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La bitácora personal de Ricardo Martín
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14 de septiembre de 2011

Visita fallida a las Cuevas de Hércules de Toledo

Uno de los problemas de no ir bien informado a un viaje es que nos podemos dejar lugares interesantes por visitar. Algo así ocurrió en nuestra reciente visita a Toledo. Mi intención era ver aquellos lugares más típicos. A saber, la Catedral, el Alcázar, la Casa del Greco, la sinagoga de El Tránsito y un larguísimo etcétera. Como era un viaje relámpago de un solo día, era materialmente imposible verlo todo, así que dedicamos las tres últimas horas a vagar por esas callejuelas menos típicas del casco antiguo, donde no hay turistas y el silencio es casi total.

En cada una de esas calles encontramos algo curioso o al menos digno de ser recordado. Caminamos entre edificios ruinosos, en obras, con ropa tendida bajo las ventanas y las puertas de las casas abiertas de par en par. También bonitos patios absolutamente ocultos y supongo que casi vírgenes para los objetivos de las cámaras fotográficas. Recordé que existe una leyenda (¡hay tantas!) en Toledo acerca de las Cuevas de Hércules. Aunque con casi toda seguridad se trate precisamente de eso, de una leyenda, pensé que merecería la pena acercarse hasta el entorno de la calle de San Ginés, en pleno corazón del montículo sobre el que sitúa la Ciudad Imperial.

Dicha leyenda se entronca con lo más antiguo de la historia de España. Un relato en el que se mezclan cristianos, moros, romanos, visigodos, arqueología bíbllica, tesoros ocultos y maldiciones entre otros ingredientes. Según la entrada que dedica la Wikipedia:

Según la leyenda, Hércules edificó un palacio encantado cerca de Toledo, construido con jade y mármol, y ocultó en su interior las desgracias que amenazaban a España. Puso un candado en la puerta y ordenó que cada nuevo rey añadiera uno, ya que las amenazas se cumplirían el día en que uno de ellos fuera curioso y entrara. Según la leyenda, Don Rodrigo fue ese rey, y del palacio sólo queda la actual cueva que ocultaría maravillosos tesoros, entre ellos la famosa Mesa de Salomón.
En los últimos años, buscadores de tesoros investigan por las cuevas y subterráneos de Toledo, dando por hecho que el verdadero tesoro de los reyes visigodos nunca fue encontrado ni abandonó la capital.

Pero lo cierto es que se desconoce qué parte de realidad contiene dicho relato e, incluso, su ubicación real. Aunque la tradición lo sitúa en el subsuelo del ya citado callejón de San Ginés, nada hace suponer que las cuevas rehabilitadas en 2009 lo sean. Lo único cierto es que el lugar fue habitado desde al menos los tiempos romanos, que construyeron allí un depósito de agua. Con posterioridad, en época visigoda se construyó un templo cristiano, que sirvió de base para erigir otras iglesias en los siglos sucesivos. En 1841 fue demolida debido a su estado de ruina.

Tras pasar por San Ginés y no encontrar rastro de la cueva, comenzamos a caminar por los alrededores, visitamos unas termas romanas en la cercana plaza de Amador de los Ríos y a la salida dimos con la entrada a las cuevas, en el callejón de San Ginés número 3, pero por desgracia ya estaba cerrado. Habíamos pasado cerquísima y no dimos con su ubicación…

Y para terminar, una crónica publicada en el Semanario Pintoresco Español en 1840 sobre las Cuevas de Hércules. Recordemos que hasta el año siguiente no se derribaron los restos de la iglesia de San Ginés. El artículo, firmado por M. Magán, cuenta entre otras cosas lo siguiente:

[…] Su existencia es segura e indubitable. Tiene su entrada y principio en la iglesia parroquial de san Ginés, situada casi en lo más alto de la ciudad. El arco o puerta por donde se entra está en una bóveda de la misma iglesia, que llena de escombros y cadáveres, le encubre casi todo, advirtiéndose tan solo la estremidad de la clave, y un poco del muro o tabique que cierra la entrada.

