En el imaginario popular, la maquinaria del Estado está compuesta de instancias, oficios, fotocopias, resoluciones, cartas, notificaciones y un sin fin de documentos. El «papeleo» lo solemos llamar. Cuando se ve desde dentro, uno se da cuenta de que esa sólo es la punta del iceberg. Internamente, el papel todavía es moneda común en las comunicaciones internas entre las diferentes unidades y delegaciones. Es cierto que el correo electrónico ha conseguido en los últimos años reducir algo el volumen y agilizar las gestiones, pero por otro lado también lo ha ampliado. Inexplicablemente, en mi oficina los correos electrónicos se archivan después de ser imprimidos. Nunca lo entenderé.
Un asunto aparte es el papel que se pierde por errores o duplicados no necesarios. Durante los últimos días he estado llevando un pequeño control de lo que se imprime por una de las nueve impresoras que hay en el departamento donde trabajo. Siendo benevolentes, en torno a una cuarta parte de los papeles que salen de la impresora son inútiles. Eso significa que, de los aproximadamente 1000 o 1500 folios utilizados a lo largo de una semana laboral, entre 333 y 375 van directamente a la papelera, víctimas muchas veces de la precipitación, de la falta de conocimientos informáticos o sencillamente de tener «gatillo fácil» con el botón de imprimir.
Aún así, creo que se pueden aprovechar los recursos muchísimo más. La informática ha de servir para simplificar nuestro trabajo y también para agilizarlo, no para generar más problemas y más papel. Si no se imprimieran los correos electrónicos de mi oficina para archivarlos y se guardaran «virtualmente», se ahorraría por lo menos un tercio del papel. Cada vez más, las nuevas aplicaciones informáticas que utiliza la Administración en sus distintas facetas, van dirigidas a minimizar el papel.
Parece mentira que a estas alturas, el sector público esté aún en la fase inicial de la informatización. En mi opinión, la culpa es principalmente de los directivos locales, a menudo faltos de cultura informática, que intentan combinar el antiguo sistema de «papeleo analógico» con los nuevos medios digitales, cuando de lo que se trata es de sustituirlo. El único papel que debe aparecer es el que entrega o recibe el ciudadano. Y cada vez menos, gracias a la Administración Electrónica.
Desde que tengo el Mac he tenido ganas de hincarle el diente al tema de la programación bajo esta plataforma. Así que me puse a recopilar documentación sobre las posibles alternativas que existen para los desarrolladores. La principal de ellas y la digamos «oficial» es Cocoa. Bajo este nombre se esconde la API del sistema operativo Mac OS X, es decir, un conjunto de funciones que manejan todo los aspectos del sistema. Los lenguajes para poder utilizarlas son C++, Java u Objective-C. La mayoría de tutoriales que he encontrado por la red hacen referencia a este último.
Así que hace unos días instalé XCode, que es un conjunto de herramientas incluidas en los discos de instalación para desarrollar bajo la plataforma de la manzana. A parte de la propia XCode, me puse a juguetear un poco con Interface Builder que, como su nombre indica, sirve para construir todo el interfaz gráfico al más puro estilo Mac. Hasta ahí todo fue bien y muy intuitivo.
El problema surgió cuando vi que la mecánica para establecer las relaciones entre código y controles de ventana no tenía nada que ver con otros entornos integrados para Windows. No digo que fuera difícil, pero sí muy diferente. Nada de poner nombres a los controles para luego referenciarlos en el código, aquí todo funciona a través de flujos de entrada (inlets), flujos de salida (outlets) y acciones. Las asociaciones entre estos flujos y los controles se hacen gráficamente. Las acciones se asocian generalmente a los botones. Y, como no tengo más que ligeras nociones de Objective-C, me perdí un poco a la hora de captar el flujo de entrada, darle contenido a las acciones y devolver el resultado en el flujo de salida.
Me parece que para un uso profesional para aplicaciones de cierta entidad, el uso de XCode está bien, pero a los que venimos de la «vieja escuela» de Windows y sólo queremos programar ocasionalmente por puro placer quizás nos resulte demasiado aparatoso. Habrá que hacer un nuevo intento, esta vez con el RealBasic 2007.
