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La bitácora personal de Ricardo Martín
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12 de noviembre de 2012

La Peña Mora de Villaseco del Pan

Hace unos meses publiqué un artículo acerca del descubrimiento de unas tumbas en lo que hoy es el Parque de León Felipe y el edificio de Servicios Múltiples de Zamora. La noticia fue extraída de un libro curioso, llamado ‘Memorias Históricas de Zamora’ de Cesáreo Fernández Duro. En ese volumen también encontré otro texto que me llamó mucho la atención. Decía lo siguiente:

Peña Mora y su cueva están dentro de la formación granítica, en el término de Villaseco, y en el punto en que el arroyo Carrascal desemboca en el Duero.
Tres altos prismas de granito constituyen esta altura. El del centro presenta una pila perfectamente circular y de medio metro de diámetro, caso curioso de descomposición.
EN la ladera NO. se abre la sima de la Mora, ancho boquete, que se estrecha a poco, siguiendo la dirección EO., para torcer rápidamente en dirección al río, con el cual, sin duda, comunica. […]
La tradición ha transmitido la fábula de que la altura de Peña Mora se vio un día desde las llanuras contiguas sembrada de alhajas y piedras preciosas, que el brillo del sol hacía relucir con hermosos fulgores. Atraídas las gentes por el espectáculo de aquella riqueza hasta lo alto de las peñas, vieron de repente desaparecer el tesoro y perderse en la oscuridad de la sima y en el laberinto de sus subterráneas galerías, como conducido por invisible mano. […]

Con esos datos de localización me puse a investigar un poco sobre los mapas. Me situé sobre la zona y pronto descubrí un lugar llamado Peña Mora, justo a la ribera del Duero y poco antes de la desembocadura del río Esla, a unos veinte kilómetros al oeste de Zamora y a kilómetro y medio de Villaseco del Pan. A falta de poder acercarme hasta ese punto, buscando por internet encontré algunas fotografías. que pertenecen a la web de la casa rural «El Ciruelo Rojo» de la localidad de Villaseco. Lo que puede verse es una especie de «torreón» granítico de aspecto artificial, aunque evidentemente es natural. Por lo que he podido ver en su interior existe una cueva, donde los paisanos de la leyenda piensan que se escondieron las riquezas.

Si finalmente visito el lugar escribiré una segunda entrega con mis impresiones sobre el terreno. ¿Tendrá la leyenda algunas trazas de realidad?

24 de octubre de 2012

Las nuevas sintonías de la Cadena SER

Ocurrió el pasado 3 de septiembre, y me había dado cuenta de que nos había comentado los cambios radicales que se han producido en la Cadena SER. Más allá de los cambios de programación, me han interesado especialmente las sus sintonías. Todas –o al menos las de sus programas señeros– son nuevas. El artífice de estos cambios tan delicados es Ricard Aymerich.

El resultado, desde mi punto de vista, es muy bueno en casi todos los casos. La que menos me ha gustado es la del boletín informativo horario, que me resulta demasiado «orquestal» para un boletín ágil de 4 o 5 minutos como mucho. Y mi favorita sin duda es la de Hora 25. Todas mantienen como leitmotiv la famosa y clásica ‘Sinfonía Azul’, compuesta en los años 40 por Federico Mompou.

Os dejo con un vídeo de la propia Cadena SER en donde el propio autor comenta estas sintonías nuevas:

20 de octubre de 2012

Un trozo de La Alhambra en Berlín

En nuestro periplo museístico berlinés nos llevamos muchas sorpresas, pero posiblemente la mayor de ellas fue encontrarnos cara a cara con varias piezas de origen español en el Museo de Arte Islámico de Berlín. Este museo, incluido dentro del Museo de Pérgamo, cuenta con objetos muy preciados, como la famosa Habitación de Aleppo (Siria), hoy tristemente famosa por la guerra civil. Pero como digo, la mayor sorpresa fue toparnos con trozos de nuestra historia en un lugar tan remoto como es Berlín. Por suerte no estamos acostumbrados a encontrarnos este tipo de piezas en museos extranjeros (mientras no vayamos a los Estados Unidos, claro) y choca e indigna a partes iguales.

