Los ministros y el poder efectivo
He oído unas cuantas declaraciones ya (no sé si llamarlas reacciones) sobre la composición del nuevo Gobierno de Zapatero. Como España es un país de criticar primero y preguntar después, esa primera reacción por parte de algunos sectores de la derecha o cercanos a ella ha sido como era de esperar: la demostración de que en nuestro país aún quedan muchos elementos reaccionarios (viene bien esta palabra) que despachan con cajas destempladas cualquier movimiento que nos haga avanzar.
Y que conste que soy el primero que piensa que la distribución de los ministerios y sus titulares tiene bastante de publicitario y de declaración de intenciones más que de valor efectivo. La diferencia es que, en mi opinión, así debe ser un Gobierno del siglo XXI. Nos guste o no, vivimos en la era de la imagen, de los golpes de efecto informativos. La peculiaridad de la anécdota es lo queda después de la información. Y si no ¿de qué se iba a hablar en los bares de un país que es un gigantesco patio de vecinas? Nombrar a la ministra más joven de nuestra historia, situar a una mujer al frente de un ministerio como el de Defensa o que el total de ministras sea superior al de ministros son precisamente eso, una declaración de intenciones puramente simbólica.
El poder operativo y de aplicar las políticas diseñadas por un Gobierno no reside en los ministros, sino en sus subordinados y asesores. Bueno, ni siquiera eso. Los Secretarios de Estado y los Directores Generales, el segundo y tercer escalón del organigrama, son también puestos meramente representativos y de impulso de estrategias, pero en ningún caso son operativos. Tenemos que irnos hasta los Subdirectores Generales para encontrar los primeros directivos, altos funcionarios, con mucha experiencia en la gestión administrativa y preparados para aplicar lo que se les encomienda desde el Gobierno. A partir de aquí comienza el trabajo real y la tarea que me parece más difícil, que es aplicar un programa de gobierno a la dura realidad.