Aunque no lo pude ver en directo, gracias a YouTube he tenido la ocasión de ver la entrevista que Andreu Buenafuente hizo en otro día a Zapatero. Media hora de preguntas y respuestas con algunos buenos golpes de humor de parte del showman catalán. Sinceramente, no vi al Presidente demasiado cómodo. Y eso que se supone que hay «buen rollo». Me pareció que estaba excesivamente preocupado por mantener las formas institucionales y no salirse en ningún momento de su papel. Correcto y simpático, pero nada más.
En cualquier caso es de agradecer que se ofrezca una imagen diferente del jefe del Ejecutivo a la que estamos acostumbrados a ver y que nadie se había atrevido a concebir hasta el momento. ¿Os imagináis a Aznar siendo entrevistado por algún humorista de su cuerda? Yo no. Así que, a pesar de todo, un punto para Zapatero y para sus asesores de imagen y de marketing. Creo que ha sido una buena publicidad.
Mis momentos favoritos están al final de la entrevista, cuando se muestra a las cámaras la sala donde se celebra el Consejo de Ministros y en el momento en que a Buenafuente le entra el «ansia de poder» y decide quedarse como nuevo inquilino del Palacio de la Moncloa…
Para aquellos que no lo hayan visto, aquí está la entrevista dividida en cuatro vídeos:
Siempre los sábados a la hora de comer suelo poner el programa ‘Asamblea’ en el Canal Extremadura. Se trata de un espacio dedicado al parlamento autonómico extremeño en el que, en todo desenfadado y entretenido, se analiza cómo ha sido la semana parlamentaria y las leyes que se han debatido y aprobado. En cada programa también se entrevista a uno de sus miembros. En definitiva, ‘Asamblea’ intenta acercar al público general una institución tan importante como es su propio parlamento de un modo ameno.
Recuerdo que La 2 de Televisión Española emite los sábados a las 11 de la mañana ‘Parlamento’, un programa que en mi opinión es demasiado serio y que nuestra televisión tiene bastante abandonado. De hecho, su página web no se actualiza desde 2005. Su formato es muy similar al de ‘Asamblea’, así que supongo que éste estará inspirado en aquel.
Me parece que si la televisión pública tiene una función esencial, esa es la de mostrar cómo funciona un país, fomentar la cultura de las instituciones. Sería bueno que nosotros, los paisanos de a pie, conociéramos las instituciones que nos rigen. Creo que se debe hacer un esfuerzo para que todos nos sintamos parte del aparataje del Estado, de los poderes que nos rigen, de sus límites y de nuestros derechos como ciudadanos. Estoy seguro de que muchas de las noticias infundadas, los rumores maliciosos o los malentendidos que algunos medios difunden no prenderían en determinadas personas. Se debe fomentar la participación democrática, y los medios de comunicación públicos son el canal ideal para hacerlo.
Descubrí la web del Proyecto Matriz buscando sitios de documentales sobre actualidad. Esta curiosa iniciativa es un proyecto que pretende, mediante la difusión de noticias y documentales, «abrir los ojos» a los internautas y combatir las versiones oficiales de asuntos por todos conocidos. En principio me parecía una idea sana e interesante, al estilo de la Red Voltaire.
Pero tras profundizar un poco en la web me di cuenta de que iban bastante más allá, incluyendo referencias de corte pseudoreligioso al estilo de la new age, teorías alternativas sobre el origen militar de enfermedades como el SIDA, el ébola y otras, referencias a la ocultación de los OVNIs por parte de los gobiernos y otros muchos asuntos que bordean, y a veces traspasan, el límite de la fantasía.
Quizás lo más peligroso es la mezcla de temas interesantes y denuncias lícitas con otros demenciales, tratados al mismo nivel, como si merecieran el mismo crédito. En general suelo desconfiar de quienes nos ofrecen verdades (el lema del Proyecto Matriz es la cita bíblica «La verdad os hará libres») supuestamente ocultas que, de ser ciertas, cambiarían el curso de la historia. Lo mejor es que cada uno juzgue por sí mismo, aunque recomiendo un espíritu escéptico.
