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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
17 de octubre de 2013

Video: Una Semana en París (Segunda Parte)

Vamos con la segunda entrega de los vídeos dedicados a París que grabé este verano. En esta ocasión empezamos con la célebre catedral de Notre-Dame y el sonido de sus campanas que grabé casualmente cuando estábamos en lo alto de la catedral. Os aseguro que el ruido era atronador. Siguiendo con los templos, la impresionante Sainte-Chapelle, muy cerca de Notre-Dame, nos deslumbra con sus enormes vidrieras. Lástima que aún estuvieran restaurando una parte. Algunos de esos vidrios restaurados pudimos verlos en el Museo de la Edad Media, donde están temporalmente expuestas antes de ser colocadas en su ubicación originaria. Para terminar, una visita que para muchos es un tanto lúgubre pero que es tremendamente interesante. Me refiero al cementerio de Père-Lachaise. Un gran camposanto donde en cada esquina, en cada tumba, hay detalles curiosos. Sería necesario un día completo para recorrerlo por completo, «disfrutando» de la tranquilidad reinante…

Sobre la banda sonora de este capítulo, ahí van los títulos: Para Notre-Dame y la Sainte-Chapelle elegí música medieval –canto polifónico– de la escuela de Notre-Dame (siglos XII y XIII). Concretamente se trata de Diabulus in Musica y el canto ‘Natura Deus Regulis’ y de ‘In mari miserie’ interpretado por la Early Music Consort of London y David Munrow. Finalmente para Père-Lachaise elegí ‘Solsticio de invierno’ del grupo Niza.

9 de octubre de 2013

Vídeo: Una Semana en París (Primera Parte)

Por fin, y tras diversas vicisitudes técnicas, aquí está la primera entrega de los vídeos que grabé en París este verano. Aún no tengo decidido cuantos van a ser, eso lo dirá el montaje. Desde luego material hay bastante (unas dos horas de grabación repartidos en 608 clips). Para esta parte he decidido montar unas tomas generales de la ciudad, de su ambiente, del bullicio de locales y foráneos mezclados. Todo ello con un par de temas musicales que ha sido complicado encontrar, pero que en mi opinión encajan como un guante con las secuencias. Por si os interesa son las canciones ‘Menil Montant’ y ‘Paris je t’aime’, ambas interpretadas por Gus Viseur. Aquí lo tenéis:

5 de octubre de 2013

Impresiones sobre el nuevo iMac 27»

A finales de agosto, mi viejo iMac dijo basta. A un problema inicial con el disco duro se unió pronto otro de placa base. El veredicto era claro: No tenía arreglo. En estos seis años, mi iMac no me había dado ningún problema, ni de hardware ni de software, con lo que, a pesar de su abrupto final, lo sigo considerando una buena adquisición. Por eso mi intención era clara y ya estaba ojeando los nuevos modelos. Afortunadamente, hace un par de semanas se presentaron silenciosamente los iMacs con los nuevos procesadores de Intel, los Haswell. Los modelos de 27 pulgadas contaban además con una tarjeta gráfica de 1 Gb. Esto y comprobar que la memoria y el procesador eran reemplazables y no estaban soldados a la placa base me animaron definitivamente a comprar este modelo.

Ya antes de ponerlo en marcha, uno tuvo una sensación un tanto desagradable de que Apple parece que no cuida como antes ni los detalles ni la calidad de los materiales con que construye sus productos. El cable de alimentación (el único necesario para el funcionamiento del ordenador) da la impresión de ser de mala calidad. Tampoco la sensación al tocar el aluminio es la misma que la de mi antiguo iMac. Parece más delgado y tosco. Pero evidentemente todas estas sensaciones y temores se disipan al encenderlo y comprobar como lo que verdaderamente llama la atención de este ordenador es la enorme pantalla y la delgadez de su perfil. Cierto que tiene una pequeña panza en su parte central, pero es mucho menor de lo que había visto en imágenes y vídeos. Estas dimensiones tan impresionantes pasan factura al sonido que sale por sus altavoces. Se ha intentado dotar de mayor nivel de tonos graves, quizás para disimular el deficiente sonido de agudos. Desde luego, el nuevo iMac no es para escuchar música si tenemos un oído medianamente fino. Enseguida percibiremos el clásico sonido a «lata». Pero esto siempre lo podremos solucionar con unos buenos altavoces externos.