Camina esta cueva, según dicen los que hablan de ella, por bajo de tierra hasta el espacio de tres leguas, y aunque en su principio no fuese tan grande, los usos para que en lo antiguo la aplicasen, serían causa de su engrandecimiento y latitud. Su fábrica y adorno interior aseguran que es raro, por la compostura de arcos, pilares y labradas piedras de que está adornada, y para prueba de la longitud de la cueva refieren que un muchacho despaborido, huyendo del justo castigo que le iba a imponer su amo, se entró sin reparar por ella adentro, y andubo tanto espacio, que vino a salir a tres leguas de la ciudad, camino de Añover de Tajo.

31 de agosto de 2011

Los descifradores del manuscrito Voynich

Aprovechando que estos días se está reponiendo en La 2 el documental ‘El códice Voynich. El manuscrito más misterioso del mundo.’ y que nunca he hablado de este enigmático libro hasta la fecha, voy a dedicar este post al ya mencionado manuscrito Voynich. No voy a entrar en la historia interesantísima del documento, ni a su polémica autoría. He preferido centrarme en los esfuerzos que muchos estudiosos, investigadores, criptógrafos y bibliófilos en general han realizado para descodificar un libro que está escrito en un idioma desconocido. O al menos con unos caracteres nunca antes vistos. De ahí su fama.

Existen dos principales estudiosos que, a lo largo del siglo XX, han realizado investigaciones sobre el tema (aparte del propio descubridor, Wilfrid Voynich). Son William Newbold y Robert Brumbaugh. Aunque vivieron en diferentes épocas, ambos defendieron la teoría de que el manuscrito fue ideado por Roger Bacon, monje británico del siglo XIII, siguiendo un sistema de cifrado más o menos complejo. Newbold publicó en 1922 un ensayo titulado ‘The Cipher of Roger Bacon’ donde propuso un método que se basaba en la transcripción de pares de símbolos. Creó una tabla con todas esas posibles combinaciones y les asignó una equivalencia en el alfabeto latino. Por su parte, Brumbaugh expuso en su ‘The Voynich Roger Bacon Cipher Manuscript’ (1976) un método basado en criptografía avanzada. Todo demasiado complejo…

Quizás pensando en el principio de la navaja de Occam, Edith Sherwood presentó su teoría ante el gran público en 2009. Se trataba de un método de descodificación extraordinariamente sencillo. La clave es que, mientras sus colegas siempre pensaron en la autoría de Roger Bacon, un británico que tal vez escribió en latín o en inglés medieval, ella apuesta por un origen italiano, en mi opinión mucho más acertado. Sherwood apuesta por que cada palabra no es más que un anagrama de un vocablo del italiano antiguo. Como no tenía ni idea del idioma de Dante, se las ingenió para hacerse con un buen número de manuscritos italianos de la época para comparar palabras y conceptos con las que aparecen en el Voynich, principalmente tratados medievales de botánica.

Y lo cierto es que, en su exposición, resulta convincente. Primero se convierte el alfabeto (según la teoría latino, aunque estilizado, del manuscrito) en caracteres más legibles y posteriormente se reordenan las letras para formar una palabra coherente con el contexto. Bien es cierto que aún no ha conseguido descifrar todo el texto, pero al menos ha proporcionado más respuestas y más coherentes que todos los que la precedieron. En su página web explica con detalle y sencillez el sistema que ha seguido.

Para terminar, os dejo con el documental que volvió a despertar mi curiosidad por este documento:

26 de agosto de 2011

Nuevos billetes de pesetas, un ejercicio de diseño

Como muchos sabréis, soy muy aficionado al diseño de papel moneda. En varias ocasiones he dedicado posts a este tema, normalmente coincidiendo con lanzamientos de nuevas series de billetes o con concursos de diseño de diferentes bancos centrales. Incluso me atreví a contar la historia de Yugoslavia a través de billetes, en una serie de cinco capítulos. Pero en esta ocasión me apetecía quedarme en casa, en nuestro Banco de España, para hacer un ejercicio de economía ficción. Se me ha ocurrido la peregrina idea de diseñar una nueva serie de billetes de nuestras queridas y añoradas pesetas. ¡Quién sabe si alguna vez nos toca volver a ella!

