Hay un sector político, y también de la sociedad, que se toma muy mal los comentarios y consejos de determinados cargos del Gobierno. Y de entre todos esos comentarios hay dos que han sido la comidilla de personas que, benevolentemente, trataremos de mal informadas. El primero de ellos es el tema de comer carne de conejo en vez de otras más caras. Ahora no recuerdo quién fue el que lo dijo, pero a niveles populares se entendió casi como una ofensa personal de los «poderosos» al «pueblo». Y aquí entra la reflexión barata y demagógica del «mientras ellos no se privan de nada, recomiendan para los demás lo que ellos no quieren» que he oído de varias bocas en las últimas semanas. De hecho se ha convertido en uno de los temas de conversación en cafeterías.
Y si hablamos de cafeterías, hablamos del famoso asunto de las propinas. El comentario de Pedro Solbes parece que no ha sentado bien en el gremio de la hostelería. Quizás la forma tan gráfica que tuvo el vicepresidente económico de exponer la falta de concienciación ante el euro no fue la más adecuada. Y precisamente por ser tan gráfica se ha quedado como un tema anecdótico y superficial. Pero debajo subyace una reflexión que creo que es bastante acertada sobre el euro y lo que su implantación ha supuesto para nuestros bolsillos. Nadie puede negar que aún no somos plenamente conscientes del valor de la moneda común. Vale, de acuerdo que todos sabemos que son 166,386 pesetas de 2001, pero en nuestro día a día no lo pensamos fríamente. No pensamos que un café supera en la mayoría de los establecimientos las 150 pesetas. Un periódico cuesta las 166 pesetas de un euro, una entrada de cine (en Zamora) más de 650 pesetas y que cada pequeño billete de 5 euros son casi lo mismo que el antiguo de 1000 pesetas. Las entradas de los cotillones de fin de año se acercan a las 8000. Poquísima gente se para a pensar en el dinero que paga a diario y, la verdad, a veces es mejor no hacerlo.
Hay muchos más ejemplos que podría mencionar, muchos sobre recomendaciones de sostenibilidad ecológica y seguridad vial, y que hacen aflorar a algunos esa tradición tan española que consiste en la crítica gratuita del estilo de «nadie tiene que decirme lo que tengo que hacer, porque yo sé lo que me conviene mejor que nadie». A la conclusión que quiero llegar es que un consejo no es una ley de obligado cumplimiento y que ese tipo de comentarios normalmente no se hacen gratuitamente. Está en nuestra mano seguirlos o no. Pero me da la impresión de que cualquier nimiedad será utilizada como arma de guerra. Y estoy bastante harto de que esto ocurra.
Había oído hablar mucho de ellas, me habían contado muchas cosas, pero no podía escribir sobre ellas hasta que no las viera personalmente. Y esa ha sido una de las primeras cosas que he hecho al llegar a Zamora. En realidad me las encontré de camino hacia casa. Era ya noche cerrada y he de reconocer que me impresionaron esos focos al más puro estilo de los de los campos de fútbol y que «abrazan» maternalmente la plaza de Alemania. Coomonte ha ejecutado una de sus obras más… inclasificables, que yo calificaría benevolentemente como de enigmático futurismo.
Aunque me cueste, voy a hablar en serio. En realidad las farolas en sí no me parecen mal, pero como suele ocurrir, nuestro querido ayuntamiento no acierta con las ubicaciones adecuadas para el mobiliario urbano. Por su tamaño y su forma parecen diseñadas para ser emplazadas en lugares abiertos. La plaza de Alemania desde luego no lo es. Está rodeada por edificios de considerable altura que encajonan la glorieta. El añadir unas farolas como éstas acentúan esta sensación. Ahora la plaza parece más pequeña y angosta. En cuanto al color, quizás pintadas de un tono claro ganarían mucho… En fin, intercambiando opiniones parece que estas impresiones mías son bastante comunes entre los zamoranos.