La pieza más grande de las que se exponen en este museo es el techo, un artesonado de madera, de la Torre de las Damas del Palacio del Partal de La Alhambra en Granada. La historia de cómo fue a parar aquí es la siguiente. Arthur Von Gwinner fue un banquero alemán muy poderoso a finales del siglo XIX. Por aquella época el patrimonio artístico español debía ser un auténtico desastre y nada se hacía para conservarlo. El Palacio del Partal, perteneciente al complejo de La Alhambra, no era más que un caserón de propiedad privada, casi en ruinas, que apenas conservaba la apariencia de su pasado original. Aquellos dominios parece ser que no eran de especial protección por parte del Estado. Von Gwinner compró en 1886 el palacio y unas tierras aledañas.

En 1891 lo cedió al Estado Español con la condición de quedarse con el techo de la Torre de las Damas que haría trasladar hasta su residencia particular en Berlín. En su defensa también hay que decir que Von Gwinner cedió en 1921 a las autoridades españolas el resto de las adquisiciones realizadas en nuestro territorio a excepción de esta pieza. Parece ser que estaba entre sus favoritas.

Hoy día se encuentra en una sala especial sobre el Islam en la Península Ibérica junto a un capitel de Medina Azahara, una ventana de madera proveniente de Córdoba, diversa cerámica islámica del sur de España y alguna que otra pieza…

19 de octubre de 2012

Curiosidades y pensamientos sobre Berlín

Han pasado ya unos cuantos días desde que volví de Berlín. En total han sido seis días rondando por la capital alemana, visitando monumentos, museos y fijándonos en los más peregrinos aspectos de la ciudad del Spree. Precisamente sobre esos aspectos, la mayoría poco percibidos por los turistas, quería hablar en este post. Para ello, recupero las notas que fui haciendo en mi Moleskine

¡Cerveza!

Todo el mundo sabe que Alemania es uno de los paraísos para los cerveceros. Pero nunca pensé que estuviera tan incorporado a la vida de los berlineses. En cualquier supermercado se puede comprar, por ejemplo, una Berliner Kindl por poco más de 40 céntimos de euro. Pero no estamos hablando de las clásicas latas de 33 centilitros, sino de botellines de vidrio de medio litro. Ese es el tamaño y formato estándar por aquellas tierras. Los transeúntes la beben por la calle o en el metro, pero rara vez las abandonan vacías. El secreto: son retornables. Existen en los supermercados máquinas que permiten recuperar unos céntimos al entregar la botella vacía. Algo que por aquí nos suena a ciencia ficción. En muchos locales, incluso la cerveza es más barata que el agua o que otros refrescos.

Peatones y ciclistas

Es cierto que los alemanes son, al menos en apariencia, más cívicos que nosotros, pero nos sorprendió comprobar que los berlineses cruzan las calles por cualquier parte. De hecho, hay muchos cruces donde no hay ningún tipo de señalización. A pesar de todo, ciclistas, peatones, automóviles y tranvías conviven en una extraña armonía que puede parecer caótica (en las inmediaciones de Alexanderplatz es una locura) pero que funciona. Incluso con semáforos en rojo se puede cruzar sin problemas; los coches respetan al peatón y al ciclista sobre todas las cosas.

La bicicleta es precisamente uno de los elementos que más sorprende al visitante español. Casi todas las calles cuentan con su carril propio, bien en el asfalto o bien integrado en la acera de los peatones. Pueden verse bicis de todos los tamaños y formas, tándems, cuadriciclos, carritos y otros artilugios más raros todavía. Ayuda que Berlín es una ciudad bastante llana y de calles amplias.

