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La bitácora personal de Ricardo Martín
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23 de septiembre de 2010

En Barcelona (IV): Perdidos en el Ensanche, comiendo en la Manzana de la Discordia y visitando «los cuatro gatos»

A lo largo de nuestro trayecto hacia el Paseo de Gracia me fijé en los paneles con información del ayuntamiento para evitar la picadura del mosquito tigre (parece que está causando estragos en la ciudad) o para advertir a los vándalos de que “En Barcelona todo cabe pero no todo vale”. Ese es el lema que puede leerse en muchos lugares junto a diversos dibujos esquemáticos a la vez que explícitos.

Volviendo a nuestro camino, las consultas al plano fueron recurrentes, más de lo que hubiéramos querido. Sobre todo al cruzarnos con la Diagonal. La hemos seguido alegremente, pero cansados, hambrientos y sedientos, sentándonos en cada banco que encontrábamos para comprobar lo correcto o errático de nuestra posición dentro de la laberíntica cuadrícula del Ensanche. Eduardo Mendoza, en “La Ciudad de los Prodigios”, le dedicaba algunas líneas:

“El plan impuesto por el ministerio [Plan Cerdá], con todos sus aciertos, era excesivamente funcional, adolecía de un racionalismo exagerado: no preveía espacios donde pudieran tener lugar acontecimientos colectivos, ni monumentos que simbolizasen las grandezas que todos los pueblos gustan de atribuirse con razón o sin ella, ni jardines ni arboledas que incitasen al romance y al crimen, ni avenidas de estatuas, ni puentes ni viaductos. Era una cuadrícula indiferenciada que desconcertaba a forasteros y nativos por igual, pensada para la relativa fluidez del tráfico rodado y el correcto desempeño de las actividades más prosaicas.”

En uno de estos descansos técnicos, y en medio de la confusión típica de esos momentos vimos entre los árboles y, como siempre, por pura casualidad un bonito edificio modernista, la Casa Comalat, edificada bajo la idea de Salvador Valeri i Pupurull, y frente a ella el Palau del Baró de Quadras, sede de la Casa Asia, una obra de Puig i Cadafalch. Un poco más adelante nos sorprendió la Casa Terrades, más conocida como “Casa de les Punxes”, también de Puig i Cadafalch. Este palacete que ocupa una manzana el solito era una mezcla extraña y muy vistosa entre castillo de Drácula y Palacio de la Bella Durmiente. Cabe destacar los coloridos tejados que cubren las torres circulares y puntiagudas que dan nombre al palacio (punxes significa pinchos en catalán).

Un rato más tarde dimos por fin con la Plaza de Juan Carlos I y junto con ella descubrimos la furia antiborbónica de algún vándalo. Habría que recordarle los mensajes pro-civismo del alcalde Hereu. El Paseo de Gracia, a pesar de ser las tres de la tarde, estaba repleto de visitantes pululando por todas partes. No en vano, la Casa Milá o “La Pedrera”, apodo que proviene del aspecto de su fachada, es uno de los edificios más conocidos de la ciudad. Los primeros barceloneses en verla, rápidamente le encontraron el parecido con una cantera abandonada (una “pedrera” en catalán), por lo que puede decirse que el mote es más bien malicioso. No teníamos intención de entrar, así que después de hacer unas fotos continuamos paseo abajo. Todo él está adornado de farolas diseñadas no por Gaudí, como muchos creen, sino por el arquitecto municipal Pere Falqués en 1906. Curiosas por muchas razones, pero sobre todo por que cuentan en su base con un banco de azulejos elaborado con técnica del “trencadís”. Los probamos, pero nos resultaron algo incómodos. Y hablando de mobilario urbano, vimos por primera vez los semáforos (amarillos, por supuesto) ultraplanos y ultramodernos que rigen el tráfico de esta zona de la ciudad. Muy bonitos, pero seguro que no han sido baratos.

Avanzando un poco llegamos hasta la Manzana de la Discordia. Este nombre deudor de la mitología griega hace referencia a los tres edificios modernistas que se construyeron en esta misma manzana. A saber: la Casa Batlló de Gaudí, la Casa Amatller de Puig i Cadafalch y la Casa Lleó Morera de Domènech i Montaner. Representan las tres diferentes concepciones del modernismo catalán. Casi nada. Comimos en un local de comida rápida situado en la propia manzana para continuar nuestra ruta lo antes posible. Según se avanza hacia al comienzo del Paseo de Gracia, uno se da cuenta de que las fachadas de los edificios se vuelven más suntuosas. Es donde están las tiendas exclusivas, los lugares de ocio como salas de cine y grandes almacenes. Es la Barcelona clásica y burguesa que creció a finales del siglo XIX y comienzos del XX. También es una de las zonas más caras de Europa (y del mundo) a nivel inmobiliario.

Tras el descanso para la comida seguimos la marcha, ahora con destino al Barrio Gótico. Al pasar por la Plaza de Cataluña asistimos a un espectáculo ornitológico digno de una secuencia de la película “Los Pájaros” de Hitchcock. Espontáneamente, todas las palomas de la plaza –que no son pocas- echaron a volar en un alarde de sincronización, planeando a ras de suelo y en círculos alrededor de la plaza, para regocijo de unos y espanto de otros. No sabemos si esto ocurre a menudo. Nosotros al menos nunca habíamos visto algo así.

Bajamos a la Ciutat Vella (la ciudad vieja o casco viejo, que corresponde al antiguo recinto amurallado) por el Portal del Ángel, una amplia calle peatonal repleta de tiendas y de gente. Al pasar por el cruce con Santa Ana recordé la novela “La Sombra del Viento”. Ruiz Zafón sitúa precisamente en esta calle la librería de los protagonistas, los Sempere padre e hijo, y donde transcurre parte de la acción. Se trata de una estrecha callejuela provista, como tantas otras, de un encanto muy especial. Buscamos en el número 29 el pasaje hacia la plazoleta de Ramón Amadeu, lugar donde está el templo dedicado a Santa Ana y una floristería. Nos llevamos una desilusión cuando leímos en una nota que ese pasaje estaba cerrado por ser domingo por la tarde. Una pena, porque su claustro gótico es uno de los más bonitos y desconocidos de la ciudad.

Un poco más adelante, girando a la izquierda por la calle Montsió nos encontramos, un poco escondida, con una pequeña joya del modernismo, la Casa Martí, obra de Puig i Cadafalch. Es más conocida por albergar el famosísimo café restaurante Els Quatre Gats, un lugar donde se reunían para sus tertulias grandes celebridades del arte y la intelectualidad del cambio de siglo, aunque hoy día apenas algún curioso pasa por allí, se detiene un momento y continúa su camino. Lo apartado del lugar hace que sea uno de esos sitios aún por descubrir. Merece mucho la pena, porque todo el edificio es impresionante. Ruiz Zafón también hace referencia a este lugar en su novela:

«Els Quatre Gats quedaba a tiro de piedra de casa y era uno de mis rincones predilectos de toda Barcelona. […] Dragones de piedra custodiaban la fachada enclavada en un cruce de sombras y sus farolas de gas congelaban el tiempo y los recuerdos. En el interior, las gentes se fundían con los ecos de otras épocas. Contables, soñadores y aprendices de genio compartían mesa con el espejismo de Pablo Picasso, Isaac Albéniz, Federico García Lorca o Salvador Dalí. Allí, cualquier pelagatos podía sentirse por unos instantes figura histórica por el precio de un cortado.»



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