Hacía bastante tiempo que quería ver la serie ‘Roma’. Las razones eran varias, pero sobre todo porque había oído hablar mucho y bien de ella y porque resultaba ser bastante más exacta –históricamente hablando– de lo habitual. La producción es de 2005 la primera temporada y 2007 la segunda y corrió a cargo de la norteamericana HBO, la BBC y la RAI italiana. Aunque esto no sea lo más importante, está considerada como la serie más cara de la historia, con un presupuesto de unos cien millones de dólares. No está mal para un total de 21 capítulos de menos de una hora cada uno.
La historia que narra es la de los tiempos de la caída de la república romana, una época turbulenta repleta de intrigas donde no se andaban con chiquitas. Los protagonistas son personajes históricos archiconocidos como Cayo Julio César o Pompeyo el Grande y otros que lo son menos, como la extraña pareja formada por dos legionarios que lucharon juntos en la Galia, Lucio Voreno y Tito Pullo. Parece ser que los nombres y los personajes son reales, ya que aparecen en las crónicas de la época. De hecho, la rigurosidad historiográfica sólo está alterada por las exigencias dramáticas que requiere un guión televisivo.
Todavía estoy empezando a verla, pero creo haber visto los vicios y las virtudes de ‘Roma’. Por un lado, la espectacularidad de los decorados (está rodada en la Roma, me refiero a los estudios Cinecittá) quizás distraiga demasiado de una trama que parece algo confusa o no bien presentada para los que no estén familiarizados con la historia clásica, demasiados personajes, demasiadas intrigas ya de salida. El trabajo de los actores es bueno, pero la sensación general que me ha provocado es insulsa, demasiado estandarizada según los cánones norteamericanos (sí, a pesar de es una coproducción británica y muchos de los actores también lo son) demasiado mainstream. No se ha apostado precisamente por el riesgo en las técnicas narrativas. Pero, por supuesto, esto son apreciaciones puramente subjetivas que no tienen por qué corresponderse con la realidad. Además puede que cambie al terminar de verla.
Para terminar, y como curiosidad técnica, decir que la serie se grabó en vídeo de alta definición (unas normalitas Panasonic SDX 900 DVCPro 50) y no en cine. Desconozco las razones, pero el resultado quizás hubiera sido más lustroso usando unas Panavision o incluso unas Red, sobre todo teniendo en cuenta el calibre presupuestario que se gasta la serie.
La distribución de tierra y mar a lo largo y ancho de nuestro planeta es caprichosa. Aunque normalmente centramos nuestra atención hacia los grandes continentes o las grandes islas (que no son más que zonas elevadas del terreno que no llega a cubrir el agua), existen territorios minúsculos en medio de la nada del océano desconocidos para la mayoría de nosotros. Los hay en todos los mares, en todos los continentes y con todo tipo de orígenes. Los hay habitados, deshabitados y ocupados a temporadas. Voy a dedicar una serie de posts a estos pedazos de tierra que discretamente ocupan su lugar en la geografía de nuestro planeta.
A pesar de que el Océano Atlántico es uno de los más conocidos y transitados, en él se encuentra una serie de islas ignotas que suponen una curiosidad para aquellos a los que siempre nos ha gustado la geografía. Vamos con algunas de ellas:
Isla de Jan Mayen. Según la Wikipedia, este territorio situado al norte de Islandia, entre Noruega y Groenlandia, tiene poco más de 350 kilómetros cuadrados y cubierta en parte por un glaciar. El clima, como os podéis imaginar, es rigurosamente polar y las condiciones para la vida no son las mejores. Sólo está habitada por dieciocho personas, catorce miembros de la base Loran-C y cuatro de una estación climatológica. Como curiosidad decir que tienen, junto con el vecino archipiélago de Svalbard, su propio dominio de internet, el .sj.
Ascensión. Probablemente el nombre os suene, pero no, no es la Ascensión del Pacífico, sino la del Atlántico. Son 91 kilómetros cuadrados a medio camino casi exacto de Sudamérica y de África. Al contrario que Jan Mayen, esta sí que está poblada por unas 1 100 personas. Su capital es Georgetown (560 habitantes) y forma parte de los territorios de ultramar del Reino Unido.
