Luis Buñuel filmó en 1932 el que posiblemente sea uno de los documentales más conocidos de la historia del cine. ‘Las Hurdes, Tierra sin Pan’ fue el modelo a seguir durante muchas décadas y ha sido estudiado en todas las escuelas de cine del mundo. Fue producido por el anarquista Ramón Acín. Quizás estas influencias provocaron que, tras la apariencia de un documento etnográfico se esconda una realidad en parte manipulada.
Posiblemente nunca sabremos hasta que punto esto es así. Lo que sí se sabe es que al menos un par de escenas fueron recreadas para las cámaras. La primera de ellas es la secuencia del burro atacado por las abejas y la segunda la de la cabra despeñada por los riscos, que no cayó por un resbalón, sino que fue abatida por disparos de escopeta. También se puede sospechar de alguna otra escena, como la chica joven enferma en el balcón, la secuencia exagerada de los enanos o la del enterramiento de la niña.
Muchos críticos acusaron a Buñuel de denigrar a los hurdanos, de utilizarlos para sus postulados políticos y de ahondar en una leyenda negra que ya duraba siglos. En cualquier caso hay que reconocer que ‘Las Hurdes, Tierra sin Pan’ es un viaje alucinante a un mundo aparentemente lejano, pero a la vez es una visión de un tiempo y un lugar cercano en el tiempo y en la distancia. Algunos pasajes del documental son impresionantes, originales y hasta surrealistas. La narración establece interesantes paralelismos con tribus de Oceanía al hablar de los abalorios y colgantes de las mujeres hurdanas.
En definitiva, y como dije antes, se trata de una pieza incontestable de la historia del documental, ya no como fiel reflejo de la realidad, sino como la filmación de un estado de ánimo, de un ambiente, y de lo que eso significa como incalculable legado para que las nuevas generaciones no olvidemos lo que en algún momento fuimos.
Siempre me ocurre lo mismo a la hora de comentar una película oriental, sobre todo si es japonesa. Uno sabe lo que quiere escribir pero nunca acierta con las palabras exactas. El análisis se vuelve casi imposible, indescifrable. Algo así me ha pasado con ‘Shara’ (2003) de Naomi Kawase. A pesar de haber leído unas cuantas críticas, ninguna de ellas en mi opinión, consigue reflejar el punto de vista sobre la película. Muchas caen en la pedantería, en las explicaciones enrevesadas que contrastan con la sencillez apabullante de la cinta.
La historia cuenta la vida de Shun y cómo vive la desaparición de su hermano Kei mientras jugaban en un jardín. Esa desaparición marcará su existencia y la de su familia y vecinos del barrio. Pero lejos de resignarse, Shun decide mirar adelante porque la vida sigue y el oscuro pasado queda cada vez más atrás.
Kawase tiene esa rara virtud que sólo tienen sus compatriotas de aunar esa simplicidad y esa parquedad de palabras tan cortante. Desconcierta pensar que ‘Shara’ cuenta más con sus elipsis y con las miradas de sus protagonistas que con sus palabras. De hecho, el film tiene muy pocos diálogos y muchas largas escenas en principio intrascendentes, pero que arman una estructura que cobra sentido a medida que avanzan los minutos. El simbolismo también tiene un papel muy importante. La naturaleza, la vida y la muerte (real o figurada), las relaciones familiares o el arte se mezclan con la vida cotidiana japonesa.
Estoy seguro de que en la traducción de los subtítulos se quedan muchas claves para entender la película. Sólo conociendo la idiosincrasia y la cultura del país asiático puede comprenderse por completo. Para quien quiera leer un artículo infinitamente más profundo de la película le recomiendo uno en la (abandonada) web de cine Tren de Sombras.
La coproducción germano-austríaca ‘Los Falsificadores’ (2007) es una de las películas europeas del momento. En parte por haber ganado el Oscar a la mejor película en habla no inglesa y sobre todo por el buen hacer de su director Stefan Ruzowitzky. La materia prima, el libro en el que está basado el guión, también daba para una buena historia. Y es que ‘Los Falsificadores’, a pesar de parecer una trama de ficción, refleja fielmente las memorias de Adolf Burguer, un judío eslovaco condenado a morir en un campo de concentración nazi. Lo único que pudo salvarlo fue su habilidad artística.
