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La bitácora personal de Ricardo Martín
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13 de diciembre de 2014

‘Roma. Sexta Parte’

Una de las ventajas de viajar a Roma es que realmente se pueden visitar dos países por el precio de uno. Italia, por supuesto, y la Ciudad del Vaticano, esa curiosidad geopolítica fruto de los Pactos de Letrán de 1929. En esta ocasión, la sexta entrega y penúltima de nuestro viaje romano es sobre lo más reconocible de este microestado: La Plaza de San Pedro y la Basílica de San Pedro del Vaticano, que pasa por ser el principal templo para los católicos del mundo entero. Es por eso que entrando y saliendo de esas permeables fronteras pueden verse, junto a los clásicos turistas, monjes, monjas y curas de toda condición, raza y nacionalidad.

Tuvimos la suerte de pasar por la plaza en muchas ocasiones, porque nuestro hotel estaba a dos calles del Vaticano. Pasamos de día, de noche, haciendo cola, con lluvia, con un sol abrasador… Y siempre esa silueta impertérrita que lleva contemplando la vida romana desde el siglo XVI, un siglo después de que el Papa decidiera mudarse hasta aquí desde su antigua residencia en San Juan de Letrán. Hacia el siglo XV, el complejo ya tenía cierta magnitud, pero no era ni por asomo lo que sería con la llegada del renacimiento y de la nueva arquitectura. La historia es muy larga y hay muchas fuentes con información abundante, por lo que omitiré todos esos datos. Sólo una curiosidad: El obelisco que preside la plaza se encontraba originalmente en uno de los costados de la vieja basílica. Y ya estaba allí mucho antes de que se construyera el primer templo católico en esta colina. Fue traído desde Alejandría –donde se construyó en un principio– por el emperador Calígula y presidió el Circo Vaticano de Nerón desde el 37 d.C. Con el tiempo, el circo desapareció y se edificó la primera basílica dedicada a San Pedro en torno a su tumba. Y así permaneció hasta que fue movido unos metros en el siglo XVI, colocándose donde actualmente está.

Y qué puede decirse del interior de la basílica. Después de soportar una larga –aunque ágil– fila de gente y de pasar los controles de seguridad de la Guardia Suiza, por fin entramos. No sé cuántas personas podría haber en ese momento en el interior. Seguro que cientos, pero la magnitud del templo hacía que quedaran difuminadas, dispersas bajo unos techos que tienen bastantes decenas de metros de altura y una superficie de 15.000 metros cuadrados. Durante nuestro largo periplo perdimos la noción del tiempo. Es más, parece que se alargó. Era inevitable mirar constantemente a las paredes, al techo, a la cúpula, a los mil detalles que podrían habernos llevado días verlos en profundidad. De hecho, ni siquiera subimos a la cúpula, ni vimos la cripta papal ni, por supuesto, las excavaciones de la necrópolis…

Pero vamos ya con el vídeo:



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