Los últimos años del siglo XIX estuvieron dominados por una fiebre por la tecnología, la innovación y la inventiva. La electricidad, la bombilla, la radio, el automóvil y muchos otros inventos que hicieron que hoy, ya en el siglo XXI, todo sea como lo conocemos. Se equivocan los que piensen que sólo se inventaba en «el extranjero». El caso de Torres Quevedo es sólo un ejemplo de gran inventor nacional. Pero incluso si cogemos la lupa y ampliamos el mapa, en nuestra propia provincia existieron humildes inventores que, con los pocos medios de que disponían, ideaban y planeaban (aunque no siempre construían) sus creaciones.
Buscando en la hemeroteca del Heraldo de Zamora, he encontrado el curioso invento de Baltasar Martínez Barrón, un benaventano que diseño y presentó su aparato volador ante una comisión del ministerio de la Guerra. El bueno de Baltasar ya había patentado su invento. Intentaba ahora conseguir dinero para hacer realidad el proyecto. El periódico dedicaba un extenso artículo el 31 de enero de 1898 a este evento. Éste es un resumen:
Don Baltasar Martínez Barrón, del partido de Benavente, ha obtenido patente de invención por un aparato de navegación aérea del cual hemos podido procurar las siguientes noticias:
Un modesto vecino de un pueblo de Castilla la Vieja, que sin conocimientos científicos de ninguna clase, sin conocer las leyes de la mecánica y sin más guía que un instinto maravilloso y un espíritu de observación poderosísimo, ha llegado a impresionar a personas tan competentes como las que formaban la comisión encargada por el ministro de la Guerra de dar su dictamen sobre los trabajos presentados por don Baltasar Martínez Barrón, que así se llama el autor a que nos referimos.
[…] Consiste el aparato ideado por el señor Martínez Barrón en un cilindro provisto de una especie de cortavientos destinado a cortar el aire; de dos aletas, de dimensiones proporcionadas y de una cola o timón, que regula la dirección de dicho aparato. Una máquina de petróleo de un de los sistemas más conocidos, de fuerza de siete caballos, capaz, según los cálculos del inventor, de producir la ascensión del aerostático, o mejor dicho, del aereoplano, cuyo peso total es de 1.175 kilogramos, pone en movimiento las aletas, y éstas, a semejanza de lo que hacen las de las aves, imprimen un movimiento ascensional siguiendo la dirección de un plano inclinado y con una velocidad igual que la de las aves más ligeras.
El descenso se hace sin necesidad de que funcione el motor, por el mismo peso del aparato y siguiendo siempre la dirección de un plano inclinado, asegurando el inventor que este descenso se verifica con tal suavidad, que ni el más pequeño movimiento se advierte en los objetos contenidos en su interior.
[…] La velocidad que puede alcanzar es prodigiosa, pues según asevera el inventor puede recorrer 85 kilómetros por hora.
Nada he podido averiguar sobre Baltasar Martínez Barrón. Su historia se desvanece más allá de esta noticia. Imagino que no consiguió el dinero suficiente para seguir investigando y probar y mejorar su invento. La historia nos dice que cinco años después, los hermanos Wilbour y Orville Wright consiguieron, con su estrafalario aparato, volar durante 12 segundos. Otros cinco años más tarde, ese vuelo fue de 62 minutos. Había nacido la aviación.