Todo apunta a que la huelga general que está teniendo hoy lugar entre los empleados públicos está haciendo aguas por todas partes. No hay ningún dato que indique que el paro haya sido no ya total ni masivo, sino simplemente que se haya notado en algo. Por aquí sólo algunos sindicalistas con banderas de sus diferentes organizaciones que a lo largo de la mañana han pululado de aquí para allá sin demasiado éxito. De hecho, a pesar del malestar que han provocado las medidas de recorte del Gobierno contra nuestros sueldos, no conozco a nadie que haya secundado el paro ni a nadie que conozca a alguien que hoy no haya ido a su puesto de trabajo.
Desde primera hora me estado preguntando sobre el por qué de esta baja afluencia. Las respuestas parecen bastante evidentes. Por un lado, la mayoría consideramos que la huelga es una medida inútil y que sólo sirve para perder un día de sueldo y complementos. Para alguien como yo eso supone más o menos dos meses de los futuros recortes. Pero, y esto ya no lo comparto, el principal motivo de que la huelga haya fracasado es la poca o nula confianza en los sindicatos. Las campañas que muchos medios de comunicación han vertido sobre ellos han hecho mella en mucha gente trabajadora que ya no considera a las organizaciones sindicales como sus legítimos representantes.
Por mi parte, ya sabéis que hay formas más inteligentes de protestar. La principal de ella es la huelga de consumo, que eso sí que afecta a los mercados, comprando sólo aquellos productos indispensables para la vida diaria. Adiós a los caprichos, a los gastos superficiales, a la compra de discos y libros y reducir al mínimo el gasto en ocio. Creo que si muchos siguieran como yo esta medida sería infinitamente más efectiva que una simple huelga. No es una idea mía, ya hay unos cuantos grupos en Facebook y gente como Attac ya apoya medidas de este tipo como la huelga de consumo convocada para el próximo 15 de junio o incluso un par de ellas dirigidas especificamente para que la secunden los empleados públicos. La más numerosa de ellas ya tiene más de 400 seguidores.
No estoy descubriendo nada nuevo, pero a mí es la primera vez que me pasa. Ha ocurrido cuando subía a YouTube los vídeos que grabé durante mi semana de vacaciones. Todo fue bien hasta que recibí un correo de la famosas web de vídeos notificándome que los clips que acababa de colgar en su sitio tenían contenido protegido. En seguida supe de qué se trataba: la música. Y es que desde un primer momento tuve claro que la banda sonora que debía acompañar a aquellas tomas era de Paco de Lucía. Pero, ¡oh sorpresa!, las orejas (enormes orejas deben ser) de los sellos discográficos multinacionales que siguen rapiñando todo lo que pueden antes de desaparecer, detectaron que esos vídeos tenían fragmentos de algunas obras del maestro guitarrista de Algeciras.
De nada sirve que mis inocentes vídeos no tengan ningún ánimo de lucro ni que haya invertido en ellos tres días de montaje sólo por amor al arte. Encima ahora parece que tengo que dar las gracias a YouTube por no borrarme el vídeo ni dejarlo mudo, que era lo que se hacía hasta que llegaron a acuerdos con los gerifaltes de los sellos musicales. A cambio he tenido que pagar un peaje al que no estoy dispuesto: publicidad. Ya sabéis de mi aversión por cualquier tipo de expresión publicitaria. Ya está bien. Internet se convierte cada vez más en un comercio (o mejor dicho, en un mercadillo) y yo no quiero contribuir a ello. Si a mí me molesta que me metan un anuncio en un vídeo no quiero que a mis lectores les ocurra lo mismo.
Por eso borraré los vídeos que acabo de subir a YouTube y los pasaré a Vimeo en una sola pieza (porque dura más de diez minutos), tal y como fue pensado en un principio. Es una pena, porque he tenido que recodificar el clip de 1080p a 720p, pero toda renuncia tiene su coste, ¿no? Me guardaré el vídeo a la máxima calidad para mí y, quién sabe, para un futuro.
