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La bitácora personal de Ricardo Martín
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31 de agosto de 2011

Los descifradores del manuscrito Voynich

Aprovechando que estos días se está reponiendo en La 2 el documental ‘El códice Voynich. El manuscrito más misterioso del mundo.’ y que nunca he hablado de este enigmático libro hasta la fecha, voy a dedicar este post al ya mencionado manuscrito Voynich. No voy a entrar en la historia interesantísima del documento, ni a su polémica autoría. He preferido centrarme en los esfuerzos que muchos estudiosos, investigadores, criptógrafos y bibliófilos en general han realizado para descodificar un libro que está escrito en un idioma desconocido. O al menos con unos caracteres nunca antes vistos. De ahí su fama.

Existen dos principales estudiosos que, a lo largo del siglo XX, han realizado investigaciones sobre el tema (aparte del propio descubridor, Wilfrid Voynich). Son William Newbold y Robert Brumbaugh. Aunque vivieron en diferentes épocas, ambos defendieron la teoría de que el manuscrito fue ideado por Roger Bacon, monje británico del siglo XIII, siguiendo un sistema de cifrado más o menos complejo. Newbold publicó en 1922 un ensayo titulado ‘The Cipher of Roger Bacon’ donde propuso un método que se basaba en la transcripción de pares de símbolos. Creó una tabla con todas esas posibles combinaciones y les asignó una equivalencia en el alfabeto latino. Por su parte, Brumbaugh expuso en su ‘The Voynich Roger Bacon Cipher Manuscript’ (1976) un método basado en criptografía avanzada. Todo demasiado complejo…

Quizás pensando en el principio de la navaja de Occam, Edith Sherwood presentó su teoría ante el gran público en 2009. Se trataba de un método de descodificación extraordinariamente sencillo. La clave es que, mientras sus colegas siempre pensaron en la autoría de Roger Bacon, un británico que tal vez escribió en latín o en inglés medieval, ella apuesta por un origen italiano, en mi opinión mucho más acertado. Sherwood apuesta por que cada palabra no es más que un anagrama de un vocablo del italiano antiguo. Como no tenía ni idea del idioma de Dante, se las ingenió para hacerse con un buen número de manuscritos italianos de la época para comparar palabras y conceptos con las que aparecen en el Voynich, principalmente tratados medievales de botánica.

Y lo cierto es que, en su exposición, resulta convincente. Primero se convierte el alfabeto (según la teoría latino, aunque estilizado, del manuscrito) en caracteres más legibles y posteriormente se reordenan las letras para formar una palabra coherente con el contexto. Bien es cierto que aún no ha conseguido descifrar todo el texto, pero al menos ha proporcionado más respuestas y más coherentes que todos los que la precedieron. En su página web explica con detalle y sencillez el sistema que ha seguido.

Para terminar, os dejo con el documental que volvió a despertar mi curiosidad por este documento:

26 de agosto de 2011

Nuevos billetes de pesetas, un ejercicio de diseño

Como muchos sabréis, soy muy aficionado al diseño de papel moneda. En varias ocasiones he dedicado posts a este tema, normalmente coincidiendo con lanzamientos de nuevas series de billetes o con concursos de diseño de diferentes bancos centrales. Incluso me atreví a contar la historia de Yugoslavia a través de billetes, en una serie de cinco capítulos. Pero en esta ocasión me apetecía quedarme en casa, en nuestro Banco de España, para hacer un ejercicio de economía ficción. Se me ha ocurrido la peregrina idea de diseñar una nueva serie de billetes de nuestras queridas y añoradas pesetas. ¡Quién sabe si alguna vez nos toca volver a ella!

Lo primero que me planteé son los valores. Tradicionalmente, en las dos últimas series, la de 1979 y la de 1992, se han emitido billetes siguiendo la famosa regla 1-2-5 (es decir, 1000, 2000, 5000, 10000 pesetas) con algunas excepciones en el primer caso, como el inusual billete de 200 pesetas o el de 500. Se supone que un retorno a la moneda nacional supondría una devaluación, con lo que quizás el valor de 1000 pesetas (6 euros) sobraría y podría plantearse la incorporación a la familia de uno de 20000 (120 euros). Finalmente opté por no variar los clásicos 1000, 2000, 5000, 10000.

El segundo aspecto consistía en elegir la temática de la serie. Como sabéis, la de 1979 se dedicó a literatos (Leopoldo Alas «Clarín», Rosalía de Castro, Benito Pérez Galdós y Juan Ramón Jiménez) y la de 1992 a personajes relacionados con el descubrimiento de América (Francisco Pizarro, Hernán Cortés, José Celestino Mutis, Cristóbal Colón y Jorge Juan). En un principio barajé la idea de usar pintores españoles del siglo XX (Picasso, Dalí, Miró y Tàpies concretamente), pero finalmente pensé que sería una buena idea recuperar a aquellos científicos, ingenieros e inventores que, no siendo excesivamente conocidos, marcaron un antes y un después en la historia de la técnica y la ciencia de España. A la vez también se pretende fomentar la imagen de España como un país de innovación, de grandes personajes que contribuyeron a nivel mundial a crear el mundo tal y como ahora lo conocemos.