U-Bahn y S-Bahn

Debe ser que los berlineses son gente honrada, pero al foráneo nos resulta extraño entrar en una estación del U-Bahn o del S-Bahn y no pasar por ningún control de acceso. Casi siempre absolutamente diáfanas, las estaciones sólo cuenta con una máquina expendedora de billetes y un poste validador que estampa el nombre de la estación de partida y la hora. Y no hay más. Se supone que hay revisores que controlan a los que lo pagan, pero en nuestros seis días no nos pidieron jamás los billetes. Al final es increíblemente cómodo, práctico y rápido. Siempre y cuando todo el mundo cumpla, claro.

Tanto la red S como U mantienen su independencia hasta tal punto que los transbordos entre uno y otro sencillamente no existen. Hay que salir de una estación y entrar en la otra. A veces la separación entre ellas es de cientos de metros. Esto, unido a la poca afición de los berlineses por las escaleras mecánicas o las rampas, hacen que cambiar del S al U o viceversa sea agotador.

Ricos y pobres

Seguro que hay gente que piensa que en Alemania atan los perros con longanizas. En el resto no lo sé. Desde luego en Berlín no es así. El lema que acuñó el alcalde socialdemócrata Klaus Wowereit, «Berlin ist arm, aber sexy» («Berlín es pobre pero sexy»), tiene mucho de cierto. Rascando un poco más allá de las zonas céntricas y turísticas, la ciudad muestra aún muchas cicatrices de guerra del pasado. Los bombardeos aliados de la segunda guerra mundial, el aislamiento a causa del muro, y la política urbanística dudosa de la época comunista, hacen de Berlín una ciudad complicada y con grandes diferencias que, a pesar de las grandes inversiones realizadas desde que es la capital federal (hay muchas estaciones de S-Bahn nuevas o restauradas y centros comerciales enormes), son muy visibles.

Allí también encontramos a los clásicos limpiadores de parabrisas de los semáforos, a los gitanos rumanos pidiendo en las zonas más turísticas, y los típicos indigentes durmiendo donde pueden. Y también cosas que aquí serían chocantes, como trabajadores de cuarenta o cincuenta años, con aspecto alemán, preparando hamburguesas en un Burger King.

A pesar de todo, Berlín sigue siendo una ciudad muy segura. Nosotros al menos nos sentimos así. Y nos dimos cuenta de que las apariencias engañan. Durante la noche, las calles fuera de Mitte (el barrio céntrico y turístico) no están muy iluminadas. En algunas casi no se ve donde se pisa. Eso nos ocurrió en el barrio de Kreuzberg. Las enormes zonas con vegetación, los bloques de pisos un poco destartalados y los descampados, unidos a la oscuridad, hizo que nos inquietáramos. Sin embargo por allí pasaban niños en bici, madres con hijos, etc. Prueba evidente de que rara vez pasa algo.

3 de septiembre de 2012

Las islas españolas del Pacífico

Acercarse al mundo de las islas e islotes del Océano Pacífico es perderse. Allá donde las fronteras son difusas y las políticas coloniales de otros tiempos hicieron estragos, hoy se situan países prácticamente desconocidos como los Estados Federados de Micronesia, Palau, Guam, Nauru y otros muchos. Naciones extrañas y exóticas con unas pocas decenas de miles de habitantes y para nosotros sinónimos de agua azulísima y palmeras gigantescas. Algunos cuentan todavía con dependencia de sus antiguas metrópolis y otras son independientes desde hace poco tiempo.

Curiosamente toda esa zona fue durante siglos posesión española. Hasta hace bien poco. Podemos irnos al ejemplo más claro de todos: Las Filipinas, españolas hasta 1898. Pero hubo otras. Poca gente sabe que las Islas Marianas, las Islas Carolinas (ambas integradas en Micronesia) y Palaos (hoy Palau) fueron españolas hasta que no se firmó el Tratado Germano-Español en 1899. Mediante este acuerdo España cedía la soberanía de todas esas islas y atolones a Alemania.