Respecto al teclado y ratón, opté por el teclado inalámbrico y el ratón Magic Mouse, con lo que tengo ya el lote completo (ya tenía el Magic Trackpad y el Mighty Mouse inalámbrico). El teclado es muy cómodo y el recorrido de las teclas es algo mayor que el teclado USB que tenía antes. Se echa de menos las conexiones USB de los laterales. Las utilizaba mucho para conectar un lápiz de memoria o el iPod. También cuesta algo acostumbrarse a unos cursores más pequeños. Sin embargo, a lo que no cuesta nada acostumbrarse es al Magic Mouse. Me parece una pequeña maravilla, el colmo de lo intuitivo. Posee un botón (configurable como dos, izquierdo y derecho) y su superficie es totalmente táctil, con lo que tenemos un trackpad y un ratón en el mismo periférico. A mi me parece ideal, porque combina lo mejor de mis otros dos ratones.

Desde hace unos años, los iMac no llevan unidad SuperDrive (lector/grabador de CD/DVD). Con el tiempo comprobaré si esto es un problema o no. En un principio no lo he necesitado para nada. El sistema operativo viene precargado y –como muchos sabréis– no es necesario formatear el sistema de vez en cuando como en Windows. De hecho yo en seis años no lo he formateado nunca y –hasta que dijo basta– funcionó perfectamente. En ese primer encendido he restaurado el sistema de mi viejo ordenador con Time Machine y en algo más de una hora tenía mi sistema de siempre –hasta el último detalle– en el nuevo ordenador.

A pesar de estos años de uso continuado e intenso de Mac, me sigue sorprendiendo que OS X siga funcionando tan bien. Algo que en definitiva, es el triunfo de las ideas sencillas. A muchos este artículo les parecerá mera propaganda de Apple, pero lo que realmente me mueve es la admiración por la compañía que, si bien ya no genera los titulares que generaba hace unos años, sigue fabricando muy buenos aparatos con el valor añadido de un software elegante, útil, potente y sencillo que nos facilita mucho la vida.

26 de septiembre de 2013

‘The Death of Yugoslavia’

Ayer terminé de ver los seis episodios de que consta la serie documental de la BBC ‘The Death of Yugoslavia’ (‘La Muerte de Yugoslavia’). Para los que seguís habitualmente el blog sabéis que toda la historia de la antigua Yugoslavia y su desmembración es un asunto recurrente y me interesa mucho. Cuando me puse a ver estos documentales me engancharon de inmediato. Están ideados de tal manera que, a pesar de cada episodio contiene gran cantidad de información y detalles, resulta entretenido y fácil de ver incluso para los no iniciados en el tema.

A lo largo de la serie se recorre todo el conflicto en orden cronológico, con el gran valor de contar con los testimonios de prácticamente todos los protagonistas y con material de gran valor histórico inédito hasta el momento. No en vano se emitió en la televisión pública británica apenas seis meses después de finalizada la guerra, tras los acuerdos firmados en la base aérea de Wright-Patterson en Dayton (Ohio, Estados Unidos) en noviembre de 1995.

Se disecciona con una precisión milimétrica cada paso dado por las partes, la táctica, las emociones, los escenarios de la guerra e incluso las razones de unos y otros para hacer lo que hicieron. Porque si hay una cualidad que tenga este documental, es su imparcialidad y su veracidad, mostrando los hechos tal y como fueron. Es sorprendente ver como se grabaron secuencias impensables, como las negociaciones entre las partes, toda su intrahistoria, los tiras y aflojas o la desesperación de los mediadores internacionales a la hora de acordar las fronteras bosnias, pieza clave de la guerra.

