de la película) y la viste de un ambiente inquietante. En definitiva, una buena película de factura clásica que no decepcionará si no somos demasiado puntillosos.
Tenía muchas ganas de ver ‘La Muerte del Señor Lazarescu’, una de las obras magnas de esa cosa abstracta que se ha llamado «nuevo cine rumano». Dirigida en 2005 por Cristi Puiu, la película fue una de las pioneras en abrir las ventanas del cine del país para que entrara nuevo aire y comenzaran a salir buenos filmes. Después del trabajo de Puiu llegarían otras películas como ‘12.08 Al Este de Bucarest’ (2006) o ‘4 Meses, 3 Semanas, 2 Días’ (2007). Todas ellas tienen el denominador común del realismo absoluto, una realidad normalmente crítica, militante y un tanto sombría.
La película narra la odisea del Señor Lazarescu, un hombre de 62 años que vive solo en su casa. Alcohólico y con una salud débil, comienza a sentirse mal. Llama a sus vecinos y éstos pondrán en marcha el carrusel de médicos, ambulancias, hospitales, salas de espera y diagnósticos, a menudo contradictorios entre sí y que ponen de manifiesto la descoordinación casi paródica del sistema de salud. Las enfermeras parecen más preocupadas por sus cuestiones personales que por los pacientes y los médicos actúan como reyezuelos déspotas dentro de sus dominios. En medio de todo este caos Lazarescu ha de navegar contra viento y marea, impotente al ver como su salud se va deteriorando a ojos vista.
Muchas veces la apariencia de documental aporta un extra de fuerza a la historia, la refuerza frente al artificio de la parafernalia clásica cinematográfica. Éste es un caso magistral. Sería imposible concebir una película como esta si no es desde el absoluto realismo, un realismo descarnado, sucio, despiadado y sin nada que la amortigue más que la ironía de las situaciones o el negrísimo humor de algunos personajes. Una historia kafkiana. Así lo define la hoja promocional de la película. Y me parece un buen resumen de lo que es ‘La Muerte del Señor Lazarescu’. Una obra muy recomendable (por favor, vedla en versión original subtitulada) y que hay que ver con la mente abierta.
La fascinación por el lejano oriente en Europa es algo que viene de lejos. El cine ha sido reflejo durante décadas de este interés en múltiples películas. Todos nos acordamos del clásico ‘Hiroshima, Mon Amour’ (1959) de Alain Resnais. Japón, y el cine japonés es, en definitiva, una inspiración constante en los realizadores occidentales. Lamentablemente, a menudo ha sido sólo un bonito y exótico escenario donde desarrollar una historia y muy pocas veces un europeo es capaz de imbuirse en cuerpo y alma en la idiosincrasia del país del sol naciente. Una de esas honrosas excepciones es ‘Cerezos en Flor’ (‘Kirschblüten/Hanami’), un film alemán producido en 2008 y dirigido con extraordinaria sensibilidad por la realizadora Doris Dörrie. Dörrie es con toda seguridad la directora de cine más exitosa del país germano, reconocida por crítica y público no sólo por su obra fílmica, sino también por su trabajo como escritora.
‘Cerezos en Flor’ cuenta la historia de un matrimonio de sexagenarios bávaros, Rudi y Trudi. Cierto día el médico confirma a Trudi la enfermedad en fase terminal que padece su marido. Sin decirle nada deciden hacer todo aquello que antes no hicieron. Visitan a sus hijos que viven en Berlín, pero pronto se dan cuenta de que se sienten como extraños y que no reciben de ellos más que reproches y excusas. Durante una excursión a una playa del Báltico, Trudi fallece repentinamente. Rudi se siente ahora descolocado, desnudo, y su caracter antes autoritario y gruñón se vuelve vulnerable. Viajará solo hasta Tokio para encontrarse con uno de sus hijos. Su actitud es similar a la de sus hermanos, así que decide explorar la megalópolis por su cuenta. Descubrirá una ciudad insólita y chocante que cambiará su vida.
