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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
20 de septiembre de 2010

En Barcelona (I): Cosplayers en la Plaza de España y Montjuic internacional y olímpico

Hoy comenzamos un serial coleccionable donde se relata nuestras aventuras y desventuras por la Ciudad Condal. Su historia, sus monumentos y sus curiosidades quedarán reflejadas en estas diez entregas. Mi intención es que tenga periodicidad diaria, aunque eso no es obstáculo para que algún día dedique mi post a otros asuntos. Posiblemente a algunos les aburra y a otros les divierta. Lo que pretendo es ofreceros una guía un tanto particular, con algun consejillo que otro, del viajero que llega por primera vez a Barcelona.

Hay muchas formas de enfrentarse a esta ciudad, tantas como barcelonas hay. Se ha convertido en un tópico recurrente, pero lo cierto es que son varias ciudades en una. Poco tiene que ver la Barcelona del Ensanche (Eixample) con la del Barrio Gótico (Barri Gòtic), con la del resto de la Ciutat Vella (la Ciudad Vieja), con la Barcelona Olímpica, o con la de las playas. Por eso, este acercamiento, sin dejar de ser incompleto y sencillo, ha sido suficiente para capturar todas las esencias de cada una de esas ciudades.

En dos horas y media exactas habíamos llegado a la estación de Sants. Eso significaba un cuarto de hora de adelanto. Todavía no era del todo consciente de que habíamos recorrido en un tiempo insólito los seiscientos veinte kilómetros que nos separaban de Madrid. Pero sí, lo cierto es que Barcelona estaba ahí, con su calor y su humedad, con sus taxis negros y amarillos y sus bicicletas. Afortunadamente, a la sombra podía notarse una agradable brisa fresca.

Animados y con ganas de estirar las piernas nos dispusimos a pasar la mañana en Montjuic, avanzando por la calle Tarragona hasta la Plaza de España. Por el camino, y pasando por el parque Joan Miró, vimos la famosa estatua “Mujer y Pájaro” (“Dona y Ocell”), inaugurada en 1983, poco antes de la muerte del artista catalán. Fue un poco decepcionante ver el estado de abandono de esa plaza. Necesita una reforma y una limpieza.

Cuando llegamos, una de las primeras imágenes impactantes que vimos fue la de unos cosplayers, muchachos y muchachas emulando a sus personajes manga y anime favoritos. Estaban sentamos como si nada en los escalones del recinto de la Fira de Barcelona, junto a las Torres Venecianas, llamadas así por su parecido con las de aquella ciudad italiana y erigidas como punto de entrada para la Exposición Internacional de 1929. Esperaban quizás a un rezagado que probablemente aparecería vestido de Songoku. Pero no, se marcharon rápidamente sin darme la oportunidad de fotografiarlos de tapadillo. Imitando a los otakus disfrazados nos sentamos también a descansar.

Como era pronto, nos animamos a subir hasta el Palau Nacional, que alberga el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Lo hicimos cómodamente por sus escaleras mecánicas. Desde arriba las vistas eran espectaculares y no escatimamos en fotos y vídeos. De nuevo un descanso con Barcelona a nuestros pies y la iglesia del Sagrado Corazón, erigida a principios del siglo pasado a imitación (burda para algunos) del templo del Sacré Coeur de Montmartre en París, y el parque de atracciones del Tibidabo, con sus clásicos de siempre: la noria y el avión. Y a nuestro alrededor turistas y más turistas. De todos los colores y nacionalidades, aunque predominaban norteamericanos, italianos e hispanos de diferente origen.

Nuestra visita rápida a Montjuic finalizó con un paseo por el Anillo Olímpico, con la consabida entrada al Estadio Olímpico, rebautizado como Lluís Companys en homenaje al presidente de la Generalitat fusilado en 1940 en el foso de Santa Eulalia del castillo, no lejos de donde se ubica el estadio. Una vez dentro vimos como aún quedaba parte de la decoración de la reciente celebración del Campeonato de Europa de Atletismo. Desde uno de los laterales del estadio podían verse los cipreses del cementerio, de infausto recuerdo para los barceloneses, y parte de la fortaleza que corona la montaña.

El regreso, de nuevo encaramados a las escaleras mecánicas, fue muy rápido.

La estación de metro de Sants Estació, vieja, descuidada –aunque menos sucia de lo esperado– y de horrible estilo setentero (con las típicas losetas marrones de dibujos indescifrables y laberínticos) supuso nuestra primera incursión en el suburbano de la ciudad. Los vagones, que circulan en sentido opuesto a los madrileños, eran cómodos y habían sido renovados hacía no mucho tiempo. Tras pocas paradas nos dejó en la estación de Paral·lel, a pocos metros de la puerta del hotel Tryp Apolo donde nos íbamos a alojar. Desde la habitación las vistas de Barcelona eran buenas, con las torres (con sus respectivas grúas) de la Sagrada Familia a lo lejos. En los bajos del hotel está el Teatro Apolo, famoso en otros tiempos, cuando el Paralelo era un lugar de trasgresión y diversión para marinos de tierras lejanas, emigrantes y también lugareños. El actual edificio fue construido en 1991 sustituyendo a la vieja sala, ya muy deteriorada y decadente.



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