‘El Discurso del Rey’
Ha sido la sensación en la última entrega de los premios Oscars de Hollywood. Aunque no es el tipo de películas que suelo ver ni me suelen gustar, en esta ocasión he hecho una concesión por ‘El Discurso del Rey’ (‘The King’s Speech’). Al final la curiosidad ha podido. Se trata de una producción británica de 2010 realizada por Tom Hooper, un hombre que proviene del mundo de la televisión. Esta es, sin duda, su «gran obra» en el campo del celuloide y la gran pantalla.
Las películas históricas tienen un especial atractivo para mí, porque permite acercarse a un episodio, a menudo poco conocido, de una forma amena. Tal es el caso de ‘El Discurso del Rey’, que se centra en los problemas en el habla del que, tras la abdicación de su hermano, estaba llamado a ser el rey del Imperio Británico en una época convulsa y repleta de cambios. Así fueron las décadas de los treinta y los cuarenta. La amenaza nazi o la segunda guerra mundial están siempre presentes. Pero por supuesto, este marco histórico deja mucho margen para que David Seidler, el guionista, pueda jugar y aportar los elementos dramáticos necesarios para que la película funcione.
Pero no nos engañemos, aunque la cinta sea británica, la moraleja sobre la superación de las dificultades es puramente norteamericana. Quizás por eso gustó tanto a los académicos del otro lado del charco. También es uno de sus principales defectos. Desde el primer minuto ya sabíamos como iba a terminar, y eso en el cine es terrible, porque obliga a mantener la atención y a presentar el desarrollo de la acción de forma que nos haga olvidar ese desenlace. ‘El Discurso del Rey’ lo consigue solo a medias. El excepcional trabajo de los actores protagonistas, Colin Firth como Jorge VI y Geoffrey Rush como Lionel Logue, es uno de los grandes activos de esta cinta y el núcleo en torno a lo que se construye todo lo demás.
Uno de los grandes defectos, junto con la previsibilidad, es el de la extrema correción política. Nada se sale fuera de lo que se supone que sabemos que hace un rey. El tratamiento que se le da es, en todo caso, exquisito y amable. La relación con su hermano Eduardo, de vida disoluta y que dejará el trono en su favor, no está suficientemente explotada y se pasa casi de puntillas por ella.
La ambientación de la época es excelente, solo empañada por un cierto toque de idealización típica de las superproducciones. En definitiva, se trata de un producto inofensivo y estandarizado por la industria del cine a la búsqueda de un público mayoritario. Nada más.