Lo primero que me planteé son los valores. Tradicionalmente, en las dos últimas series, la de 1979 y la de 1992, se han emitido billetes siguiendo la famosa regla 1-2-5 (es decir, 1000, 2000, 5000, 10000 pesetas) con algunas excepciones en el primer caso, como el inusual billete de 200 pesetas o el de 500. Se supone que un retorno a la moneda nacional supondría una devaluación, con lo que quizás el valor de 1000 pesetas (6 euros) sobraría y podría plantearse la incorporación a la familia de uno de 20000 (120 euros). Finalmente opté por no variar los clásicos 1000, 2000, 5000, 10000.

El segundo aspecto consistía en elegir la temática de la serie. Como sabéis, la de 1979 se dedicó a literatos (Leopoldo Alas «Clarín», Rosalía de Castro, Benito Pérez Galdós y Juan Ramón Jiménez) y la de 1992 a personajes relacionados con el descubrimiento de América (Francisco Pizarro, Hernán Cortés, José Celestino Mutis, Cristóbal Colón y Jorge Juan). En un principio barajé la idea de usar pintores españoles del siglo XX (Picasso, Dalí, Miró y Tàpies concretamente), pero finalmente pensé que sería una buena idea recuperar a aquellos científicos, ingenieros e inventores que, no siendo excesivamente conocidos, marcaron un antes y un después en la historia de la técnica y la ciencia de España. A la vez también se pretende fomentar la imagen de España como un país de innovación, de grandes personajes que contribuyeron a nivel mundial a crear el mundo tal y como ahora lo conocemos.

Las efigies que finalmente aparecen en los billetes son:

  • 1000 pesetas. Juanelo Turriano. Aunque italiano de nacimiento, Turriano ideó una gran cantidad de ingenios, desde autómatas (el Hombre de Palo), relojes y, sobre todo, un artefacto que permitía elevar el agua desde el Tajo hasta la ciudad de Toledo.
  • 2000 pesetas. Miguel Servet. Político, teólogo y científico aragonés, ha pasado a la historia por sus descubrimientos en torno a la circulación de la sangre.
  • 5000 pesetas. Leonardo Torres Quevedo. Uno de nuestros ingenieros más injustamente olvidados. Artífice del control remoto por radiofrecuencia (el telekino), la calculadora eletromecánica o el transbordador aéreo que cruza las cataratas del Niágara y que aún permanece en funcionamiento.
  • 10000 pesetas. Severo Ochoa. Junto con Santiago Ramón y Cajal, el científico español más importante del siglo XX y premio Nobel por su descubrimiento sobre la síntesis del ARN.

Algunos datos técnicos. Los diseños han sido realizados con Adobe Photoshop e Illustrator y he tomado como inspiración algunos diseños de billetes verticales como los suizos. Sobre las medidas de seguridad que todo billete ha de llevar hoy día no han sido contemplados, ya que sólo es un prototipo, un diseño conceptual, aunque la idea es incorporar un holograma en la zona blanca. Además, el material en el que estarían fabricados sería plástico polímero en vez de papel, lo que proporciona más versatilidad a la hora de incluir elementos diferenciadores, como relieves para invidentes o transparencias, muy difíciles de falsificar.

21 de agosto de 2011

Coches eléctricos en el siglo XIX

Se suele decir que ya está todo inventado. Este refrán, a veces tan manido, nunca pensé que podría aplicarse al mundo de la tecnología. Pero lo cierto es que, revisando unos números de ‘La Ilustración Española y Americana’ me topo con un artículo dedicado ni más ni menos que a unos coches eléctricos que funcionarían en la Exposición Universal de París de 1900. La sorprendente historia viene con varias fotografías de rudimentarios automóviles (apenas hacía diez años que el invento había visto la luz). El cronista de la época lo contaba así:

De aquí a dos o tres semanas, la Compañía de coches que con tanto acierto preside Mr. Bixio, cuyo nombre es popularísimo en el mundo comercial, pondrá al servicio público un centenar de coches movidos por la fuerza eléctrica y destinados a servir de experimento, de ensayo práctico, si así puede decirse. De los resultados de esta tentativa audaz depende que los visitantes de la Exposición de 1900 encuentren un servicio cómodo, rápido, elegante y barato para visitar París recorriéndolo en todas direcciones sin los inconvenientes de la tracción animal y sin el touf touf desagradable del motor de petróleo.