Como a estas alturas todos sabréis, el Congreso de los Diputados ha suprimido del artículo 156 del Código Civil (aprovecho para recomendarlo como lectura que, para los legos en derecho como yo, es de lo más curioso) la excepción legal que hasta ahora permitía a los padres «corregir razonable y moderadamente» el comportamiento de sus hijos. En concreto la cita de esa parte del artículo es la siguiente (en negrita la parte modificada):
«Los padres podrán en el ejercicio de su potestad recabar el auxilio de la autoridad. Podrán también corregir razonable y moderadamente a los hijos.«
No sé por qué, pero esto se interpretó como la autorización legal para que los padres pudieran pegar con fines «educativos» a sus hijos. Quizás haya jurisprudencia al respecto… En cualquier caso creo que esto no pasa de ser una mera anécdota que algunos sectores de la sociedad de sobra conocidos por todos utilizarán para arremeter contra los partidos de izquierda y los llamados despectivamente «progres».
Ya era hora de que se eliminara de nuestro vetusto y remendado Código Civil la coartada para el castigo físico a los hijos. Porque, ¿dónde está el límite entre el cachete o la bofetada y el paso siguiente? ¿A qué padre o madre no se le puede ir de la mano un golpe fatal con la excusa de un inofensivo castigo? ¿Qué consecuencias psicológicas tiene este trato en los niños? ¿No es hora de educar con algo que no sea la coacción y el miedo? En mi opinión el tener que pegar a un niño es la consecuencia última de una educación nefasta por parte de sus padres, un fracaso en su intento de inculcar unos valores de respeto y saber estar frente a los demás. Ya no vivimos en un mundo donde la fuerza y la violencia sean los motores de la sociedad. La severidad no tiene por qué ir asociada a la violencia y yo soy de los que están completamente convencidos de que se puede educar perfectamente a un hijo sin acudir a esos recursos tan primarios e irracionales. Pero claro, no todos los padres tienen el tiempo, la paciencia o la preparación que hay que tener para tan complicada tarea.
A través de Supernova Pop me he enterado de que se ha publicado en DVD un documental sobre esa cosa llamada «Xixón sound». Por ‘Cambia de Vida: el Viaje del Xixón Sound’ (Esgaya Films) pasan Australian Blonde, Penélope Trip, Doctor Explosion, Nosoträsh, Manta Ray, Nacho Vegas, Undershakers y muchos otros clásicos indies gijoneses de los años noventa además de otra gente como Jesús Ordovás. ¡Pero qué viejos somos ya!
Debo de ser uno de los pocos y raros individuos a los que les da exactamente igual el tema del canon digital. Tanto los que están a favor como los que están en contra han conseguido hartarme. Por un lado me parece que 3,15 euros en un reproductor MP3 que puede costar 100, 200 o 300 euros o 1,5 euros en un teléfono móvil con capacidad para reproducir sonidos me parece un «impuesto» irrisorio. Además el canon de los CDs y DVDs vírgenes baja en torno a un 25% y en las grabadoras nuevas se pagará la mitad de lo que se pagaba hasta ahora. Por tanto me parece que la polémica es pura artificialidad, no me merece mayor consideración.
Y tampoco me merecen una consideración los autores que intentan vivir de su trabajo. ¡No se escandalicen! Yo siempre pensé que el arte y la creación artística no tiene nada que ver con la economía y que cuando ambos cruzan sus caminos los resultados no suelen ser buenos. Es una opinión muy personal mía. Crear algo con la expectativa de poder ser vendido al mejor precio posible hace que el propio arte esté condicionado por factores externos que no suelen ser beneficiosos. ¿Qué hubiera ocurrido si Van Gogh hubiera tenido que pintar sus obras pensando en si las iba a vender o no? Se dice que sólo vendió un cuadro en vida. En mi opinión el mejor arte ha de ser arriesgado y avanzado a su tiempo, debe crear nuevos cánones (perdón por la palabra) y abrir sendas que después otros seguirán. Y eso no vende.