En definitiva, un documental fundamental para entender la historia no solo de la guerra de Los Balcanes, sino de la segunda mitad del siglo XX. Posiblemente una de las mejores series documentales que se hayan emitido nunca. Pueden verse en línea en YouTube. Aquí la primera parte del primer episodio:

23 de septiembre de 2013

Una Semana en París: Tras los pasos de Invader

Como somos curiosos por naturaleza, en nuestros viajes solemos mirar a todas partes, a los detalles más nimios, a los mensajes oficiales y oficiosos que cuelgan de muchas paredes y, en definitiva, a cualquier cosa no convencional que se encuentre en la vía pública. Las grandes ciudades, mucho más si tienen una larga historia, son ricas en este tipo de detalles.

Durante nuestro viaje a París ha sido recurrente el encuentro con las pixeladas piezas de Invader, el artista urbano parisino que se hizo famoso a raíz del excelente y falso documental ‘Exit Through the Gift Shop’ de Banksy. En esta película puede verse como Invader –primo de Mr. Brainwash, el protagonista– elabora sus piezas en un garaje y luego se encarama a los lugares más extraños para pegarlos. Su trabajo no solo se limita a la ciudad del Sena. Ha «pegado» sus creaciones en las principales urbes del mundo y también en monumentos emblemáticos como el letrero de Hollywood, en California.

Como decía, nos encontramos con los rastros de Invader en bastantes lugares y nos da un poco de pena no habernos fijado aún más en cada esquina o en cada puente para fotografiar alguno más. Sobre todo cuando, consultando su página web, nos damos cuenta de que hay 1000 obras, algunas ya desaparecidas, repartidas por la ciudad.

Las que aparecen en las imágenes son las de la plaza de la Bastilla, la de la Rue de la Huchette (en el Barrio Latino), la de la Place du Tertre (en Montmartre) y la más curiosa, un space invader mimetizado con los muros del edificio de la Opera Garnier.

19 de septiembre de 2013

Probando iOS 7: Un sistema avanzado bajo apariencia sencilla

Vivimos en unos años en los que la actualización de un sistema operativo para móviles es noticia en los medios. Hace diez años hubiéramos pensado que estábamos locos. Esta reflexión me surgió al ver la avalancha de informaciones acerca de iOS 7, el nuevo sistema operativo para iPhone. Yo conseguí bajarlo ayer por la tarde después de varios intentos.

A pesar de que ya habíamos visto muchas pantallas y conocíamos el diseño con bastante detalle, impresiona verlo instalado y funcionado en mi móvil. Las primeras imágenes que vi cuando fue presentado antes del verano no me acabaron de convencer y pensé que el diseño cambiaría a algo más «refinado» en la versión definitiva. Pero no. Lo que se mostró en su día es lo que hoy tenemos. Y tengo que decir que todas aquellas dudas se han disipado completamente. iOS 7 me parece valiente, atrevido, innovador, rápido y muy práctico. Como siempre, Apple ha cuidado todos los detalles, tanto lo que se ve como lo que no, o aquello que quizás descubramos dentro de unos meses.

Lo primero que llama la atención y «choca» es el colorido y el aspecto radicamente plano y algo infantil de los iconos. Tal vez algunos de ellos podían haberse diseñado de otro modo (el de Safari y el de Ajustes me parecen horribles), pero todo es acostumbrarse. El nuevo sistema permite que estos iconos puedan ser dinámicos, ya que están diseñados mediante vectores (para entendernos, no son imágenes «fijas»). Por ejemplo el icono de la aplicación Reloj muestra la hora, minutos y segundos reales y se actualiza en tiempo real. Otra novedad interesante son los paneles semitranslúcidos, igual que los fondos dinámicos. También lo es que ¡por fin! podamos acceder rápidamente a las opciones más habituales. En el centro de control podremos activar o desactivar las redes inalámbricas, el bluetooth, encender y apagar la linterna, ajustar el brillo de la pantalla y otras opciones útiles.

