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La bitácora personal de Ricardo Martín
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10 de enero de 2012

Curiosidades que vimos en Londres (II): La calavera de cristal del British Museum

Cuando entramos en la sala 24 del Museo Británico desconocíamos por completo que en un rincón, casi apartada de la ruta que siguen los turistas, estaba uno de los objetos más interesantes, controvertidos y populares de los últimos tiempos: Una calavera de cristal. Casi con toda seguridad, esta pieza sea la más importante de su género junto con la de Mitchell-Hedges. En aquel momento sólo conocía muy vagamente la historia de esta calavera.

En 1897, el British Museum la compró por 120 libras de la época a Tiffany & Co. suponiendo, por supuesto, que se trataba de un objeto precolombino procedente de la cultura maya. Así que estuvo expuesta, en la sala 27 dedicada al arte mexicano. Según la historia, la calavera había sido adquirida por Tiffany & Co. a un tal George H. Sisson de Nueva York. Sisson se la compró a su vez a un anticuario francés de nombre Eugène Boban en 1881. Lo que nunca quedó claro es cómo la había conseguido. La historia es bastante vaga e imprecisa, incluso con oficiales militares españoles de por medio.

La cuestión es que durante 99 años, la calavera de cristal fue considerada por los expertos del museo como auténtica. En el año 1996 se decidió estudiar la pieza a fondo con medios modernos que incluía principalmente dos aspectos: el material (cristal de roca) y el modo de tallado. Analizado las impurezas del cuarzo se llegó a la conclusión de que su procedencia no era norteamericana, sino probablemente brasileña. A finales del siglo XIX el comercio del cuarzo de roca entre Brasil y Europa estaba en pleno auge. En cuanto al tallado, se comparó al microscopio la calavera con objetos precolombinos de cuarzo de autenticidad contrastada. Quedó claro que la precisión de los detalles y su perfecta pulimentación sólo podía conseguirse con tornos modernos. En la web del Museo Británico dedican una página a detallar con bastante precisión los estudios realizados.

Al final se retiró de la sala en la que se encontraba para trasladarla a un rincón de ese cajón desastre que es la sala 24. Vista «en persona», la calavera sorprende por la perfección de sus detalles. Al contrario de la Mitchell-Hedges, no tiene la mandíbula articulada, pero eso poco importa. No hace falta mucho para sentirse atraído por su presencia. Nosotros permanecimos un momento sentados en un banco justo al lado de la vitrina, mirándola casi hipnotizados y tirando fotos y grabando vídeos. Por suerte o por desgracia, muy pocos visitantes se percatan de esta presencia tan interesante.



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