Una de las muchas cosas buenas que ha tenido la llegada de internet es que ha democratizado la creación artística y ha demostrado también que existen nuevas formas de expresión y de gestionar los derechos de autor. Ahí tenemos el Copyleft y las licencias Creative Commons, que han supuesto una revolución en todo este mundo. Los músicos regalan su música (por ejemplo el nuevo disco de Grande-Marlaska, antiguos Garzón) y los escritores sus libros (por ejemplo, Alberto Vázquez Figueroa) bajo estas licencias. Es un movimiento imparable que nadie ni nada va a detener. Tanto la cultura como el arte no tiene precio para nadie, no al menos obligatoriamente. Si me quiero comprar un libro o un disco, lo haré por convicción y no porque no tenga otra alternativa.
El 21 de diciembre de 1988, el vuelo 103 de Pan Am Londres-Nueva York sobrevolaba las inmediaciones de población escocesa de Lockerbie. De pronto, el Boeing 747 se convirtió en una bola de fuego que se precipitó sobre la ciudad. Fueron 270 víctimas mortales, incluyendo 11 ciudadanos de Lockerbie. Las investigaciones policiales averiguaron que se trataba de un atentado terrorista. La autoría tardó en esclarecerse, pero al final quedó claro es que los servicios secretos libios estaban detrás y, en última instancia, su líder nacional Muhammar al-Gaddafi. No fue este el primer «roce» entre Libia y occidente. Un par de años atrás, aviones norteamericanos y británicos habían bombardeado la ciudad de Trípoli.
Como consecuencia de la nula colaboración de Libia con la justicia internacional para condenar a los culpables materiales del atentado de Lockerbie, la ONU impuso sanciones económicas contra el país magrebí. En 2003 finalmente admitió su responsabilidad y las sanciones fueron levantadas. Pero la tremenda masacre de Lockerbie fue sólo el punto culminante de la carrera de Gaddafi como terrorista. Si sólo citamos las acciones llevadas a cabo en Europa tenemos atentados en Roma, Viena o Berlín durante los años ochenta.
Una breve y superficial reflexión me lleva a pensar en el doble rasero con el que se trata a los tiranos. Comparemos al líder libio con Saddam Husein. Ambos eran panarabistas, sus regímenes eran laicos, basados en un extraño socialismo personalista. La gran diferencia radica en que Husein jamás atacó a occidente. Es más, recibió el apoyo de los Estados Unidos en su lucha contra Irán, convertida en una república islámica tras la revolución de los Ayatolás. En los años ochenta, Husein era el «bueno» y Gaddafi el «malo». En los noventa los dos eran «malos», y en la década actual Husein ha sido derrocado y ahorcado y Gaddafi se pasea con su séquito como un pacífico jefe de estado y planta su jaima en los jardines más excelsos de Europa sin que nadie se acuerde ya de Lockerbie… Ironías de la vida.
Aunque hoy tenía pensado ver la película de Brian De Palma ‘Redacted’ sobre las penurias de los soldados de la guerra de Iraq, al final las circunstancias han hecho que sólo escriba sobre el reportaje que emitió Cuatro el otro día sobre un tema muy similar al de la obra de De Palma. Es decir, la desorientación de unos soldados norteamericanos criados entre videojuegos y hamburguesas y con unas ideas de la guerra y del enemigo alarmantemente esquemáticas.
El escenario de Iraq recuerda mucho el del Vietnam de los años sesenta y setenta. Cada ciudadano puede ser un insurgente y la paranoia se instala en los ocupantes. El gran Jon Sistiaga se infiltra en una de esas patrullas ocupantes y retrata de manera sublime ese punto de vista. Soldados que sólo esperan volver a casa en un ejército que mayoritariamente habla español por ser hispano… en un ejército con un componente de hispanos cada vez mayor.
rmbit está bajo una licencia de Creative Commons.
Plantilla de diseño propio en constante evolución.
Página servida en 0,053 segundos.
Gestionado con WordPress