El régimen de Hitler lo reclutó junto con otros judíos presos para poner en marcha la Operación Bernhard. Esta operación secreta absolutamente verídica trataba de fabricar billetes falsos de libras y dólares para inundar el mercado y provocar la bancarrota de los sistemas financieros británico y estadounidense. De no haber sido por el inteligente retraso que provocó Burguer, quizás el final de la segunda guerra mundial hubiera sido muy diferente.
La historia es ya de por sí atractiva, pero Ruzowitzky la sabe dirigir en el tiempo justo (menos de 100 minutos), con las palabras justas y los planos justos. Nada sobra y nada falta. La trama se desarrolla con una asombrosa agilidad sin descuidar los detalles ni la crueldad propia de los campos de concentración. Buena parte del peso de la película recae sobre su protagonista Salomon Sorowitsch, interpretado por el magnífico actor Karl Markovics, que borda su papel.
La vida, la muerte, la lucha por la supervivencia… Todo choca en una historia repleta de dilemas morales. ¿Estaríamos dispuestos a ayudar al enemigo a ganar la guerra a cambio de salvarnos y vivir un futuro quizás incierto?
En octubre pasado dediqué una entrada a Ian Curtis y por extensión a Joy Division. Allí comenté que los de Manchester habían sido retratados en una película dirigida por Anton Corbijn, fotógrafo de bandas de rock y uno de los más importantes realizadores de videoclips de la historia. Curiosamente, uno de los primeros hitos en la carrera de Corbijn fue el de realizar varias sesiones fotográficas para Joy Division, por lo que ‘Control: La Vida de Ian Curtis‘ tiene un valor especial como documento. Y ha sido ahora cuando por fin he podido verla.
Después de toda su trayectoria, no sorprende el manejo que de todo lo audiovisual tiene Corbijn. Las formas son inmejorables y ‘Control’ está rodada en un blanco y negro inmaculado e impecable que dota a la cinta de un aura algo triste. Los movimientos de cámara son casi siempre parcos y distantes, pero precisos. La ambientación también es muy austera y parece filtrada por los ojos de Curtis.
El trabajo con los actores también es brillante. Aparte de que los parecidos están muy conseguidos, sobre todo el de Ian, los personajes son sólidos y muy creíbles. También las situaciones, los movimientos o las actuaciones televisivas están milimétricamente copiados. He estado revisando algunos vídeos de las escenas originales que luego se han recreado en ‘Control’ y he comprobado personalmente ese parecido.
En definitiva, y como era de suponer, es una película dirigida a todos los aficionados a Joy Division, al mundo del rock y en general al cine de bandas. Aunque es larga (más de dos horas), a mí se me hizo cortísima y muy entretenida.
He visto ‘Donnie Darko’ gracias a una recomendación de un fan de ‘Perdidos’. Charlando sobre la serie surgió el tema de las paranoias espacio-temporales y me habló de esta película. En realidad muy poco tiene que ver con el exitoso serial de la ABC más allá de los viajes en el tiempo. ‘Donnie Darko’ fue dirigida en 2001 por el debutante Richard Kelly y pasó sin pena ni gloria por la pantalla grande. Ha sido en el mercado del DVD cuando realmente ha adquirido la etiqueta de «película de culto».
El argumento trata sobre Donnie, un muchacho con problemas psiquiátricos que vive en un barrio residencial de una ciudad norteamericana cualquiera. Durante la noche, Donnie sufre de extraños sueños donde recibe órdenes de Frank, un enigmático personaje disfrazado de conejo que le comunica que se aproxima el fin del mundo. Es entonces cuando intentará encontrar un significado al futuro.
Gran parte del acierto de la película es su ambiguedad y su intencionadamente confusa trama. Kelly se mete al público en el bolsillo con una historia hipnótica en la que es imposible discernir entre los dos mundos que nos propone: por un lado la realidad y por otro los delirios de Donnie. Paralelamente, el director utiliza los ojos del protagonista para retratar una sociedad estadounidense enferma, ocupada en problemas banales, donde paradójicamente el punto cuerdo lo aporta Donnie. Muy recomendable.