Santa Helena. Es posiblemente la más famosa de las islas ignotas del Atlántico. Su fama se la debe a Napoleón, puesto que fue el lugar donde fue desterrado el emperador francés en 1815 después de su derrota en la batalla de Waterloo. Igual que Ascensión, este pedazo de tierra de 420 kilómetros cuadrados forma parte del Reino Unido. Cuenta con una población de 5 600 personas y cuenta, Napoleón aparte, con una larguísima historia desde su descubrimiento por los portugueses en el siglo XVI. Tiene su propio dominio de internet, el .sh.
Tristán De Acuña. A pesar de su nombre de origen portugués (se debe a su descubridor), es la tercera posesión británica en el Atlántico remoto. En realidad se trata de un pequeño archipiélago de tres islas, la propia Tristán de Acuña, que es la más grande (201 kilómetros cuadrados), la Isla Inaccesible (me encanta este nombre) y Nightingale. Ostenta el recórd como el lugar de la Tierra más remoto que cuenta con población. No en vano, el lugar habitado más cercano está a 2 173 kilómetros y es Santa Helena. Si tenemos que hablar de una isla ignota de entre todas las islas ignotas del mundo, ésta sería la ganadora. Lo endémico de sus habitantes permite realizar estudios y experimentos. De hecho, según la Wikipedia, sólo existen ocho apellidos diferentes en la isla para una población de 271 habitantes.
Estas que os he mostrado no son, ni mucho menos todas las islas ignotas del Atlántico. Hay alguna más, como la isla Bouvet (posesión noruega a pesar de estar en el Atlántico sur) o la isla de Gough, pero posiblemente estas sean las más curiosas.
Mal vamos. Las autoridades de nuestros vecinos portugueses parece que se han puesto serios para detener el intercambio de archivos mediante redes p2p. Para ello han seguido la senda de la ley HADOPI francesa de sancionar al usuario final y no a las webs de enlaces a contenidos con derechos de autor como nuestra Ley Sinde. De momento, en España no se ha legislado sobre las redes p2p, aunque probablemente se hará en un futuro no muy lejano.
En Portugal, la polémica ha saltado porque la IGAC (Inspecção Geral das Actividades Culturais), dependiente del Ministerio de Cultura del país luso, junto con la AFP (Associação Fonográfica Portuguesa) han elaborado una táctica de dudosa legalidad para «cazar» a aquellos que intercambien archivos. El sistema, llamado en jerga «honeypot» o «tarro de miel», permite insertar en las redes archivos que posteriormente se infiltran para obtener datos del ordenador que realiza la descarga. Es entonces cuando la Administración pasa a la acción y sanciona al «infractor» con la desconexion a internet. Por si esto no fuera suficiente, las pruebas que se pretenden alegar contra los «cazados» son, siendo benévolos, endebles y falsificables, como ha demostrado el Partido Pirata portugués.
Se suele decir que España es uno de los países del mundo más activos en la compartición de archivos en redes p2p. Desconozco si el dato es cierto o no. En cualquier caso estoy convencido de que estamos por encima de nuestro país vecino. Sin embargo tenemos una ley bastante suave en comparación. ¿Se prepara un endurecimiento? ¿Se han dado cuenta de que no servirá de nada? ¿Estarán los internautas portugueses preparando ya sus VPN y sus aplicaciones TOR para no ser detectados? Veremos qué ocurre finalmente, pero sienta un peligroso precedente que hemos de seguir muy de cerca.
En noviembre del año pasado se anunció el lanzamiento de Qwiki. Desde entonces vengo siguiendo los movimientos del que, si triunfa, puede provocar una revolución en la búsqueda de información en internet. Básicamente, Qwiki responde a las palabras que introducimos en el cajetín de texto, proporcionándonos unos resultados. Lo novedoso es que la presentación no es en forma de texto, sino que nos ofrece vídeos, imágenes, gráficas de datos y otros elementos, todo ello narrado en un correcto inglés.
