‘To Rome With Love’ y ‘Holy Motors’: División de crítica y público
Dos películas del año que hoy termina han dividido tanto a la crítica especializada como al público. Bueno, es posible que existan mucho más, pero el poder tanto positivo como negativo que ejerce Woody Allen entre los cinéfilos hace que cada estreno suyo de los últimos tiempos sea una nueva polémica. ‘To Rome With Love’ no es una excepción. En el lado europeo tenemos a Leos Carax y a ‘Holy Motors’, una extraña película sobre lo real de la realidad que no ha dejado indiferente a nadie.
Desde que Allen comenzó con su «etapa europea» –recordemos ‘Vicky Cristina Barcelona’ y ‘Midnight in Paris’— muchos de sus admiradores se sintieron estafados. Otros sin embargo no. Se le acusó de venderse al turismo y de trabajar prácticamente para las autoridades locales creando postales idílicas de determinadas ciudades con tramas argumentales insulsas, elitistas y poco ingeniosas, muy alejadas del universo alleniano de tiempos pasados. No seré yo quien desmienta esto. De hecho me parece uno de los aspectos más reprochables de su último cine. Pero también hay que reconocerle la capacidad de reinvención dentro de sus temáticas más clásicas, su gusto por una estética camp, vintage o como queramos llamarlo, la agilidad de los guiones, siempre con engranajes muy bien engrasados (Allen domina como pocos la comedia clásica en el cine) y situaciones que siempre son de interés para el espectador y a menudo alimenta su fantasía. Merece la pena sólo por ver a un Roberto Begnini en un papel hecho a su medida y a un Woody Allen productor musical y obsesionado con la muerte, pero fascinado con las capacidades operísticas de la voz de su futuro cuñado, que para más inri es dueño de una funeraria.
Sobre ‘Holy Motors’, ese artefacto cinematográfico inclasificable, las opiniones ya no tienen término medio. El realizador galo Leos Carax nos ofrece un planteamiento tan enigmático como filosófico, sobre el significado de realidad y ficción a través de un misterioso Señor Oscar que viaja en limusina y se dedica a pasarse el día interpretando papeles en lo que se supone que es la vida real de la ciudad de París. Para ello se caracteriza de diferentes personajes, algunos extremadamente extraños y otros de lo más cotidiano. Lo arriesgado de la propuesta, y ese final tan raro hacen que entre los críticos no haya unanimidad ni mucho menos. Unos lo consideran una experimentación vacía de significado y otros una metáfora de lo falsa que es la realidad. Yo más me inclino por esto último. Por eso me parece una película valiente que rema a contracorriente y sale airoso gracias a actores convincentes, un guión sólido e inteligente y una realización de primera clase.