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La bitácora personal de Ricardo Martín
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25 de septiembre de 2010

En Barcelona (VI): El mamut de la Ciudadela y pijos en la Villa Olímpica

Nuestro primer destino del tercer día fue el Parque de la Ciudadela (Parc de la Ciutadella). Para llegar tomamos el metro hasta la estación de Ciutadella-Vila Olímpica. Nos perdimos un poco y rodeamos el recinto por la calle Wellington para dar con el Paseo de Pujades. Desde allí nos encaminamos hasta su entrada principal. Al menos nos sirvió para ver los modernos tranvías que circulan por algunas zonas de Barcelona, transitando por unas medianas cubiertas de césped que ocultan los raíles. Hubiera sido interesante subir a alguno de ellos. Dimos con el Paseo de Lluís Companys, construido para la Exposición Universal de 1888 a semejanza de los Campos Elíseos de París, con vistosas estatuas y farolas y un arco de triunfo de ladrillo en su inicio bastante aparente. Mendoza, en “La Ciudad de los Prodigios” lo describe así:

“Este arco, que aún hoy se puede admirar, era de ladrillo visto y estilo mudéjar. En la arcada figuraban los escudos de las provincias españolas; el de Barcelona estaba en la clave del arco. También había dos frisos, uno por cada lado; en los frisos unos relieves representan estas dos escenas: la adhesión de España a la Exposición Universal de Barcelona (en recuerdo de las disidencias habidas) y Barcelona en actitud de agradecer a las naciones extranjeras su asistencia. En ambos frisos la simbología era poco rigurosa. El Arco de Triunfo daba paso al Salón de San Juan, una avenida amplísima, arbolada, pavimentada con mosaicos y adornada por grandes farolas y también por ocho estatuas de bronce que recibían al visitante. Pase usted, parecían decir.”

El pasado de la Ciudadela es un tanto lúgubre. Su origen hay que buscarlo en el siglo XVIII, cuando el rey Felipe V construyó en este lugar una fortaleza que serviría para vigilar de cerca los posibles levantamientos de los barceloneses tras la ocupación de la ciudad por parte de las tropas borbónicas en 1714. Para ser erigida fueron derribadas más de 1200 viviendas. Buena parte del barrio de la Ribera fue destruido y sus habitantes tuvieron que desplazarse hasta lo que hoy es la Barceloneta. El odio de los nativos por el castillo de la Ciudadela fue tal que, en 1868, con la llegada de la Revolución Gloriosa, se decretó su demolición total y la donación de los terrenos a la ciudad. De la fortaleza primitiva se conservan el arsenal, la capilla y el palacio del gobernador.

El Parque de la Ciudadela también tiene un hueco en “La Ciudad de los Prodigios”:

“La Ciudadela, cuyo recuerdo vergonzoso aún perdura, cuyo nombre es sinónimo todavía de opresión, surgió y desapareció del modo siguiente: En 1701 Cataluña, celosa de sus libertades, que veía amenazadas, abrazó la causa del archiduque de Austria en la Guerra de Sucesión. Derrotado este bando y entronizada en España la casa de Borbón, Cataluña fue castigada severamente. La guerra había sido larga y encarnizada, pero sus secuelas fueron peores aún. Los ejércitos borbónicos saquearon Cataluña; contaban con la connivencia de los mandos y no escatimaron la inquina. […] Felipe V, duque de Anjou, era un monarca ilustrado. No era sanguinario, pero consejeros malintencionados le habían hablado pestes de los catalanes […] Por ello hizo construir en Barcelona una fortificación gigantesca, donde albergó un ejército de ocupación presto a salir a sofocar cualquier levantamiento. A esta fortificación se la llamó desde el principio «la Ciudadela». En la explanada de la Ciudadela eran ahorcados los reos de sedición; allí los cuerpos sin vida de los patriotas ejecutados eran dejados para pasto de los buitres. Por fin, al cabo de un siglo y medio de existencia, fueron demolidos los murallones de la Ciudadela. […] Del recinto se decidió hacer un parque público, para solaz de todos. […] A este parque se llamó y aún se sigue llamando «el parque de la Ciudadela».”

A primera vista, la Ciudadela me pareció un parque tirando a cutre, con algunas zonas al borde del abandono, pero donde se encuentran instituciones como el Parlament de Catalunya o el Zoo donde habitó el célebre gorila albino Copito de Nieve. También tuvimos un emocionado recuerdo para él. El Parlament está ubicado en lo que fue el arsenal del castillo. Es custodiado por Guardias Urbanos a caballo que hacen las delicias de los más pequeños, que no dudan en subirlos a sus lomos y dejar que los toquen. Lo mismo que el mamut de escayola a escala natural que hay en uno de sus rincones. Los niños (y no tan niños) se subían en su trompa enroscada o posaban junto a una de sus enormes patas para hacerse fotos.

Vimos también un lago pequeño pero con barcas y algunos patos. Un poco más adelante está la famosa cascada, una monumental construcción ideada para la Exposición Universal de 1888 y donde colaboró un todavía joven Gaudí. Tiene una escalinata que conduce hasta el triple arco (con vistas interesantes, no dudéis en subir) y coronadas por la escultura “La Cuádriga de la Aurora” de Rossend Nobas, hoy pintada de dorado.

Me llevé la impresión de que aquel era un parque mucho más pequeño de lo que me había imaginado. Cierto que no lo vimos todo, pero rodeamos casi todo su perímetro, así que nos hicimos una idea bastante exacta de sus dimensiones.

Visto esto pactamos ir a la Villa Olímpica y a la playa de La Barceloneta. Fue un camino a pie más largo de lo previsto, primero por el Paseo de Picasso, muy cerca del Mercado del Born, y luego por una feísima Avenida de la Circunvalación. En realidad, era la parte trasera del zoológico y del acuario por un lado, y las vías del tren de las Estación de Francia por el otro. Pero nos las arreglamos para llegar hasta la Plaza de los Voluntarios (Olímpicos, se entiende) y su escultura de David y Goliat. El aspecto de la ciudad cambia completamente aquí. En dirección a la costa, hoteles, algunos bastante lujosos, coches descapotables de alta gama y ambiente pijo-playero en general. En tiempos de los Juegos Olímpicos, el movimiento aquí tuvo que ser espectacular. Por fin llegamos a la playa, exhaustos para variar, muy cerca de las torres del Hotel Arts, la de MAPFRE y del famoso pez metálico obra de Frank Gehry.



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