Todo en iOS 7 es muy ágil e intuitivo y acostumbrarse es cuestión de minutos. El nuevo teclado, aunque tiene características muy parecidas al antiguo, da la sensación de ser más fácil de usar, más cómodo. Por otra parte el asistente por voz Siri también funciona mejor y sabe dar respuestas más naturales a nuestras preguntas y comandos.

En definitiva, un paso adelante en cuanto a estética y tecnología que no es precisamente conservador. Apple ha buscado la originalidad, la diferencia y, por supuesto, la excelencia en el funcionamiento y en los detalles bajo una apariencia sencilla. Y eso no es nada fácil de conseguir.

2 de septiembre de 2013

Una semana en París: Louvre de «garrafón»

El museo del Louvre es un pequeño mundo en el que uno puede perderse días y días. La cantidad de pasillos, habitaciones y escalinatas son inabarcables. Mucho más para el pobre visitante que siempre ha de jugar contra el tiempo, el cansancio y la saturación. Nuestra visita, de unas cinco horas, apenas sirvió para hacernos una idea de la grandeza del recinto y de la cantidad inmensa de obras que conserva.

Mi obsesión era –no sé si finalmente lo conseguimos– fijarme sobre todo en el edificio y todo lo que ocurrió allí dentro en el pasado con ojos distintos que los del turista «normal». El mero hecho de intentar ese ejercicio tal vez nos dio otra perspectiva con el que contemplar el museo. El Louvre es un buen lugar para escrutar al ser humano –absorto con sus planos o sus cámaras–, su comportamiento y cómo al final se deja arrastrar por lo banal. Basta tener un poco de espíritu crítico y sentarse en uno de los bancos de cualquiera de las salas. Veremos pasar a cientos de personas que no parecían mostrar ningún interés por el arte (muchos no habrán visitado el museo de su ciudad), como si miraran el escaparate de unos grandes almacenes de una calle comercial. Con suerte veremos detenerse a alguien delante de un cuadro, una escultura o un objeto cualquiera. Lo fotografían y se marchan. Pero la gran mayoría pasa de largo camino no sé muy bien de dónde. O sí. La Mona Lisa es, por supuesto, la estrella indiscutible. Decenas de personas se amontonan permanentemente delante de la obra de Da Vinci. Todos se afanan en fotografiar con móviles, iPads y cámaras ese pequeño cuadro que la mercadotecnia del arte ha elevado a icono del mundo occidental.

El Louvre es, con todo lo bueno y todo lo malo, el máximo exponente de ese horrible término denominado la «industria de la cultura». Varias tiendas repartidas por todo el recinto animan a llevarse un recuerdo –todos bastante feos, por cierto– a un precio abusivo. Y como si la mercantilización de la cultura no estuviera suficientemente clara, una de las entradas/salidas se realiza desde los años noventa por una galería subterránea de nombre Carrousel du Louvre, con varias boutiques no solo de «souvenirs», sino de firmas exclusivas de todo tipo. Toda esta «contaminación» comercial, junto con la masificación, emborrona y distorsiona bastante el concepto de museo como centro de cultura, conocimiento y reflexión.

El «turismo de garrafón» mueve a demasiada gente. Afortunadamente, el museo es tan grande que siempre hay rincones casi desiertos. Ese oasis de paz lo encontramos, por ejemplo, en los apartamentos de Napoleón III, el último emperador francés que gobernó en la segunda mitad del siglo XIX. Hizo construir en unos aposentos de extensión sobrehumana que decoró de forma suntuosa. Como digo, en algunas de estas salas el silencio es absoluto y sin gente. Otro de los lugares interesantes para quienes huyen de las hordas es el llamado Louvre Medieval. Se encuentra situado bajo el patio del pabellón Sully y es lo que se conserva de los cimientos del antiguo castillo, edificado por el rey Felipe Augusto en el siglo XII. Está bien poder dar una vuelta por toda la base del recinto y hacerse una idea de lo que en un momento dado fue el origen del actual palacio. Para mi gusto, uno de los lugares más sorprendentes, auténticos y diferentes del museo. Ojo a la bonita maqueta que recrea el viejo palacio.



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