Las efigies que finalmente aparecen en los billetes son:

  • 1000 pesetas. Juanelo Turriano. Aunque italiano de nacimiento, Turriano ideó una gran cantidad de ingenios, desde autómatas (el Hombre de Palo), relojes y, sobre todo, un artefacto que permitía elevar el agua desde el Tajo hasta la ciudad de Toledo.
  • 2000 pesetas. Miguel Servet. Político, teólogo y científico aragonés, ha pasado a la historia por sus descubrimientos en torno a la circulación de la sangre.
  • 5000 pesetas. Leonardo Torres Quevedo. Uno de nuestros ingenieros más injustamente olvidados. Artífice del control remoto por radiofrecuencia (el telekino), la calculadora eletromecánica o el transbordador aéreo que cruza las cataratas del Niágara y que aún permanece en funcionamiento.
  • 10000 pesetas. Severo Ochoa. Junto con Santiago Ramón y Cajal, el científico español más importante del siglo XX y premio Nobel por su descubrimiento sobre la síntesis del ARN.

Algunos datos técnicos. Los diseños han sido realizados con Adobe Photoshop e Illustrator y he tomado como inspiración algunos diseños de billetes verticales como los suizos. Sobre las medidas de seguridad que todo billete ha de llevar hoy día no han sido contemplados, ya que sólo es un prototipo, un diseño conceptual, aunque la idea es incorporar un holograma en la zona blanca. Además, el material en el que estarían fabricados sería plástico polímero en vez de papel, lo que proporciona más versatilidad a la hora de incluir elementos diferenciadores, como relieves para invidentes o transparencias, muy difíciles de falsificar.

23 de agosto de 2011

Una reforma constitucional equivocada

El anuncio del Presidente del Gobierno acerca de la posibilidad de que el techo de gasto público pueda incorporarse a la Constitución y el buen recibimiento que esta propuesta ha tenido en el principal partido de la oposición no deja de ser algo insólito. Ya el hecho de plantear una modificación de nuestra Ley Fundamental es algo raro. No en vano, sólo ha sido enmendada una vez, con motivo de la aprobación del Tratado de Maastricht, en 1992.

De inmediato, los medios –especialmente en la red– han comenzado a especular y discutir sobre la idoneidad de esta medida. Yo también voy a dar mi opinión, muy crítica, al margen de cualquier movimiento o influencia externa. Por tanto, este parecer es a título exclusivamente particular. He aquí mis razones para rechazar la reforma constitucional:

  • Primero. La Constitución Española es nuestra ley básica, la que regula la organización del Estado, la forma de gobierno y los mecanismos básicos de su funcionamiento. Es, por tanto, una norma general que en ningún caso entra en los detalles. A menos que el texto diga algo así como «una ley regulará el límite de endeudamiento público…», la inclusión de datos como porcentajes del PIB (modo habitual de medir el déficit) me parece como mínimo una temeridad.
  • Segundo. Compromete la política social y el estado del bienestar. ¿La razón? Buena parte del gasto público social (quizás todo) no tiene retorno directo en forma de ingresos. No es, por tanto, una inversión desde el punto de vista estrictamente monetarista. Los estados han de tener la capacidad suficiente de endeudarse porque existen situaciones en las que esta posibilidad es imprescindible si se quieren mantener los servicios sociales actuales.
  • Tercero. Más impuestos. En el caso de que se mantenga el gasto público al ritmo actual, el único modo de no aumentar el déficit sería incrementar los ingresos vía impuestos. Esto no sería un problema si se hiciera con justicia (los más ricos pagan más, impuestos ecológicos, etc), pero hasta ahora no ha sido así. Y no hay nada que indique que a partir de ahora lo vaya a ser. Finalmente el déficit lo pagaremos caro, bien en recortes sociales o bien en aumento injusto de impuestos. Un país como España, con un estado del bienestar todavía no muy desarrollado y con una economía de potencia media, necesita endeudarse para acometer todas esas medidas destinadas directamente al ciudadano. Si no ¿Si el Estado no sirve para ayudar al ciudadano, ¿Para qué sirve?
  • Cuarto. Las formas. La soberanía reside en el Pueblo. Al menos eso es lo que los han dicho. Si nadie lo remedia, la reforma no se someterá a referéndum de los ciudadanos, porque requiere la iniciativa de un 10% de los diputados (35). La consulta es vinculante. Si sale negativo, la reforma se paralizaría. La cuestión es que PP y PSOE suman más del 90%, con lo que no hay margen para ello.
  • Y quinto. Al final los mercados financieros han ganado. Cualquier cosa con tal de conseguir un equilibrio presupuestario ad perpetuam y que los que tienen ojos con el símbolo del dólar queden contentos y no nos «ataquen» más. El corsé de la eurozona terminará por estrangularnos. Viviremos mucho peor pero tendremos un euro fuerte. ¿Para qué? Seguimos adelante en la creación de un estado anticiudadano.
21 de agosto de 2011