Pero la curiosidad (y casi la perplejidad) me asalta cuando descubro que aún existen cuatro islas (conocidas como la «Micronesia Española» o la «Oceanía Española»), Kapingamarangi, Mapia, Matador y Coroa, que existe la posibilidad de que sean aún españolas, si bien no de hecho, quizás sí de derecho. No resulta muy sencillo adentrarse en los documentos que detallan los avatares de estos islotes a lo largo de la historia. Los nombres cambian, desaparecen, vuelven a surgir, los tratados son ambiguos y, para colmo, hubo desidia y desinterés por parte de España por tomar posesión efectiva de esos territorios a lo largo del siglo XX.

Por todos los excelentes artículos que he leído (para enmarcar son las dos partes del texto del blog de Francisco Polo «¿Cuatro islas perdidas en el Pacífico?»), llego a la conclusión de que, aunque fueron españolas, ya no lo son por no haber ejercido efectivamente la soberanía sobre ellas. Actualmente son parte integrante desde 1990 de un estado soberano como son los Estados Federados de Micronesia. A pesar de todo, haciendo una búsqueda por internet, se pueden encontrar algunas páginas que defienden que estos cuatro territorios aún son españoles e incluso en la Wikipedia se borró en 2008 un artículo dedicado a la «Oceanía Española».

24 de agosto de 2012

El «vuelo americano» de 1956

En el mundillo de la cartografía y en especial de las fotografías aéreas destinadas a la elaboración de mapas se conoce como «vuelo americano» aquel vuelo fotogramétrico que fue realizado por el servicio cartográfico del ejército estadounidense (el Army Map Service) a través de la USAF entre marzo de 1956 y septiembre de 1957. Se trató de un proyecto completamente militar, tanto en los medios utilizados como en su finalidad. En la práctica se trató del primer vuelo sistemático de estas características que se realizó a nivel nacional, incluyendo también las posesiones españolas del norte de África y Canarias.

El «Proyecto Español», como así se llamó, comenzó justo después de que el USAF realizara el mismo trabajo en Italia. Por entonces, los Estados Unidos estaba en plena estrategia de combate del comunismo, y España era un punto clave de esa estrategia, tanto a nivel geográfico como político. En ese marco hemos de entender el acuerdo entre el gobierno de Franco y el ejército estadounidense para la realización de un proyecto de enorme envergadura y –supongo– coste. Pero no era la primera vez que esta colaboración se producía. Como se indica en el trabajo ‘Los Mapas de España del Army Map Service (1941-1953)’ [PDF] de Luis Urteaga, Francesc Nadal y José Ignacio Muro, los norteamericanos llevaban años confeccionando cartografía sobre España. En este mismo artículo se habla de un olvidado vuelo fotográfico de la USAF ya en los años cuarenta.

El plan establecido eran utilizar seis aviones Beechcraft RC-45 con sede en el aeródromo de Getafe (Madrid) y con los de León, Zaragoza, Sevilla, Albacete, Palma de Mallorca, Barcelona, Valencia y norte de Marruecos como apoyo. Las cámaras montadas eran Fairchild T-11 de gran formato para fotografía aérea y lentes Metrogon de 6 pulgadas con un f/6,3. El negativo utilizado era de 70mm, con lo que ofrecía una definición notable.

Hasta hace muy poco tiempo, la existencia de estas imágenes aéreas era desconocido para casi todo el mundo. En 2011 las autoridades militares, a través del Centro Geográfico del Ejército de Tierra (CEGET), llevaron a cabo el proyecto de digitalización de los 60.000 fotogramas almacenados en 600 bobinas que componen el «vuelo americano». Hoy día, todo ese material ha sido transferido a las comunidades autónomas y a las confederaciones hidrográficas que, por lo general, las han puesto en internet libremente a disposición del público en imágenes de formato TIFF de alta calidad. En el caso de Castilla y León, estas imágenes pueden consultarse mediante el FTP del Instituto Agrario de Castilla y León.

