Incendios, como cada verano
Todos los veranos tenemos que pagar un ingrato e innecesario peaje. Los incendios forestales son uno de los grandes problemas ecológicos que padecemos en nuestro medio ambiente que ya de por sí va desertizándose a marchas forzadas. En esta época siempre tenemos que lamentarnos de miles de hectáreas de bosque quemado aquí y allá.
Este verano quizás hayamos llegado al clímax de esta locura, no ya por cantidad de terreno quemado, sino por la virulencia, la persistencia de éstos y su cercanía a los núcleos de población. Durante la semana pasada y lo que llevamos de ésta hemos contemplado atónitos como el número de incendios disminuía y volvía a aumentar a continuación. A estas alturas nadie duda ya de que estamos ante centenares de incendios provocados por tal vez docenas de personas entre las que aún no han podido establecerse relación. Los investigadores realizan ya sus tareas a la búsqueda de una motivación, si es que puede haber alguna, en esta salvaje oleada. Las hipótesis son numerosas y supongo que la verdad estará compuesta por muchas de ellas. Por un lado la venganza contra vecinos de determinadas zonas por diversas razones, la revancha de personal de extinción no contratado para esta campaña, motivaciones políticas contra el gobierno bipartito de la Xunta de Galicia, especulación inmobiliaria o simples desequilibrados mentales.
Ante este panorama todos los medios se ha revelado insuficientes. Ni los bomberos de media España, Portugal, Italia o Francia han conseguido extinguir o siquiera controlar todos los incendios. Ahora se espera que las lluvias que puedan caer los próximos días alivie la situación.
Y después quedarán las cenizas y los árboles quemados. Terreno que con suerte volverá a ser verde en unos cuarenta años en los que el efecto del propio agua y el viento causarán una erosión, lo que significa que una parte del bosque gallego nunca se recuperará totalmente de esta catástrofe.