‘La Habitación de Fermat’ forma parte de un extraño género de películas a medio camino entre el suspense, el misterio y el thriller. A todo esto se le añaden algunas gotas de ciencia y de «frikismo» light. Luis Piedrahíta y Rodrigo Sopeña dirigen en 2007 una de las rara avis del cine español de la temporada y quizás de la década. Pero lamentablemente lo convencional del planteamiento le corta las alas. Tampoco resultan creíbles unos actores que, salvo excepciones, sobreactuan.
La trama comienza cuando un misterioso anfitrión cita a cuatro matemáticos en un lugar secreto para invitarles a resolver varios acertijos. Pero pronto las cosas dejarán de ser lo que parecen para convertirse en una pesadilla de la que será muy difícil salir. El guión, aunque bueno, también tiene algunas trampas y es demasiado enrevesado. El desenlace me parece también un poco flojo. Su mayor virtud quizás sea su originalidad y la capacidad de crear un ambiente enigmático.
En definitiva, la propuesta poco vista de Luis Piedrahíta y Rodrigo Sopeña se desperdicia con una dirección ramplona y convencional. Una pena que no haya un poco más de riesgo… Decepcionante.
La sensación después de haber visto ‘Picnic en Hanging Rock‘ es similar a la que me produjo en su día ‘Walkabout’. Ambas se desarrollan en el ambiente salvaje de una Australia llena de misterios, donde la naturaleza fascina y asusta a partes iguales a los pobres anglosajones que se adentraban en la isla continente.
En este caso que nos ocupa, la acción se desarrolla en el año 1900. Un internado de señoritas decide organizar el día de San Valentín una excursión a un paraje llamado Hanging Rock, una enigmática formación volcánica. En el transcurso del picnic «algo» llama a varias de las chicas que deciden adentrarse en las entrañas de la roca. Tres de ellas desaparecen inexplicablemente después de un extraño sueño sin dejar prácticamente ningún rastro.
Esta sugerente historia está basada en la novela homónoma de Joan Lindsay, que a su vez está inspirada en hechos reales. El realizador australiano Peter Weir, antes de caer rendido ante los oropeles de Hollywood, dirigió en 1974 esta versión cinematográfica, que es más que interesante. A un argumento que atrapa se une una dirección magnética, un tratamiento muy acertado de la fotografía de exteriores que acentúa el aspecto onírico y una capacidad poco vista de mantener la tensión necesaria para que la película funcione. A esto hay que unirle la selección musical clásica de Bach, Beethoven y Mozart.
‘Picnic en Hanging Rock‘ está repleta de matices, de historias paralelas soterradas que salen a relucir con la desaparición de las muchachas y en la que se refleja como en un espejo la sociedad reprimida de la época. Si hay que buscarle algún pero, quizás vendría de su excesiva teatralidad, aunque claro, esto puede ser también una virtud. Depende de los gustos.
Ya he hablado más de una vez sobre el free cinema británico y sobre Richard Lester, su principal exponente. Lester renovó el cine musical con la excelente primera película de los Beatles ‘A Hard Day’s Night’ en 1964. Un año después, en 1965, dirigió ‘The Knack… and How to Get It’. De aquélla conserva prácticamente todo el lenguaje visual, convirtiendo la película en un estupendo conjunto de gags visuales disparatados y gamberros. El deseo y la sensación de crear un cine genuinamente joven y fresco flota a lo largo de todo el metraje.
‘The Knack… and How to Get It’ cuenta la historia de una chica de provincias (interpretada por la musa del «swinging London» Rita Tushingham) que llega a Londres. Nada más llegar se encuentra con tres jóvenes que comparten piso: el acomplejado profesor Colin (Michael Crawford), el ligón arrogante Tolen (Ray Brooks) y el artista que lo pinta todo de blanco Tom (Donal Donnelly), con los que vivirá disparatadas aventuras. Como curiosidad, hacen su primera aparición en la pantalla Charlotte Rampling, Jacqueline Bisset y Jane Birkin. El guión está basado en la obra de teatro de Ann Jellicoe.