Por supuesto, lo que más me interesaba es buscar esas imágenes aéreas de la ciudad Zamora que serían, al menos hasta el día de hoy, las más antiguas que se han realizado. Concretamente están tomadas en octubre de 1956 y permiten a los curiosos como yo, escrutar e imaginar cómo sería la Zamora de los años cincuenta. Lo primero que llama la atención es la incipiente urbanización de los terrenos fuera de las murallas. La avenida de Requejo y la de las Tres Cruces se muestran como las avanzadillas de esta expansión que tendría su explosión en los años setenta. La Opinión de Zamora dedicó un artículo en marzo al «vuelo americano».

NOTA: Muchos de los datos de este artículo han sido extraídos de este documento [PDF] elaborado por la Confederación Hidrográfica del Segura.

21 de agosto de 2012

Tumbas antropomorfas en pleno centro de Zamora

A veces ojeando viejos libros sobre historias de Zamora uno se encuentra con cosas curiosas que, al menos, merecen cierta atención. Ayer mismo leía apresuradamente ‘Memorias Históricas de la Ciudad de Zamora’ del historiador Cesáreo Fernández Duro. Un volumen antiguo que, aunque virtual, se notaba su origen decimonónico. El capítulo que leía era una recopilación de notas y apuntes de otros historiadores, casi como prólogo al erudito recuento de hechos relevantes de la historia de Zamora que vendría en las siguientes páginas. Allí di con una carta remitida por Tomás Garnacho a la Real Academia de la Historia, bajo el título de ‘Informe dirigido a la Real Academia de la Historia acerca de unos sepulcros descubiertos en Zamora, por don Tomás M. Garnacho.’ (Aquí el manuscrito original). Esta nota decía lo siguiente:

A poco más de 400 metros de las murallas, en dirección al Oriente de la ciudad y en el camino que desde la puerta de Santa Clara dirige al Duero por la ermita de la Peña de Francia; antes del bifurque del que conduce a la Huerta de las Pallas y caserío de la Aldehuela; contiguas a la pradera llamada el Prado Tuerto, hace años que se ven marcadas en la roca por donde va la senda, algunas líneas en forma de trapezoide, que señalan varias sepulturas llenas de tierra, apelmazada por el tránsito.

Si bien no pasaban inadvertidos estos signos tan característicos para muchos de los que transitaban por aquella vereda, lo cierto es que ninguno se había determinado a destapar los sepulcros […]

Sin embargo, unos curiosos, movidos hace algún tiempo por la noticia que de la existencia de estas sepulturas el Sr. D. José Alonso Manjón les había dado, y por el anhelo de encontrar monedas antiguas, hicieron la exhumación de los huesos que contenían algunas de ellas, sin encontrar lo que buscaban; y últimamente, el mismo Sr. Manjón, hoy teniente de alcalde, con el celo que se distingue y en la esperanza de ser más afortunado, hizo abrir otras, días pasados, cubiertas con losas de pizarra, con la poca suerte de no hallar tampoco objeto alguno que revele la época a que pertenecen, pero sí un cráneo, que recogió cuidadoso.

Estos sepulcros, en número de diez o doce, están abiertos a pico en la roca pudinga que constituye la formación de la mayor parte de la meseta en que está asentada Zamora, sin guardar alineamiento entre sí, pero ofreciendo la particularidad de estar todos mirando al oriente.

Sus dimensiones son generalmente las ordinarias, aunque hay algunos más pequeños; siete pies de longitud por tres y medio de profundidad. Los más tienen la forma de ataúd, y en varios se advierte mayor anchura hacia la parte que ocupan las caderas.

En la embocadura de los sepulcros tienen todos labrada a cincel una muesca para el encaje de la tapa, a fin de que no gravitara esta sobre el cadáver, y abierto en el fondo un hueco semicircular, donde se amoldaba y descansaba la cabeza. Las tapas de las sepulturas, según las dimensiones de las muescas donde descansaban, debían ser gruesas y labradas de la misma roca, la circunstancia de estar algunas cubiertas con pizarras, y muchas sin ellas, y solo llenas de tierra, demuestra que ya en antiguos tiempos han debido ser exhumados los cadáveres que contenían, y utilizado tal vez las tapas de piedra para otros usos, a lo que hay que añadir que el número de esos sepulcros debió ser mayor, según los que, destrozados por los barrenos para explotar la roca o utilizar el terreno para labor, se distinguen en el confín del camino y el sembrado adyacente.