Esos elementos son extraídos –supongo que sobre la marcha– de internet, dando información fiable y bastante correcta. Sorprende encontrar casi cualquier concepto, lugar o evento histórico. El proyecto, desde su presentación no ha hecho más que crecer. El 24 de enero pasó de ser una versión alfa privada a ser pública, de forma que cualquiera de vosotros puede probarlo sin necesidad de tener una invitación. Bien es cierto que no está absolutamente todo, pero los chicos de Qwiki añaden rápido nuevos conceptos y, sin duda, están mejorando también el algoritmo interno de búsqueda de contenidos.
Vale que de momento no es más que una curiosidad más (eso si, capaz de mantenernos enganchados durante mucho tiempo), pero que, como dije antes, puede suponer un antes y un después en el procesado de información. La empresa ubicada en Silicon Valley (California, EEUU) se mueve rápido. El evento de liberación de la alfa pública fue retransmitido por la cadena de noticias CNN, lo que da idea de la expectación que la iniciativa está creando. Yo que vosotros, le echaría al menos un vistazo. La pega: de momento está sólo en inglés.
Hacía bastante tiempo que no me ponía a «explorar» mundo con el servicio de Google Street View, o lo que es lo mismo, la vista a nivel de calle elaborado con fotografías reales capturadas con cámaras que se instalan en un automóvil que recorre calles y carreteras. Mis últimos descubrimientos al respecto pasan por América Latina, lo que supone que Street View se globaliza, añadiendo ciudades de Brasil y casi todo México. Por ejemplo, podemos pasearlos por las larguísimas avenidas de México DF o contemplar el Pan de Azúcar de Río de Janeiro.
Por curiosidad he hecho un nuevo repaso y me he encontrado con que se han incorporado nuevas y exóticas localizaciones. A saber: Hong Kong, Macao, Taiwán, o ¡la Antártida!. En este último caso el recorrido es puramente testimonial, con tan sólo unos pocos metros visibles. Lo curioso es que el famoso muñeco amarillo se nos transforma aquí en un pingüino. Más allá de las anécdotas y volviendo a Europa, nos encontramos con las polémicas ampliaciones a ciudades alemanas, la interesante y desconocida Rumanía, de la que tenemos fotografiadas sus principales ciudades.
A los que nos gustan estas cosas, ya tenemos un nuevo entretenimiento para pasar las horas muertas dando vueltas por el mundo. ¿Qué será lo siguiente?
Igual que el niño de ‘El Sexto Sentido’, a veces veo muertos. O más bien fantasmas. Cuando vi por primera vez el clip de la nueva banda de Liam Gallagher, Beady Eye, vi el fantasma de Oasis pululando por aquí y por allá. Reconozco que en un primer momento no me llamó en absoluto la atención, aunque la canción en cuestión (que era ‘Bring the light’) no me pareció mala y hasta original con ese piano en plan golfo, tengo muchos prejuicios y me daba mucha pereza escuchar cualquier nuevo proyecto de los de Manchester. La culpa la tienen las decepciones, una tras otra, de los últimos trabajos de Oasis. Pero al final la curiosidad ha podido y en cuanto se ha anunciado que se publicaba el disco debut de Beady Eye me ha dado por escucharlo de arriba a abajo. Y la verdad es que, aunque no ofrece nada sorprendente, es un álbum interesante y que se escucha sin problemas, aunque sea con los oídos de un fan de la primera etapa de Oasis.
Liam sigue obsesionado con el pop y el rock sesentero y, sobre todo, con John Lennon. Eso se nota a lo largo de todo el disco, pero especialmente en en segundo sencillo ‘The Roller’. ‘Different Gear, Still Speeding’, que así se llama el larga duración, es como escuchar a Oasis sin el toque del hermanísimo Noel. Ahora nos damos cuenta de que, más allá de la calidad compositiva, lo que el mayor de los Gallagher aportaba era un cierto aire de pop contemporáneo. Le restaba ese barniz rancio que tiene el sonido de Beady Eye. Ojo, con rancio no quiero decir que sea necesariamente malo.