Coches eléctricos en el siglo XIX

Se suele decir que ya está todo inventado. Este refrán, a veces tan manido, nunca pensé que podría aplicarse al mundo de la tecnología. Pero lo cierto es que, revisando unos números de ‘La Ilustración Española y Americana’ me topo con un artículo dedicado ni más ni menos que a unos coches eléctricos que funcionarían en la Exposición Universal de París de 1900. La sorprendente historia viene con varias fotografías de rudimentarios automóviles (apenas hacía diez años que el invento había visto la luz). El cronista de la época lo contaba así:

De aquí a dos o tres semanas, la Compañía de coches que con tanto acierto preside Mr. Bixio, cuyo nombre es popularísimo en el mundo comercial, pondrá al servicio público un centenar de coches movidos por la fuerza eléctrica y destinados a servir de experimento, de ensayo práctico, si así puede decirse. De los resultados de esta tentativa audaz depende que los visitantes de la Exposición de 1900 encuentren un servicio cómodo, rápido, elegante y barato para visitar París recorriéndolo en todas direcciones sin los inconvenientes de la tracción animal y sin el touf touf desagradable del motor de petróleo.

La velocidad máxima de estos artilugios era, según el texto de 15 km/h. Esta limitación no era precisamente por la tecnología, sino que es una autorregulación para evitar atropellos a los transeúntes, acostumbrados a los vehículos de caballos fácilmente esquivables incluso si el peatón circulaba por el medio de la calle. Muchos de vosotros pensaréis que esto del coche eléctrico fue algo minoritario, pero la verdad es que fue la tecnología que predominó hasta los años 20. Al comenzar a escribir este post no tenía ni idea, pero el dato es cierto. Sólo a partir del final de la primera guerra mundial, el petróleo comenzó a distribuirse masivamente y su precio descendió. Al mismo tiempo, la técnica hizo los motores de combustión más silenciosos y fiables. Los coches eléctricos entraron entonces en declive.

Pero no deja de ser sorprendente que, algo que ahora estamos redescubriendo, fuera algo habitual en los automóviles de hace más de un siglo…

10 de agosto de 2011

Zamora en la vieja prensa ilustrada (y III)

Cerramos esta serie de artículos con la tercera entrega. Quizás rebuscando un poco más podrían extraerse infinidad de artículos, fotografías y detalles curiosos, pero mi tiempo es limitado. Comenzamos con un recorte que no pertenece a ‘La Esfera’, sino a otra publicación llamada ‘El Lábaro’. También cambiamos de época. De los años 1910s y 1920s nos retrotraemos hasta 1906, concretamente al 1 de febrero. El autor del texto, Baldomero G. Galán, se dedica a la alabar sin descanso la ciudad y sus gentes. Un pequeño ejemplo:

Vosotros, los que sólo sabéis de ella lo que la vieja historia cuenta, los que no la conocéis por vista de ojos, ignoráis cómo es Zamora. […] Cierto que todavía ciñe, en parte, a la ciudad un gracioso ceñidor de cubos y de almenas, y que aquella famosa «torre mocha» del romance da su imagen a las ondas del Duero caudaloso […] Pero, entrad en la ciudad, recorred sus limpias calles placenteras, inundadas de luz que baja a chorros del más alegre de los cielos […] asomáos a las murallas que, más que para la defensa de la ciudad, parecen construidas para que los moradores de ésta gocen de la vista deliciosa de aquel campo […] ¡Qué bien se vive en Zamora! A los ocho días de llegar a ella ya el forastero es conocido y conoce a la población entera; ya son todos sus amigos. Ya juega en el casino una partida de palos con «coro general» […] y ha saboreado las anguilas del Duero en el cañal de Guerra, y comido exquisitos cangrejos y lechugas, guisados por «la Gregoria», en los Tres Árboles…

Este artículo tan laudatorio se acompaña de algunas fotografías bastante interesantes, sobre todo la de la derecha, donde podemos ver una vista prácticamente inédita de la catedral desde el interior de la llamada Casa del Cid, que hoy es una propiedad privada:

Ya para finalizar una última curiosidad. Dos fotografías que nos ofrecen una panorámica de Zamora tomadas casi desde el mismo lugar (quizás San Frontis o Pinilla). Una de ellas es de Charles Clifford, el fotógrafo galés al que le dedicamos ya un artículo y que recorrió España para dar a conocer nuestro patrimonio a través de ese nuevo invento que era la fotografía. La imagen es de 1854, fecha en la que está datada esta imagen, con lo que podemos decir, que junto con aquella, es la foto más antiguas tomada de la ciudad. La segunda es de J. Laurent y está datada hacia 1870. La diferencia entre ambas fotografías (salvo el encuadre) es prácticamente nulo. Los mismos edificios, las mismas huertas e incluso los mismos carros. 16 años de diferencia a mediados del siglo XIX no debían suponer gran cosa en una sociedad donde la tradición mandaba y las generaciones pasaban sin apenas novedades. Quizás algunos de los habitantes de esas casuchas llegarían a ver el esplendor del siglo XX…




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