Garnacho explica que adjunta un croquis de esas tumbas, pero lamentablemente ni en los manuscritos ni en el libro de Fernández Duro se reproduce el mismo. También la localización exacta del lugar es como mínimo ambiguo hoy día. En el siglo XIX, la zona extramuros del este de la ciudad era un conjunto de ruinas antiguas de monasterios (el de San Benito por ejemplo), tierras de labranza y caminos que se cruzaban. Podemos hacernos una idea viendo el plano que dibujó Francisco Coello en 1865, donde el mundo urbano de Zamora terminaba en las murallas:

Pero poco a poco conseguí algunas pistas más que arrojaron luz sobre el asunto. Primero, algo tan simple, pero tan revelador, como la toponimia. Después de haber acotado la zona de búsqueda a unos 400 metros de las murallas en dirección este y al camino que conducía a la Huerta de las Pallas y la Ermita de la Peña de Francia (ese camino probablemente se hayan transformado en las calles Leopoldo Alas Clarín y calle Magallanes), descubro que la calle que separa el antiguo edificio de la delegación provincial del Banco de España y el de los servicios múltiples recibe el nombre de Prado Tuerto. Desde luego ese nombre no es arbitrario y se corresponde con ese antiguo lugar. La distancia entre la antigua puerta de Santa Clara y el edificio del Banco de España arroja una distancia aproximada de 450 metros, con lo que las piezas encajan.

Terminan de encajar cuando, buscando más datos, me encuentro con el trabajo ‘El Conjunto Cerámico de la calle Obispo Acuña de Zamora’ [se descarga archivo PDF] realizado por Hortensia Larrén y Araceli Turina. En él se detallan los hallazgos arqueológicos durante las labores de excavación de los cimientos del número 33 de la calle en los primeros años noventa. Para contextualizar este descubrimiento se enumeran algunos antecedentes en la zona. Y es aquí donde otra pieza encaja:

[…] Sabemos de la existencia de restos humanos –¿enterramientos?- y fragmentos cerámicos –entre ellos una posible pieza de telar, lanzadera o pesa de red de pescar hecha en arcilla micácea– y varias sepulturas de tipo antropomorfo, –muy probablemente una necrópolis a juzgar por las informaciones recibidas– hallados al hacer los actuales Banco de España y Edificio de Usos Múltiples en el lugar conocido como «Prado Tuerto», y de donde procede un «cuchillo», depositado en el Museo de Zamora (Soler, 1993: 217; Civitas, 1993), aunque ninguno de los casos citados ha podido ser confirmado arqueológicamente.

Por último, en una zona no muy lejana, la antigua Huerta de las Pallas, hoy en las inmediaciones del puente de los Tres Árboles, también existen noticias de descubrimientos arqueológicos similares en fechas recientes. Así lo testimonia el ‘Catálogo Arqueológico de Zamora’ [PDF], editado por el Ayuntamiento en junio de 2011. En el se recopilan con bastante detalle todas las actuaciones que han tenido lugar en el entorno urbano de la ciudad. La ficha nº 21 (página 173) está dedicada a la actuación en Las Pallas.

Como conclusión, y vistos todos estos datos, yo me pregunto si, tanto los restos de cerámica de Obispo Acuña, como los hallazgos de Prado Tuerto y de Las Pallas, no formarían parte de un mismo núcleo, de una población perdida y alejada de lo que ha sido la ciudad de Zamora hasta hace poco más de un siglo, de un lugar (quizás prehistórico, quizás medieval) del que ya no tenemos ninguna noticia. Ojalá lo sepamos alguna vez.



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