«Los votos válidos no llegaban al veinticinco por ciento, distribuidos entre el partido de la derecha, trece por ciento, partido del medio, nueve por ciento, y partido de la izquierda, dos y medio por ciento. Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones. Todos los otros, más del setenta por ciento de la totalidad, estaban en blanco.»
Esto es lo que narraba José Saramago en su novela ‘Ensayo sobre la Lucidez’ (2004). Leí este libro al poco de ser publicado y se me quedó grabado como una obra que ofrece una paradoja democrática sin solución: unas elecciones con un resultado de mayoría de votos blancos. Como veremos en España esto no supone un problema, pero podría aplicarse perfectamente a los votos nulos. En los últimos tiempos he reflexionado sobre el asunto, en cual es la mejor postura, cual la más defendible.
Pero, ¿Qué diferencia hay entre voto nulo, en blanco y no votar? En nuestro país, el voto en blanco se reparte proporcionalmente entre las formaciones políticas según los votos válidos obtenidos. En la práctica, con la ley D’Hondt, el voto en blanco favorecería a los partidos más votados. Respecto al voto nulo, o mejor dicho el voto nulo intencionado (que es al que me estoy refiriendo), la Wikipedia dice lo siguiente:
«Si bien, como un acto individual, el voto nulo no tiene mayor significación, sí la tiene cuando se convierte en un acto de masas, y representa la «voz» de la inconformidad social de las personas de un pueblo con sus gobernantes. En este sentido, el voto nulo adquiere otro significado, ya que realmente no se nulifica, se suma al grueso de los votos en esta situacion, manifestando un sentimiento o resentimiento social hacia sus gobernates. Se manifiesta como una nueva forma de protesta pacifica para de esta manera, provocar un cambio en la forma de gobierno y es regularmente un previo aviso ante la posibilidad de un estallido social. Suele ser mayor en los países con sistemas de voto obligatorio, ya que en los que es opcional los descontentos, desinteresados e incapacitados pueden simplemente no concurrir a votar.»
En España, los votos nulos quedan al margen del recuento. Volviendo a la reflexión de Saramago, no puedo evitar preguntarme: ¿Qué ocurriría si existe una inmensa mayoría de votos nulos?. Nadie lo sabe, pero sin duda sería un varapalo democrático hacia la clase dirigente, hacia el poder, no a (todos) los políticos.
Por eso he considerado conveniente compartir con vosotros mis ideas al respecto. Parece claro que no todos los políticos son iguales, ni todas las propuestas que ofrecen son iguales. El problema es que una vez alcanzado el poder, las presiones de poderes no democráticos (empresariales, financieros, religiosos, etc) hacen que, de facto, su comportamiento y su margen de maniobra no difieran mucho. Las ideas prometidas en campaña no son aplicables. Suelo imaginar el poder como un carril del que uno no se puede salir. No importa que tengas un fórmula 1, un todo terreno o una moto. El camino está repleto de obstáculos y, si bien hay pequeños arcenes por donde transitar, cuando se atraviesan zonas estrechas la única solución para avanzar es ir bien «encarrilado» para no caer al abismo. Lamentablemente, tal y como todo está montado, para llegar al destino hay que ser práctico y olvidarse de los idealismos y las utopías de un mundo mejor para todos…
La conclusión a la que llego siempre es más bien pesimista. No importa que existan mil propuestas políticas diferentes mientras el «carril» siga siendo el mismo y discurra por los mismos agrestes parajes. La estandarización de la política es una realidad, y mientras no se reforme la base no habrá nada que hacer. Y desgraciadamente estas reformas son, hoy día, poco menos que imposibles con una economía globalizada. Pero no nos conformamos. Yo por lo menos no. No votar es manterse al margen y votar en blanco es favorecer a los mayoritarios. Votar nulo es dar un toque de atención, justo lo que necesitamos.