La velocidad máxima de estos artilugios era, según el texto de 15 km/h. Esta limitación no era precisamente por la tecnología, sino que es una autorregulación para evitar atropellos a los transeúntes, acostumbrados a los vehículos de caballos fácilmente esquivables incluso si el peatón circulaba por el medio de la calle. Muchos de vosotros pensaréis que esto del coche eléctrico fue algo minoritario, pero la verdad es que fue la tecnología que predominó hasta los años 20. Al comenzar a escribir este post no tenía ni idea, pero el dato es cierto. Sólo a partir del final de la primera guerra mundial, el petróleo comenzó a distribuirse masivamente y su precio descendió. Al mismo tiempo, la técnica hizo los motores de combustión más silenciosos y fiables. Los coches eléctricos entraron entonces en declive.

Pero no deja de ser sorprendente que, algo que ahora estamos redescubriendo, fuera algo habitual en los automóviles de hace más de un siglo…

10 de agosto de 2011

Zamora en la vieja prensa ilustrada (y III)

Cerramos esta serie de artículos con la tercera entrega. Quizás rebuscando un poco más podrían extraerse infinidad de artículos, fotografías y detalles curiosos, pero mi tiempo es limitado. Comenzamos con un recorte que no pertenece a ‘La Esfera’, sino a otra publicación llamada ‘El Lábaro’. También cambiamos de época. De los años 1910s y 1920s nos retrotraemos hasta 1906, concretamente al 1 de febrero. El autor del texto, Baldomero G. Galán, se dedica a la alabar sin descanso la ciudad y sus gentes. Un pequeño ejemplo:

Vosotros, los que sólo sabéis de ella lo que la vieja historia cuenta, los que no la conocéis por vista de ojos, ignoráis cómo es Zamora. […] Cierto que todavía ciñe, en parte, a la ciudad un gracioso ceñidor de cubos y de almenas, y que aquella famosa «torre mocha» del romance da su imagen a las ondas del Duero caudaloso […] Pero, entrad en la ciudad, recorred sus limpias calles placenteras, inundadas de luz que baja a chorros del más alegre de los cielos […] asomáos a las murallas que, más que para la defensa de la ciudad, parecen construidas para que los moradores de ésta gocen de la vista deliciosa de aquel campo […] ¡Qué bien se vive en Zamora! A los ocho días de llegar a ella ya el forastero es conocido y conoce a la población entera; ya son todos sus amigos. Ya juega en el casino una partida de palos con «coro general» […] y ha saboreado las anguilas del Duero en el cañal de Guerra, y comido exquisitos cangrejos y lechugas, guisados por «la Gregoria», en los Tres Árboles…

Este artículo tan laudatorio se acompaña de algunas fotografías bastante interesantes, sobre todo la de la derecha, donde podemos ver una vista prácticamente inédita de la catedral desde el interior de la llamada Casa del Cid, que hoy es una propiedad privada:

Ya para finalizar una última curiosidad. Dos fotografías que nos ofrecen una panorámica de Zamora tomadas casi desde el mismo lugar (quizás San Frontis o Pinilla). Una de ellas es de Charles Clifford, el fotógrafo galés al que le dedicamos ya un artículo y que recorrió España para dar a conocer nuestro patrimonio a través de ese nuevo invento que era la fotografía. La imagen es de 1854, fecha en la que está datada esta imagen, con lo que podemos decir, que junto con aquella, es la foto más antiguas tomada de la ciudad. La segunda es de J. Laurent y está datada hacia 1870. La diferencia entre ambas fotografías (salvo el encuadre) es prácticamente nulo. Los mismos edificios, las mismas huertas e incluso los mismos carros. 16 años de diferencia a mediados del siglo XIX no debían suponer gran cosa en una sociedad donde la tradición mandaba y las generaciones pasaban sin apenas novedades. Quizás algunos de los habitantes de esas casuchas llegarían a ver el esplendor del siglo XX…


25 de julio de 2011

Zamora en la vieja prensa ilustrada (II)

Retomamos nuestro viaje por la visión de Zamora que la prensa ilustrada antigua nos ofrece con un nuevo artículo. En esta ocasión me encuentro con un breve texto dentro de la serie que ‘La Esfera’ dedicó a las capitales españolas. Nada especialmente curioso o destacable nos cuenta su autor, Federico Pita, más allá de los clásico tópicos sobre el pasado de la ciudad, o su «quietud»:

[…] Zamora, si no la vemos con una retina llena de visiones pasadas, pierde su mayor encanto.

