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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
19 de octubre de 2012

Curiosidades y pensamientos sobre Berlín

Han pasado ya unos cuantos días desde que volví de Berlín. En total han sido seis días rondando por la capital alemana, visitando monumentos, museos y fijándonos en los más peregrinos aspectos de la ciudad del Spree. Precisamente sobre esos aspectos, la mayoría poco percibidos por los turistas, quería hablar en este post. Para ello, recupero las notas que fui haciendo en mi Moleskine

¡Cerveza!

Todo el mundo sabe que Alemania es uno de los paraísos para los cerveceros. Pero nunca pensé que estuviera tan incorporado a la vida de los berlineses. En cualquier supermercado se puede comprar, por ejemplo, una Berliner Kindl por poco más de 40 céntimos de euro. Pero no estamos hablando de las clásicas latas de 33 centilitros, sino de botellines de vidrio de medio litro. Ese es el tamaño y formato estándar por aquellas tierras. Los transeúntes la beben por la calle o en el metro, pero rara vez las abandonan vacías. El secreto: son retornables. Existen en los supermercados máquinas que permiten recuperar unos céntimos al entregar la botella vacía. Algo que por aquí nos suena a ciencia ficción. En muchos locales, incluso la cerveza es más barata que el agua o que otros refrescos.

Peatones y ciclistas

Es cierto que los alemanes son, al menos en apariencia, más cívicos que nosotros, pero nos sorprendió comprobar que los berlineses cruzan las calles por cualquier parte. De hecho, hay muchos cruces donde no hay ningún tipo de señalización. A pesar de todo, ciclistas, peatones, automóviles y tranvías conviven en una extraña armonía que puede parecer caótica (en las inmediaciones de Alexanderplatz es una locura) pero que funciona. Incluso con semáforos en rojo se puede cruzar sin problemas; los coches respetan al peatón y al ciclista sobre todas las cosas.

La bicicleta es precisamente uno de los elementos que más sorprende al visitante español. Casi todas las calles cuentan con su carril propio, bien en el asfalto o bien integrado en la acera de los peatones. Pueden verse bicis de todos los tamaños y formas, tándems, cuadriciclos, carritos y otros artilugios más raros todavía. Ayuda que Berlín es una ciudad bastante llana y de calles amplias.

U-Bahn y S-Bahn

Debe ser que los berlineses son gente honrada, pero al foráneo nos resulta extraño entrar en una estación del U-Bahn o del S-Bahn y no pasar por ningún control de acceso. Casi siempre absolutamente diáfanas, las estaciones sólo cuenta con una máquina expendedora de billetes y un poste validador que estampa el nombre de la estación de partida y la hora. Y no hay más. Se supone que hay revisores que controlan a los que lo pagan, pero en nuestros seis días no nos pidieron jamás los billetes. Al final es increíblemente cómodo, práctico y rápido. Siempre y cuando todo el mundo cumpla, claro.

Tanto la red S como U mantienen su independencia hasta tal punto que los transbordos entre uno y otro sencillamente no existen. Hay que salir de una estación y entrar en la otra. A veces la separación entre ellas es de cientos de metros. Esto, unido a la poca afición de los berlineses por las escaleras mecánicas o las rampas, hacen que cambiar del S al U o viceversa sea agotador.

Ricos y pobres

Seguro que hay gente que piensa que en Alemania atan los perros con longanizas. En el resto no lo sé. Desde luego en Berlín no es así. El lema que acuñó el alcalde socialdemócrata Klaus Wowereit, «Berlin ist arm, aber sexy» («Berlín es pobre pero sexy»), tiene mucho de cierto. Rascando un poco más allá de las zonas céntricas y turísticas, la ciudad muestra aún muchas cicatrices de guerra del pasado. Los bombardeos aliados de la segunda guerra mundial, el aislamiento a causa del muro, y la política urbanística dudosa de la época comunista, hacen de Berlín una ciudad complicada y con grandes diferencias que, a pesar de las grandes inversiones realizadas desde que es la capital federal (hay muchas estaciones de S-Bahn nuevas o restauradas y centros comerciales enormes), son muy visibles.

Allí también encontramos a los clásicos limpiadores de parabrisas de los semáforos, a los gitanos rumanos pidiendo en las zonas más turísticas, y los típicos indigentes durmiendo donde pueden. Y también cosas que aquí serían chocantes, como trabajadores de cuarenta o cincuenta años, con aspecto alemán, preparando hamburguesas en un Burger King.

A pesar de todo, Berlín sigue siendo una ciudad muy segura. Nosotros al menos nos sentimos así. Y nos dimos cuenta de que las apariencias engañan. Durante la noche, las calles fuera de Mitte (el barrio céntrico y turístico) no están muy iluminadas. En algunas casi no se ve donde se pisa. Eso nos ocurrió en el barrio de Kreuzberg. Las enormes zonas con vegetación, los bloques de pisos un poco destartalados y los descampados, unidos a la oscuridad, hizo que nos inquietáramos. Sin embargo por allí pasaban niños en bici, madres con hijos, etc. Prueba evidente de que rara vez pasa algo.



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