Lester se posiciona claramente a favor de la juventud rompedora de los sesenta y analiza la que seguramente fue la postura generalizada de sus mayores. No en vano, la juventud de los sesenta supuso un avance de gigante con respecto a sus padres. Fueron tiempos de choques generacionales y Richard Lester los refleja con ironía en esta película. Aparte del valor puramente cinematográfico, la película influyó decisivamente en las generaciones posteriores. La banda norteamericana The Knack, autor de ‘My Sharona’, deben su nombre a esta obra. Y posiblemente Oasis, en el vídeo de ‘Don’t Look Back in Anger’, hace un guiño a Lester con la secuencia de las chicas haciendo cola.
No todas las semanas, ni todos los meses se ven películas como ‘Lilja 4-Ever’ (2002). Brutal, poética, desgarrada, desesperanzadora… Es imposible que deje indiferente a nadie. Para mí ha supuesto el descubrimiento del realizador independiente sueco Lukas Moodysson, una de las grandes promesas (ya una realidad) del cine nórdico y al que no voy a dejar de seguir de ahora en adelante.
A Moodysson no le tiembla el pulso al tratar temas escabrosos que reflejan la hipocresía del mundo occidental frente a la pobreza y la desesperación del resto. Su gran acierto es que lo hace desde un punto de vista nada vulgar ni excesivamente tremendista. Y tratando temas como la prostitución de menores, la inmigración ilegal, la pobreza o el desarraigo familiar hubiera sido fácil caer en ello. ‘Lilja 4-Ever’ no ofrece concesiones pero tampoco se recrea (salvo quizás unos primeros minutos algo flojos) en el drama.
Lilja (magníficamente interpretada por Oksana Akinshina) es una joven que vive en un ruinoso barrio del extrarradio de una gran ciudad rusa. Su madre decide marcharse a Estados Unidos a buscar una vida mejor. Pero en sus planes no está Lilja, a quien deja al cuidado de su tiránica y cruel tía. Ante la falta de dinero, decide vender su cuerpo hasta que conoce a Andrei, un joven que le promete una vida mejor en Suecia. A Lilja siempre la acompañará Volodja, un chico del barrio años menor que ella, pero con una vida similar. Se convertirá en la práctica en la voz de su conciencia.
Moodysson establece interesantes paralelismos, tomando a Lilja como una heroína moderna, casi como una mártir cristiana de hoy día. No en vano se hacen continuas alusiones religiosas (las alas de ángel o el icono al que ella siempre reza). Este aspecto trascendente choca frontalmente con la degradación moral (y por supuesto económica) de la Rusia post-soviética de Putin, encarnada por ejemplo en la vecina anciana, en la tía de Lilja, en Andrei o en su propia madre.
Quiero hacer mención también del aspecto musical. Para bien y para mal. La apertura de la película con el tema ‘Mein Herz Brennt’ de Rammstein es algo previsible y a mi no me termina de encajar. Sin embargo la mezcla que se produce a lo largo del metraje entre hits eurodisco, Tatu y la sinfonía ‘Al Santo Sepolcro’ de Antonio Vivaldi me parecen muy acertadas y remarcan el espíritu de la historia.
En definitiva, ‘Lilja 4-Ever’ pertenence a esa «raza» de films nada amables sobre la otra cara de la Europa rica de la que también forma parte, por ejemplo, ‘Rosetta’ y que consiguen remover algo por dentro. Sin duda ocupará un lugar privilegiado dentro de mi estante (virtual) de películas interesantes.
No sé de dónde viene la afición de los países de la Europa del este por el cine de animación, especialmente de la antigua Checoslovaquia y en menor medida de Hungría y Polonia. De pequeño ponían en la tele algunos de estos cortos elaborados con técnicas de stop motion (fotograma a fotograma). Aunque entonces no me gustaban mucho, sí que me atraía su originalidad, porque no tenían nada que ver con la animación que venían de los grandes estudios norteamericanos. El otro día casualmente dí con un artículo sobre Jan Švankmajer, considerado el maestro de los maestros de la animación artesanal checa.
