Creer, no razonar
El diario El Mundo sigue en su mundo. Un mundo nada agradable. Un mundo repleto de conspiraciones, golpes de estado encubiertos, maniobras y subterfugios. Un mundo donde las voluntades se compran y nada es lo que parece. Y para desentrañar esa maraña sórdida están ellos, que ofrecen a sus lectores una ración de realidad cada día, por dura que sea. Alguien tiene que dar la píldora roja de la verdad a los ciegos españolitos de a pie que compran el diario.
Lo peor de todo es la voluntad de creer. Como en cualquier religión, esa voluntad va bastante más allá de la razón para entrar en el terreno de la fe. Era fácil encontrar feligreses de esta religión entre determinados sectores. Por ejemplo, entre todos aquellos a los que el 14-M se les quedó cara de tonto y repetían una y otra vez «no puede ser». Secretamente tenían una necesidad de creer que hubo «algo más que derrocó» a Aznar. La llegada de su mesías Pedro J. fue providencial. Era el momento de fabricar una realidad a la medida, por irreal que fuese. Lo que se cocinó fue una conspiración disparatada con tintes peliculeros donde los únicos que no estaban implicados eran ellos. A pesar de lo ridículo de la teoría (que ya ha tenido numerosas y discretas mutaciones) la necesidad de creer era mucho más fuerte.
Dentro de los adeptos hay todo tipo de gente. Desde jueces o políticos que, a sabiendas de que todo es falso, les conviene la teoría para sus intereses hasta ciudadanos crédulos con pocas dotes de razonamiento. Mucho me temo que el ruido de fondo seguirá oyéndose más allá de la sentencia del 11-M, cuando los magistrados de la Audiencia Nacional certifiquen la autoría islamista del atentado. Ellos ya no volverán a la realidad.
De nada va a servir la encomiable tarea de webs como Desiertos Lejanos o el wiki del 11-M de Escolar.net (por citar dos), donde se desmonta todas y cada una de las supuestas pruebas de la conspiración, porque el que tiene la necesidad de creer va a creer, no a razonar.