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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
26 de septiembre de 2010

En Barcelona (VII): Medusas y comida de supermercado en La Barceloneta y paseo en Las Golondrinas

Un viento fresco, más que brisa, nos golpeaba en la cara. A pesar de todo, el sol era abrasador. Anunciaron por la megafonía la presencia de medusas en el mar: “Cualquiera con especial sensibilidad en la piel debe abandonar el agua”. Entre las medusas y los mosquitos tigres no va a haber quien pare. Cosas del cambio climático. La fauna de la playa, animales aparte, era la típica de estos lugares: figurines de gimnasio que exhiben sus músculos, señoras mayores quejándose, niños revoltosos y gritones y demás especimenes que todos hemos visto alguna vez. No se puede decir que las instalaciones estén muy cuidadas, pero al menos las hay (aseos, duchas, etc…). Me fijé también en unos letreros del ayuntamiento en forma de bocadillos de cómic, como si la arena hablase, con diversos mensajes llamando al civismo de la gente. Frente a nosotros, sumido en una ligera bruma, el lujoso e imponente Hotel W, de reciente construcción. Una enorme vela de vidrio en el vértice de la península de La Barceloneta. Desde allí se veía como los aviones que se aproximaban al aeropuerto del Prat pasaban detrás de él.

El mar, el viento y los niños rugían frente a nosotros. Era la llamada de la playa. La hora de ponerse en marcha. Nos descalzamos y nos remangamos los pantalones para comenzamos un paseo por la orilla, esquivando infantes diabólicos que lanzaban arena a diestro y siniestro y vigilando que las olas no nos mojaran más de lo imprescindible. Sólo fueron unos pocos minutos donde sufrimos más que disfrutamos.

Después de la aventura playera y con los pantalones completamente empapados, huimos de la arena hacia tierra firme, donde nos secamos tranquilamente en un banco mientras las gentes del barrio, tanto nativos como inmigrantes de cualquier nacionalidad, conversaban o dormitaban cerca de nosotros. En un pequeño supermercado cercano regentado por uno de ellos compramos todo lo necesario para un improvisado y precario festín en plena calle. No pude dejar de pensar en los contrastes que hemos visto en pocos metros. Si al principio de nuestro viaje playero el pijerío de diseño y la superficialidad era lo que mandaba, aquí la lucha es por la supervivencia, vendiendo latas de refrescos por la playa o con otro tipo de negocios más o menos legales. Seguimos caminando por la Barceloneta hasta los pies del Hotel W, uno de los nuevos símbolos de la ciudad. La playa a la que da nombre el barrio pasa aquí a llamarse de San Sebastián, donde incluso existe una zona habilitada para el nudismo, aunque vimos que pocos son los que se suman a esta práctica.

Convenimos en que desde aquí lo mejor era dirigirnos hasta Las Golondrinas. Para ello tomamos el Paseo de Juan de Borbón. Pasamos junto a la torre de San Sebastián del teleférico del puerto. Esta y la de Jaume I, en las cercanías del World Trade Center, son las dos de las que consta esta infraestructura inaugurada en 1929 con motivo de la Exposición Internacional que se celebró en la ciudad aquel año. Este es el punto desde el que comienza (o finaliza) el trayecto que lleva hasta Montjuic. Nos paramos a curiosear. Había una cola mínima para montar, pero no podíamos esperar. Estábamos muy justos de tiempo y no queríamos perdernos el viaje en barco. Continuamos hasta llegar a la Marina del Port Vell y al Palau del Mar, unos antiguos almacenes portuarios, donde está la sede del Museo de Historia de Cataluña. A partir de aquí tomamos el camino hasta el muelle de Las Golondrinas. Comenzábamos a estar cansados, así que cuando nos montamos en el barco, nuestras piernas pudieron descansar por fin.

La ruta en Las Golondrinas son un clásico del turismo barcelonés que lleva funcionando –cómo no- desde 1888. Todo el mundo que visite la ciudad debería montar. Ruiz Zafón habla de ellas en “La Sombra del Viento”:

“Anduve callejeando sin rumbo durante más de una hora hasta llegar a los pies del monumento a Colón. Crucé hasta los muelles y me senté en los peldaños que se hundían en las aguas tenebrosas junto al muelle de las golondrinas. Alguien había fletado una excursión nocturna y se podían oír las risas y la música flotando desde la procesión de luces y reflejos en la dársena del puerto. Recordé los días en que mi padre y yo hacíamos la travesía en las golondrinas hasta la punta del espigón. Desde allí podía verse la ladera del cementerio en la montaña de Montjuïc y la ciudad de los muertos, infinita.”

El barco nos paseó por todo el litoral de Barcelona, pudiendo contemplar algunas de sus mejores vistas (y más inéditas). No sé si es una impresión mía, pero descubrí que la mejor manera de ver cómo está planificada la ciudad es desde el mar. Desde aquí se ven, por supuesto, las playas, las diferentes ampliaciones urbanas de la costa, las faldas de la sierra de Collserola al fondo, y los ríos Llobregat y el Besós, que los limitan a un lado y a otro.

Llegamos hasta lo que fue el recinto del Fórum de las Culturas, un polémico y fallido evento que tuvo lugar en 2004 y que permitió que los especuladores inmobiliarios y las constructores se enriquecieran y dejaran una zona urbanizada pero anodina. Buen rollito multiétnico oficial tan impostado como vacío. Mucho más cuando sabemos que la verdadera multiculturalidad de Barcelona está en el Raval, como pudimos comprobar más tarde. Hasta la central térmica del Besós, con sus estilizadas chimeneas y que está al lado, es más bonita.

A la vuelta, el barco se acercó hasta el Muelle Oriental y el de Poniente, donde atracan las naves más grandes, tanto de pasajeros como de mercancías. Por el puente que los comunica transitan incansables los camiones con los contenedores de mercancías provenientes de todos los rincones del mundo.



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