La película utiliza un lenguaje visual repleto de simbolismos y recursos, conciso y austero, que se recrea lo justo en el paisaje (cuando lo hace es con una clara intencionalidad, como las secuencias del monte Fuji) y donde el encuadre de los planos y la fotografía no es lo más importante. Todo el metraje está impregnado de esa belleza sobria (que a veces puede parecer fría), donde no sobra ni falta nada, pero que es capaz de conmover como pocos (esa perturbadora escena final del funeral). Este resultado no podría haberse conseguido sin el sobresaliente trabajo de los actores, especialmente de la pareja protagonista, Elmar Wepper (Rudi) y Hannelore Elsner (Trudi), que aportan la dosis justa de dramatismo. Al final, la película me ha parecido un maravilloso híbrido entre la poesía del cine coreano de Kim Ki-Duk y la prosa casi documental del cine alemán y nórdico. Una obra imprescindible.
Hasta ahora, casi siempre que se hablaba de la crisis del cine y de la disminución de público en las salas se omitía la razón económica. Para mí la principal razón (por supuesto no la única) de la crisis del cine es el coste de la entrada. La subida indiscriminada del precio del ticket ha llegado a niveles insoportables para el cinéfilo medio, optando muchas veces por sesiones de filmoteca, ciclos especializados o, directamente, quedarse en casa y ver cine en DVD o bajado de internet. Desde hace unos días se promociona en los medios la llamada Fiesta del Cine, una buena idea importada de nuestros vecinos franceses.
El próximo domingo, si acudimos a uno de los cines adheridos a la iniciativa (ojo, no están todos), junto con la entrada se nos ofrecerá un documento, llamado pasaporte, que nos permitirá acudir a ver cualquier película durante el lunes y el martes siguiente al precio de dos euros por entrada y sin ninguna limitación. Como digo me parece una buena idea e incide directamente en el precio de la entrada. Si esto es un éxito (todo hace indicar que será así), los resultados tendrán una doble interpretación. Por un lado que el cine interesa y mucho, probablemente más que nunca, pero por otro que no se acude más por culpa del precio de la entrada.
Esperemos que la Fiesta del Cine siente un precedente y que se innove más en el, hasta ahora, monolítico mundo de los exhibidores cinematográficos. Las propuestas pueden ser casi infinitas: ofrecer promociones varias veces al año, reducción de precio para dos o más entradas, sorteos, suscripciones, abonos anuales y un largo etcétera. Pero por algo se empieza y todo lo que sea beneficiar al consumidor final bienvenido sea.
No es muy habitual que el cine trate el tema del turismo por dentro, del turismo como industria cultural que, sin querer, se convierte en un circo. Algo así es lo que cuenta ‘Llegaron los Turistas’ (‘Am Ende kommen Touristen’) (2007), una cinta alemana dirigida por Robert Talheim, pero a medio camino entre el presente y el pasado, entre el país germano y Polonia, entre la reflexión y el espectáculo.
La película cuenta la historia de Sven, un joven objetor berlinés que se traslada hasta el campo de concentración polaco de Auschwitz-Birkenau para cumplir el servicio social. Su misión será cuidar de un superviviente del campo que vive allí restaurando las viejas maletas de los deportados y participando en reuniones con los visitantes. Sven se encontrará con un entorno casi siempre hostil por su condición de alemán y se dará cuenta de la inevitable banalización de la historia, por terrible que esta fuera.
Talheim pone sobre la mesa temas que supongo que aún son incómodos para sus compatriotas: La invasión de Polonia, el Holocausto, el nazismo… Es evidente la crítica hacia la institucionalización y la explotación turistica de un hecho y un lugar terrorífico que de esta manera pierde todo su significado. Escolares aburridos, postales, souvenirs, autobuses. Talheim plantea también las relaciones, aún no del todo normalizadas, entre alemanes y polacos, pero siempre dejando una puerta abierta a la reconciliación definitiva. Creo que es una buena película, especialmente en su tratamiento de la relación entre Sven y el superviviente, pero que quizás no sabe sacarle todo el jugo a una temática tan interesante como poco tratada. Todo se queda en varias anécdotas superficiales y en una tonta historia de amor.
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