El palacio de Doña Urraca; los puentes que cruzan el Duero; la Basílica del siglo XII, que tardó veintirés años en erigirse; las iglesias de San Martín, Santa Olalla y San Miguel, todo es típico, todo recuerda algún hecho de la Historia, que se gravó en las piedras o se conserva en la ofrenda piadosa.

Zamora vive de pasados siglos; los vive por su aspecto y su quietud, y éste es el mayor encanto que presenta. Los pueblos históricos no debían de variar su fisonomía jamás: enseñan más que las páginas escritas por los hombres.

En el primer capítulo de esta serie comentamos que ‘La Esfera’ se destacó por la defensa del patrimonio artístico de las ciudades, y que Zamora no fue menos. Existen al menos dos textos que denuncian el estado de abandono de monumentos señeros de la ciudad. El primero lleva el título de «¿Qué haremos de nuestras viejas ciudades? Zamora, la románica». Este artículo escrito por Luis Bello es interesante por lo que tiene de adelantado a su tiempo, de profético de lo que luego ocurriría: recuperar el patrimonio monumental dentro de su contexto así como recuperar el río para los ciudadanos. He aquí un fragmento:

[…] Nuestras viejas ciudades se deshacen en polvo. Zamora, la románica, por ejemplo, ha perdido en un siglo mucho más que Toledo, y a Toledo no va quedándole más que la piedra, porque no puede irse río abajo. Esta es la actitud dolorida que solemos tomar ante la ruina de las ciudades españolas.

[…] En el castillo de Zamora, frente a la vega, al pie de la robusta torre catedralicia, viendo la famosa linterna bizantina, que por sí sola convierte el viejo edificio en una joya, un español ha de pensar fatalmente en el destino de estos rincones, tan semejantes a pudrideros u osarios donde la Historia va poco a poco descarnándose y convirtiéndose en esqueleto o en momia. ¿Qué haríamos de este campo lleno de cascote, pedruscos y malas hierbas? ¿Cómo lo limpiaríamos sin vulgarizarlo, sin quitarle su aspecto severo? ¿Un jardín? ¿Una plaza de guijos, menudos, arrecifada, con aceras armónicas hasta el mismo borde de las murallas; sin árboles o con muy pocos árboles, bien situados; y una doble y recta cenefa de arrayanes?

[…] La Zamora del siglo XX ganaría mucho si lograra enmarcar dentro de su campiña, junto a un río que tiene todavía grandes destinos, y sin desatender la modernidad de un collar de gran ciudad contemporánea, todo lo que le queda todavía del siglo XIII. Como en el parque versallesco luce la estatua clásica, así triunfa la iglesita románica en el centro de un pueblo nuevo. Pero si son estos grandes testimonios del pasado: la catedral, el puente o el castillo de Zamora, entonces el conjunto sube de valoración para entrar en la categoría de las cosas únicas.

Me gustaría saber lo que pensaría el autor de todas las actuaciones que han tenido lugar en el entorno del castillo en los últimos años. Seguramente serían de su agrado…

El segundo artículo que os quería comentar es más bien una curiosidad no exenta de denuncia. Se titula «Una iglesia románica de Zamora convertida en carbonería». Leyendo el texto veo que se trata de la iglesia de San Leonardo, el eterno templo abandonado que incluso muchos zamoranos no sabrían localizar. La que fuera una de las iglesias principales de la antigua Puebla del Valle, también sede de la judería zamorana, es el centro de atención para el periodista que ya a finales de los años 1910s dudaba de la idoneidad de su uso.

Tras su expolio o venta (según lo que he leído en la Wikipedia y en alguna otra fuente, muchas piezas decorativas del monumento fueron enviadas a los Estados Unidos y están expuestas en el Metropolitan Museum de Nueva York, aunque no he conseguido ver una sola fotografía de alguna de esas piezas) hoy día apenas quedan unos pocos muros de piedra que casi nos dan pistas de su naturaleza de antiguo monumento románico. El autor habla del lamentable estado de la iglesia y de su uso para tareas prosaicas. Por lo que se puede ver en la fotografía que acompaña al artículo (y a este post), a principios del siglo XX aún se conservaba gran parte del edificio.