Entre los trece temas del disco hay un poco de todo. Bonitos medios tiempos psicodélicos como ‘The beat goes on’ (para mí de lo mejor), rock clásico como ‘Beatles and Stones’ (con un riff casi plagiado del ‘My generation’ de The Who), ‘Four letter word’ o ‘Kill for a dream’ parecen descartes de Oasis pero interesantes en cualquier caso. Para resumir, ‘Different Gear, Still Speeding’ es un buen debut que debemos escuchar como lo que es, un disco especialmente dirigido a nostálgicos del britpop, pero que también disfrutarán las nuevas generaciones. ¿Asistimos a un revival? Ya lo veremos.
Seguramente el Puente de Londres sea hoy la construcción sobre el río Támesis más discreta de la ciudad. Sólo es el último de una serie de puentes que ha sido construidos y demolidos sucesivamente a lo largo de la historia. El relato de todas estas obras es, como mínimo, curioso. El lugar (o un lugar muy próximo) donde hoy se encuentra el actual Puente de Londres fue el emplazamiento original del primer puente que cruzó el Támesis en tiempos de los romanos. En realidad se trataba de un simple pontón de madera, muy provisional, tendido sobre el río hacia el año 46 de nuestra era. Tan sólo nueve años después, en el 55 se levantó un nuevo puente, también de madera, sobre pilares. Pero poco duró. En el 60 las tropas de la reina indígena Boudica lo destruyó.
La nueva población romana estaba fortificada, pero no se tiene noticia de la construcción de nuevos puentes en los siglos siguientes. De hecho, existe una «época oscura» que llega hasta el siglo XI, cuando los reyes sajones eran los amos de la zona. Se sabe que en 1016 existía un puente sobre el Támesis cuya construcción se debe a los sajones. Ya en época normanda, el puente (aún de madera y posiblemente siguiendo el diseño original romano) fue destruido por ¡un tornado! en 1091. Se tendió uno nuevo a la vez que se realizaban los trabajos de construcción de la catedral de San Pablo y la Torre de Londres. Un desafortunado incendio lo echó a perder en 1136.
En 1173 se planteó construir por primera vez un puente de piedra sobre el Támesis. Se haría sobre la ubicación del malogrado puente de madera. Las obras comenzaron en 1176 y finalizaron en 1206. También se autorizó a levantar edificios de viviendas sobre el puente, de forma que en pocas décadas se convirtió en un lugar superpoblado con bloques de hasta siete plantas de altura. El nuevo puente sufrió a lo largo de los cinco siglos siguientes diversos incidentes, reformas y restauraciones. La más importante de todas ocurrió en 1756 cuando se autorizó la demolición de las casas edificadas sobre el puente. En 1762 se finalizaron los trabajos.
La idea de un nuevo puente no tardó en plantearse. Se convocó un concurso en 1799 y el ganador fue un nuevo puente de cinco pilares (el antiguo tenía 19) que se construiría 30 metros aguas arriba del antiguo. Durante las obras (1824-1831) el viejo puente permaneció abierto hasta que fue demolido en 1831. Pero con el aumento del tráfico, en 1902 necesitó una ampliación de su plataforma. Durante la obra de reforma se descubrió que el puente se hundía a razón de una pulgada cada ocho años. Hacia 1924, el hundimiento se cifraba ya en 4 pulgadas (10 centímetros aproximadamente). En 1967, al ayuntamiento de Londres se le ocurrió poner a la venta el problemático Puente de Londres. No tardó en encontrarse un comprador. El magnate petrolero Robert McCulloch pagó casi 2,5 millones de dólares en 1968 por llevárselo piedra a piedra hasta Arizona (Estados Unidos).
Y llegamos a la actualidad. De momento, en el emplazamiento donde se tendió el pontón romano de madera hace casi dos mil años se encuentra el construido entre 1968 y 1972 e inaugurado en 1973. Dada la accidentada historia de esta construcción, en 2008 se inauguró un museo-atracción donde se narran las aventuras y desventuras de uno de los puentes con más anécdotas del mundo. ¡Si hasta tiene su propia canción popular infantil!.
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