Llevo ya cinco días con el iMac y ya no echo de menos el PC. El «periodo de transición» casi obligatorio cuando uno cambia de un medio a otro prácticamente no ha existido. Aparte de la increíble sencillez de manejo del Mac OS X para un novato como yo, ayuda bastante el haber utilizado previamente otros sistemas operativos alejados de la filosofía de Windows. Casi desde que tuve un PC trasteé con linux y su entorno gráfico. Las últimas versiones de Gnome y el sistema operativo de Apple se parecen más a cada nueva versión. Sí, es cierto que aún queda mucho camino para igualarlo, sobre todo en el tema gráfico, pero el modo de uso es muy parecido. Por ejemplo el «montar» las unidades (concepto que no existe en Windows), la incorporación de un terminal estilo Unix (que en realidad es lo que es, ya que Darwin, el núcleo de Mac OS X, está basado en una distribución Unix llamada BSD), la barra superior, igual que Gnome, y otros muchos detalles.
Hablaba antes del asunto gráfico. Es sin duda el aspecto más impresionante de Mac OS X. La pantalla tiene una resolución muy buena y un brillo y contraste como nunca antes había visto en un monitor. Hacen que las fotos se vean con un detalle y unos colores que antes no veía. Para algunas aplicaciones he tenido que ampliar un poco el tamaño de las fuentes para no dejarme los ojos intentando leerlas. La calidad del renderizado suave de las fuentes es prácticamente perfecto.
Y si suave son las fuentes, no lo es menos el funcionamiento general del sistema. Las aplicaciones se instalan rápido y arrancan rápido. Nada de brusquedades ni parpadeos ni errores de dibujado de las ventanas. Algo a lo que estábamos muy acostumbrados en Windows. Mac OS X es como un mayordomo victoriano que no te interrumpe, y si lo hace es muy educadamente y sin hacer ruido. Todavía no me ha salido ni un sólo mensaje de error. Nada de ventanas preguntando a cada momento qué es lo que deseo hacer ni interrupciones para actualizar el sistema.
A nivel físico lo más importante y lo que buscaba se cumple con creces. Lo primero el silencio. No se oye prácticamente nada. Cuando la pantalla queda en reposo no sé si el ordenador está apagado o encendido. Ni siquiera realizando las tareas con más carga de procesador o disco duro. Lo segundo, los cables. La antigua maraña de cables (DVI/VGA, alimentación de pantalla y CPU, ratón y teclado) se reducen a dos: alimentación y teclado. El ratón va conectado a uno de los puertos USB que hay en el teclado.
Otro buen detalle es Front Row. El iMac viene con un pequeño mando a distancia para activar una especie de media center que, a través de menús podemos escuchar música, ver nuestras fotos, nuestros vídeos o DVDs.
Las pegas
Aunque pocos, el iMac también tiene algún inconveniente. El principal de ellos es que, en caso de tener un problema técnico (cruzo los dedos), hay que llevarlo a un servicio técnico autorizado, porque no hay forma humana de que un mortal pueda desmontarlo más allá de cambiar la memoria.
Otra pega que quizás no sea tal, es la aparte falta de transparencia en el funcionamiento del sistema. El iMac no tiene más luces que el indicador de encendido de la webcam. Nada de led de disco duro, de encendido, de lectura de CD/DVD o de cualquier otra cosa. Supongo que será cuestión de acostumbrarse.