La filmografía de Jan Švankmajer (Praga, 1934) está compuesta por casi una treintena de cortos y también cinco largometrajes. El denominador común de su obra es su particular visión del mundo, a medio camino entre la ironía, el absurdo, el surrealismo y la crítica social. Consigue como ningún otro crear un ambiente digno de la pesadilla más grotesca. Muebles que cobran vida, comida que se mueve después de cocinada, seres humanos que parecen máquinas y un largo etcétera. Las técnicas usadas por Švankmajer son de lo más variadas: actores reales, animales disecados, objetos cotidianos… cualquier cosa sirve para crear una atmósfera inquietante. Es sin duda el autor que más proyección ha tenido fuera de su país, influyendo decisivamente a realizadores como Tim Burton en ‘Pesadilla Antes de Navidad’ o ‘La Novia Cadáver’.
Junto a Jan Švankmajer podemos destacar a otros dos maestros checos: Jiří Trnka y Břetislav Pojar. Aunque ambos son muy conocidos en la República Checa y pertenecen a una generación anterior a la de aquél, no han conseguido tanto reconocimiento internacional. De todos modos, sus obras no dejan de ser muy interesantes. Lo mejor es que vosotros mismos descubráis sus cortos, sus largos y disfrutéis con ellos y con su originalidad.
Las películas que tratan sobre viejos cines no son ninguna novedad. Numerosos realizadores han tratado este tema, normalmente rindiendo un homenaje nostálgico a aquellos films de su infancia. En este caso la novedad proviene de su tratamiento. El ya veterano taiwanés Tsai Ming Liang dirige en 2003 ‘Goodbye Dragon Inn’. Es su tributo a las viejas películas de artes marciales de bajo presupuesto de Taiwán y Hong Kong y a los cines de barrio donde se proyectaban.
La historia de ‘Goodbye Dragon Inn’ nos transporta a una de esas salas de cines ruinosas, apenas con espectadores, pero repleto de un magnetismo especial. Ese es el verdadero protagonista de la película. Ming Liang se recrea con sus pasillos, sus butacas y sus trabajadores, tan decadentes como el propio cine. El metraje transcurre durante la proyección del clásico ‘Dragon Gate Inn’ (1966). Será la última proyección antes del cierre del cine.
Las largas secuencias y los poquísimos diálogos (una docena más o menos) invitan a curiosear, a fijarse en los detalles, a mirar por los rincones y, sobre todo, a reeducar nuestra forma de ver el cine. Esta aridez narrativa se afloja algo en las escenas finales. Para mi gusto es lo mejor de la película, que supone un extraño y tardío clímax, suficiente para dejarnos una sensación agradable.
Considero a Michel Gondry uno de los mejores, sino el mejor, realizador de videoclips de todos los tiempos. De su imaginación han salido obras maestras para The Chemical Brothers (quién no recuerda la maravilla ‘Let forever be’ o ‘Star guitar’), The White Stripes, Massive Attack, Björk, Beck y muchos otros artistas de primerísima línea. En 2006 se adentró por segunda vez en el mundo del largometraje con ‘La Ciencia del Sueño’, una producción franco-italiana con Gael García Bernal y Charlotte Gainsbourg en los papeles protagonistas.
La historia que cuenta es la de Stéphane, un recién llegado a París tras la muerte de su padre divorciado. Su madre le busca un trabajo aburrido y monótono, algo que su mente inquieta e imaginativa no soporta. Pronto conocerá a su vecina Stéphanie, que acaba de mudarse. Rápidamente entablarán una extraña relación donde la fantasía se mezcla con la realidad. La confusión mental de Stéphane irá en aumento hasta niveles a los que ella le será difícil soportar.
Evidentemente, el punto fuerte de ‘La Ciencia del Sueño’ es la parte visual, muy original y atractiva. El guión está rodado con mucha sensibilidad y frescura, pero en varios momentos la narración se vuelve confusa, rozando lo inconexo. Quizás Stéphanie, el contrapunto cuerdo al excesiamente fantasioso y «soñador» Stéphane, no tenga el peso que merece o su tratamiento no sea lo suficientemente claro. Otro personaje que lo une a la realidad es el grosero y prosaico compañero de trabajo interpretado por un genial Alain Chabat. Por otra parte, la idea de un personaje que intenta volver a su niñez, físicamente al reencontrarse con la casa donde creció, e intelectualmente, por su mentalidad y por sus inventos dignos de cualquier juego infantil, es muy interesante.
Es una lástima que ese tratamiento excesivamente liado le reste algo de encanto. En cualquier caso, ‘La Ciencia del Sueño’ es una película inofensiva, agradable y muy entretenida.
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