Desconozco cuál era la idea que André Techiné quiso plasmar en su última película ‘Los Testigos’ (2007), pero me da la impresión de ha patinado. El realizador de ‘Los Juncos Salvajes’, en la que descubrió a la perturbadora Elodie Bouchez, se embarca en nueva historia con la homosexualidad como hilo conductor.
La trama transcurre a mediados de los años ochenta. Manu y Julie son dos hermanos que viven en un hotel de París. Él es un recién llegado a la ciudad y comienza a frecuentar los ambientes de prostitución masculina donde conoce a Adrien, un médico de cierto prestigio mucho mayor que él con quien mantendrá una relación platónica. En su vida se cruzará Mehdi, policía, y su mujer Sarah (Emmanuelle Béart), escritora. Pronto Manu se sentirá atraído por Mehdi. Pero junto con él irrumpirá el SIDA, una enfermedad temible, desconocida e incurable por aquel entonces.
Digo que desconozco cuál era el objetivo de la película porque da la impresión de que ni el propio Techiné tenía clara la idea. Ofrece a lo largo del metraje una de cal y otra de arena. Aunque la mayoría del tiempo resulta sosa (o más bien habría que decir dulcificada), aburrida e intrascente, tiene por contra momentos de gran intensidad que la salvan medianamente de la quema. Los personajes protagonistas están trazados con excesiva ingenuidad y limpieza. La ambientación no es creíble y uno, pese al poder evocador de la música, no llega a verse inmerso del todo en aquella época. El tono general de la cinta es más bien bajo y el resultado me parece mediocre.
‘Reprise’ ha sido una de las últimas sensaciones del nuevo cine noruego. Fue dirigida en 2006 por el joven realizador Joachim Trier (no intenten buscar el parentesco). Trier ha paseado su cinta por varios festivales y ha cosechado numerosos galardones. He de reconocer que, tras unos buenos primeros minutos, comencé a dudar: Demasiados peinados a la moda, jerseys de Lacoste, polos Fred Perry, música y camisetas de Joy Division, Ramones y New Order. Son los pijos noruegos con ínfulas intelectualoides, pensé. Afortunadamente, debajo de esa estética de anuncio de BMW (muy interesante por otra parte) hay algo más. Y ese algo es la incomodidad, la desazón, la frustración que produce el éxito, la insatisfacción de unas vidas fragmentadas por las circunstancias y por las complejas mentes de sus protagonistas.
‘Reprise’ ofrece debajo de ese inmejorable envoltorio una obra narrativamente compleja, quizás excesivamente fría para nosotros y falta de sentimientos creíbles. En algunos pasajes coquetea con algo parecido a un existencialismo a lo moderno que, sinceramente, no me parece muy creíble.
Phillip y Erik son dos jóvenes aspirantes a escritores. Phillip cumple pronto su sueño y ve como su primera novela se publica con relativo éxito de crítica y público. Pero este éxito pronto se volverá en su contra. Su incapacidad para asumir el futuro, para seguir escribiendo, el fin de la inspiración, le aterran. Pronto se verá invadido por la inseguridad hacia sí mismo y hacia los demás y lo llevará al borde del abismo. Paradójicamente, Erik encaja con deportividad la falta de interés de las editoriales por publicar sus trabajos. A pesar de todo, la amistad entre ellos nunca se romperá.
Es fácil caer en el error de los principiantes. Eso en cine y en el resto de las artes se paga, porque se corre el riesgo de ser demasiado pretencioso a la vez que vacío y/o fabricar un pastiche de difícil digestión. En este caso se atisba algo de eso, pero por suerte Trier ha sabido contenerse y evitarlo a tiempo. Esperamos con interés su segunda película.
rmbit está bajo una licencia de Creative Commons.
Plantilla de diseño propio en constante evolución.
Página servida en 0,049 segundos.
Gestionado con WordPress