Transcribo un fragmento del texto:

Para encontrar una iglesia románica convertida en almacén de carbón es preciso llegar a España y correr las calles de Zamora. Hay allí tal abundancia de vestigios del arte románico, empezando por la Catedral, que el vecindario y el clero de Zamora no creyeron preciso organizar una resistencia seria para impedir la profanación. […] Esta iglesia románica […] tiene las características esenciales; y como no ha sido renovada ni modificada como casi todas las de su época, conserva todavía las vigas de madera de la techumbre, como los templos bizantinos del norte de Italia.

Cerca de esta iglesia […] está situada la de Santa María de Horta. Aquí también se ha aproximado el negocio del carbón; pero no ha llegado a posesionarse del interior. […] Junto a la carbonería hay también una fábrica de electricidad. La chimenea, muy esbelta, se eleva por encima de la torre, y es difícil obtener una buena fotografía sin que asome sobre las viejas piedras el ladrillo de la moderna construcción industrial.

[…] La iglesia románica convertida en almacén de carbón es espectáculo un poco fuerte, y que a los buenos comerciantes, así como al Clero y al Ayuntamiento que lo consienten, se les ha ido la mano.

21 de julio de 2011

Zamora en la vieja prensa ilustrada (I)

Seguir la pista de Zamora en publicaciones antiguas es una actividad que siempre me proporciona buenos momentos y, sobre todo, muchas sorpresas. Cuanto más antiguas mejor. La Biblioteca de Prensa Histórica es todo un filón para los que nos gusta hacer de ratón (digital) de biblioteca. Desconozco si lo que os voy a mostrar ha sido ya recuperado anteriormente en alguna publicación o en algun sitio web. Lo cierto es que el material, sobre todo en lo que respecta a las fotografías, no lo he encontrado en ningún libro de imágenes antiguas de la ciudad. Para elaborar este artículo me he centrado en una sola publicación, ‘La Esfera. Ilustración Mundial’, cuya existencia transcurrió entre 1914 y 1931. Se trataba de un semanal cultural, con ciertas notas de actualidad y de información de sociedad. Su diseño modernista también llama la atención y le da un aire muy llamativo y cosmopolita, sobre todo en sus bonitas ilustraciones. Desde un primer momento, ‘La Esfera’ se preocupó de recuperar mediante fotografías el patrimonio monumental español y denunciar, como veremos, los atropellos de las autoridades, que no dudaban en demoler o en dar usos denigrantes a edificaciones de incalculable valor histórico y artístico.

Nuestro particular recorrido comienza un mes de abril de 1916. Dentro de la serie «Frases históricas españolas» nos encontramos con «No se Ganó Zamora en una Hora», un artículo que trata sobre la naturaleza indomable del espíritu zamorano a lo largo de la historia. Lo interesante del asunto son las fotos de cómo se encontraba el Castillo de Zamora a comienzos del siglo XX que acompañan al texto. Aspecto que, por otra parte, no se diferencia demasiado del que presentaba hasta su remodelación hace bien poco. Como curiosidad, se destaca la visita a la fortaleza de la por entonces popular actriz Rosario Pino, que se retrato junto a sus muros. Para que os hagáis una idea del tono con el que Julio Hoyos escribió el texto os transcribo el fragmento final:

Pero ahí está en pie proclamando su lealtad y su heroísmo, el histórico baluarte zamorano. Sus piedras se yerguen con la gallardía de tanta grandeza pasada, desafiando el transcurso de los años que, como el brío del enemigo, se estrella en la fortaleza de su resistencia. Ya no ondean los regios pendones castellanos; ya no suenan los estridentes clarines ni los roncos atambores; no se escucha el bronco choque de las bélicas armas ni por sus aspilleras asoman las ballestas y los arcabuces. Mohosas están las cadenas de su puente levadizo y casi cegados sus amplios fosos, tumba de tantos valientes; florecen las ortigas en su patio de armas y desportillados están sus calabozos…; ¡pero ved todavía, con la misma gentileza de antaño, el arrogante orgullo de su torre del homenaje que tiene por campo azur el mismo cielo que vio sus pasadas grandezas y no las olvida, como los pueblos su historia!



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