Hace cosa de un año escribí una pequeña referencia sobre ‘El Jefe de Todo Esto’, la por entonces nueva película del realizador danés Lars Von Trier. Por fin, y tras algún tiempo en el «congelador», he hecho un hueco para poder verla. La idea de que Von Trier se metiera a dirigir una comedia me parecía de lo más interesante. Lo más parecido a este género (aunque estrictamente no lo es) que recuerdo en su filmografía era ‘Los Idiotas’, para mi gusto de lo mejor que ha hecho junto con ‘Rompiendo las Olas’.
Aunque ‘El Jefe de Todo Esto’ no es una película Dogma, tiene muchos elementos que nos recuerdan al polémico movimiento. La ausencia de banda sonora, la atractiva sobriedad de los planos (descuadrados «gracias» a la «automavisión»), el montaje descuidado y sobre todo el peso de los actores son herencia del difunto movimiento. En realidad, los actores y la historia son lo único realmente importante. Todo lo demás es accesorio. Esto no es nuevo, porque ya lo pudimos ver llevado a su extremo en ‘Manderlay’ y en ‘Dogville’, donde la acción se desarrollaba en un espacio abierto sin decorados. En ‘El Jefe de Todo Esto’ los decorados son intencionadamente anodinos, funcionales y hasta disparatados (por ejemplo el zoo o la tienda de estatuas de mármol).
La película cuenta la historia de una empresa informática de cierto éxito que se dispone a ser comprada por unos islandeses sin escrúpulos. El director de la compañía ha ocultado a sus empleados su condición de tal al no creerse capaz de dirigirla. Pero para poder venderla necesita un director. Decide contratar a un actor para que le suplante y haga las veces de jefe. Las cosas dan un inesperado giro cuando el actor se mete demasiado en su papel.
Muy pocos realizadores en la actualidad tienen el don de hacer lo que quieran y salir airosos. Lars Von Trier consigue firmar una película de apariencia absurda y casi ridícula, pero con un trasfondo que toca lo más hondo de las relaciones humanas del mundo moderno. Las critica y denuncia su superficialidad, derribando de paso los mitos y tópicos que rodean el mundo de la interpretación, del cine de autor y sobre todo del teatro hasta bordear la autoparodia.
Llegamos al final de esta serie de artículos que son el resultado de mi curiosidad y de la Biblioteca de Prensa Histórica. En episodios pasados vimos publicidad sobre tecnología, viajes y salud. Podría haber añadido temáticas infinitas. Así que esta última entrega es un cajón desastre donde cabe un poco de todo.
Academia de Don Antonio Pina Cuenca (1896). Para «carreras militares y civiles».
«Carnecería» Luciano de Anta (1899). «¡No confundirse!».
Comercio de Francisco P. Casaseca (1900). «Toda aquella persona que no quiera desperdiciar la ganga de hacerse rica, que es precisamente lo que la ofrezco, puede pasar al Comercio de FRANCISCO P. CASASECA, y obtener el deseado y simpático Gordo de Navidad, con sólo emplear unas cuantas pesetas en su acreditado establecimiento.
Gran Taller de Coches de Bernardo Rodríguez Rollán (1901). «Constructor del invento del freno de seguridad en los carruajes y desenganche de los caballos del vehículo en toda ocasión que se desee». «Se cambian coches nuevos por usados».
Coza House (1910). «La borrachera no existe ya» rezaba este curioso anuncio. Según se aseguraba, el «polvo Coza disgustaba al borracho del alcohol» y «ha reconciliado millares de familias, ha salvado millares de hombres del oprobio y del deshonor y les ha vuelto ciudadanos vigorosos y hombres de negocios muy capaces; ha conducido a más de un joven por el camino derecho de la felicidad, y prolongado muchos años la vida de ciertas personas».
Nuevo Teatro. Grandes Espectáculos (1917). «El sábado próximo debut de Nati La Bilbainita». Tremendo.
Academia Eymar (1917). «Se admiten señoritas».
Depilatorio VENUS (1919).
Mariano Prieto (1919). «¡¡Todos capitalistas!!».
Teatro Principal (1919). Una buena oferta de cine para la nochevieja de 1919: el estreno de los episodios 7º y 8º de la «colosal serie» ‘Houdini y el Tanque Humano’.
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