He escrito ya unas cuantas veces sobre aquellas teorías físicas que desafían la razón y la física y nos hacen replantear lo que conocemos del mundo que nos rodea. El otro día escuché algo sobre una teoría del universo holográfico en la radio, así que me puse a buscar información sobre ella. Y encontré un par de artículos. El primero es ‘The Universe as a Hologram’, una magífica aproximación a los rudimentos de esta hipótesis que tiene algo del mito de la caverna platónico.
En 1982, el físico de la Universidad de París Alain Aspect y su equipo realizaron un experimento que haría cambiar por completo la visión del universo. Descubrieron que bajo ciertas circunstancias las partículas subatómicas se «comunicaban» entre sí sin importar la distancia que los separaba. De algún modo, estas partículas «sabían lo que hacían» otras partículas que se encontraban a decenas, cientos, miles o millones de kilómetros. Esta «comunicación» sería instantánea, violando también el principio de que nada puede viajar más rápido que la velocidad de la luz. Aunque quizás no sea comunicación, sino que ambas partículas separadas por distancias tan colosales sean una misma entidad, de la que estamos viendo dos de sus caras (o también podemos llamarlas «manifestaciones»), pero que no somos capaces de ver en su totalidad. Al igual que un holograma impreso en dos dimensiones puede recrear un mundo tridimensional, las manifestaciones de partículas aparentemente independientes entre sí podrían ser dos caras de una misma realidad que ni siquiera intuimos. Esta conclusión la realizó el físico David Bohm a partir de las investigaciones de Aspect.
Para ilustrar su teoría, Bohm puso un ejemplo: imaginemos una pecera, un pez en su interior y dos cámaras de vídeo conectadas a dos monitores. La primera cámara se colocaría en el frontal de la pecera y la segunda en un lateral, de forma que tenemos dos vistas diferentes y simultáneas del pez. Imaginemos también que el espectador no conoce la existencia de la pecera real, sino que todo su conocimiento se basa en las imágenes de los monitores. La primera idea sería que se trata de dos peces diferentes, pero una observación más detallada lo llevaría a la conclusión de que sus movimientos están relacionados de algún modo misterioso. Bohm aplicó este principio también a la mente humana, acercándose así a otras teorías límite como la de los campos morfogenéticos.
El segundo artículo del que quería hablar lo publicó la revista New Scientist. En él se hacen eco de los descubrimientos realizados en Alemania, en el detector de ondas gravitacionales, el GEO600. Si bien hasta la fecha no se ha logrado dar con ninguna de estas hipotéticas ondas espacio-temporales, sí que se ha descubierto un desconcertante fenómeno que puede tener consecuencias para la física teórica. Según Craig Hogan, físico del Fermilab de Chicago, se ha logrado llegar a la frontera última que separa el espacio-tiempo. Según la teoría de la relatividad de Einstein, el espacio-tiempo es un contínuo. Esto se contradice con los descubrimientos del GEO600, que ha detectado cuantos de espacio-tiempo a niveles subatómicos, como cuando ampliamos una foto que nos parece perfecta y vemos los píxeles. Si esto se confirma, se han descubierto los «píxeles» que forman el espacio-tiempo, valga el símil.
Hogan ha llegado a la conclusión de que, si las evidencias están siendo correctamente interpretadas, el universo podría ser un gigantesco holograma. Para llegar a este punto, Hogan ha tenido en cuenta los estudios de físicos de vanguardia como Leonard Susskind o el premio Nobel Gerardus ‘t Hooft, que en los años noventa conjeturaron sobre el universo holográfico, que a su vez continuaron los trabajos de Jacob Bekenstein en los años setenta sobre los agujeros negros.
Después de leer estos textos e interesarme un poco por el tema, yo, con mi limitada mente, sólo puedo llegar a una conclusión: en realidad sabemos muy poco o nada sobre el mundo que nos rodea, sobre la naturaleza de la materia de la que está construido el universo, ni de lo que hay ahí fuera… A estas teorías, apoyadas en algunas pruebas reales, quizás las desbanquen otras más osadas, o de espíritu totalmente opuesto. Quién sabe. La cuestión es que seguimos siendo unos ignorantes.