A veces las cosas no son lo que parecen. O sí. Detrás de los tres episodios de ‘Fear’ no encontramos más que una bonita fachada, como la de la casa de los protagonistas. Todo más allá de la primera media hora es un auténtico despropósito. El presunto terror psicológico se enreda de formas tan inverosímiles que resultan ridículas. Esta producción de Amazon Prime Video no hay por donde cogerla, se mire como se mire.
La serie nos cuenta la historia de Martyn y Rebecca, un matrimonio con dos hijos que se mudan a una enorme casa en Glasgow. Todo irá bien hasta que conocen al extraño vecino del piso de abajo. Taciturno y enigmático comenzará a hacer imposible la vida de los recien llegados con sutiles gestos que los sacarán de sus casillas hasta llegar a un desenlace inesperado.
El trabajo de los actores de ‘Fear’ es correcto, y sostienen un guión endeble como pueden. Un guión con lagunas y cabos sueltos bastante llamativos (por ejemplo, ¿qué ocurre con la llamada de la mujer a la que Martyn conoció durante la reunión de arquitectos y que escuchó Rebecca?, ¿por qué Martyn aborrecía tanto las armas de su padre y después le pareció bien que las utilizara?) Podría dar inumerables ejemplos. No merece la pena perder el tiempo viéndola. 4/10.
Entre el 29 de agosto y el 8 de septiembre tuvimos la oportunidad de visitar Irlanda. Después de posponerlo varios años por problemas de logística y de encontrar una organización adecuada, finalmente este año pudo ser. Un recorrido dentro de lo que once días permite. Han sido tres «centros de operaciones»: Dublín (visitando además las ruinas de Glendalough), Galway (con excursiones a los acantilados de Moher y a las islas Aran) y Cork (con visita al castillo de Blarney y su Piedra de la Elocuencia). El periplo nos demostró que aún queda mucho de británico en sus edificios y en sus habitantes y costumbres, que la fiesta es casi continua en Dublín y en Cork, que el alcohol hace estragos entre los locales a pesar de su venta muy restrictiva, y que el clima irlandés es… el clima irlandés. Como dirían Crowded House, cuatro estaciones en el mismo día. Excepto nieve y huracanes, vivimos todo tipo de inclemencias en muy corto periodo de tiempo. La comida no es el fuerte de la Isla Esmeralda, los fish and chips británicos omnipresentes, la patata y el beicon (realmente filetes de cerdo cocido de un grosor considerable). Y, a pesar de la cantidad de ganado ovino, ausencia casi absoluta de quesos locales.
Todos estos días de viaje por tierra en tren y bus y por mar en barco quedan reflejados en 234 fotografías repartidas en las 17 galerías dedicadas a Irlanda que acabo de colgar en Cromavista. Espero que os gusten.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Este podría ser el lema de ‘Superestar’, la serie de Netflix escrita y dirigida por Nacho Vigalondo sobre el fenómeno de Tamara y todo el ecosistema de personajes que la rodeaba. Podría haber sido una producción al uso, ficcionando religiosamente todos los acontecimientos que ocurrieron a sus protagonistas en aquellos turbulentos años, en torno al cambio del siglo XX al XXI. Pero Vigalondo, aficionado a retorcer hasta dar otra vuelta de tuerca a algo que podría haber sido convencional, toma puntos de apoyo de la realidad para construir a su alrededor un universo paralelo donde la imaginación es lo que prima.
María del Mar Cuena Seisdedos y su madre Margarita son inseparables. La primera, bajo el nombre de Tamara, tiene claro que quiere triunfar en el mundo de la canción. Su madre, guardiana de su integridad física y moral, la protegerá en un submundo donde las amistades son puro interés y cualquier canal de televisión busca aprovecharse económicamente rapiñando cualquier aspecto de su vida privada. Los años de gloria serán también los que caven una fosa donde enterrarla. Leonardo Dantés, Paco Porras, Tony Genil, Loly Álvarez o el Arlequín son los coprotagonistas de esta producción coral, reflejo de la reciente historia audiovisual de España.
Al margen de que, en mi opinión, la carrera de Nacho Vigalondo es muy irregular, con ‘Superestar’ acierta de pleno creando una mitología ficticia en torno a los personajes, a los que caricaturiza y a la vez disecciona sin ridiculizarlos. Es fácil empatizar con ellos y entender sus motivaciones. Incluso en los casos más delirantes (el episodio de Paco Porras es antológico, con un Carlos Areces en un papel que le encaja como un guante) tienen un trasfondo humano y cercano. Si a todo esto unimos un trabajo de actores de primer nivel (Natalia de Molina, Pepón Nieto, Ingrid García-Jonsson…), el resultado es una producción entretenida, sorprendente y original. 8,5/10.
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