La conclusión a la que llego después de esta desagradable experiencia es que las grandes empresas que gestionan los contenidos (no los que los crean) están cada vez más desesperadas y que la crisis en el sector de la llamada «industria» audiovisual es producto de sus propios errores y de continuar con un modelo de negocio que las nuevas tecnologías de la información se han encargado de pulverizar. Las licencias Creative Commons, la creación por parte de cualquiera de todo tipo de contenidos libres de derechos y el libre flujo de estos contenidos está descolocando a aquellos que se hicieron ricos comercializando el talento de otros. Afortunadamente, en este mundo donde casi todo va a peor, algunas cosas cambian para bien.
El 15 de mayo se celebró en Madrid por segunda vez (ya que la primera tuvo lugar el 5 de abril) y motivado por la festividad local de San Isidro, el centenario de la inauguración de la Gran Vía, una de las calles sin duda más emblemáticas de toda España. Para la ocasión se enmoquetó de azul todo el asfalto de la vía. Desde la calle de Alcalá hasta la plaza de España pudo contemplarse una vista que no ha tenido precedente hasta la fecha: una Gran Vía peatonal repleta de madrileños y forasteros curiosos que se apiñaban, hacían fotos, se sentaban, miraban con detenimiento las fachadas de los edificios más famosos o se tumbaban en medio de la calle.
Tuve la suerte de estar allí ese día. No fue algo provocado intencionadamente, pero aproveché el momento para pasar la tarde y parte de la noche participando del evento haciendo fotografías y filmando algunas secuencias. Está claro que el marco y la singularidad del hecho hacían muy fácil que el material resultante fueran interesante y atractivo. A pesar de todo, el montaje ha sido más complejo de lo previsto. Por una cuestión de concepto he decidido centrar el vídeo en la gente, los verdaderos protagonistas, y dejar de un lado los actos más vistosos como la proyección en el edificio de la Telefónica o el concierto de La Movida (que de Movida tenía bastante poco, por cierto) que también tengo grabados para la posteridad y que quizás algún día salgan a la luz.
El resultado, con todas sus limitaciones, me ha dejado medianamente satisfecho. Como datos técnicos diré que ha sido filmado en 1080p@24 y editado con Adobe Premiere Pro CS4 para Mac. Espero que os guste:
Parece evidente que el gobierno español ha abandonado ya definitivamente su política. Tal y como dije hace unas semanas, el temerario viraje ideológico de Zapatero y su equipo hacia la derecha se ha consumado. El último episodio es el de la reforma laboral, un eufemismo usado para el establecimiento de recortes en los derechos y condiciones laborales de los trabajadores. La habrá con o sin acuerdo de los sindicatos. Se quiera o no. Porque, no nos engañemos, el sector empresarial y los mercados financieros no aceptarán otra cosa. La parte débil, o sea la mayoría, tendrá que aceptar con lo que le impongan. Más o menos lo mismo que le ha ocurrido al propio Presidente. Las instancias supranacionales que controlan la economía mundial y dicen lo que está bien, lo que no y las cosas que gustan y las que no, ya le han dado el ultimátum. Y Zapatero, como un buen títere, obecede y dice «sí, bwana», aunque eso vaya en perjuicio de todos los ciudadanos y en beneficio de unos caprichosos intereses que deciden a su antojo si lo que ven les gusta o no. Seguro que los ricachones y los mandamases se lo repetirán de nuevo cuando se reuna en Sitges dentro del club Bildelberg.
Lo peor de todo es que casi nada de lo que hagamos tiene ningún efecto. Ni huelgas generales, ni protestas, ni manifestaciones, ni iniciativas bienintencionadas pero inútiles. La llamada sociedad de consumo sólo tiene un talón de Aquiles. Ese punto débil es precisamente el consumo. Nada puede perjudicar más a los mercados que la ausencia del consumo o su reducción drástica hasta límites de pura supervivencia. Una especie de harakiri del neoliberalismo que, está claro, nos afectará a nosotros mismos, pero que creo necesaria para provocar una reflexión.
Ahora comprendo, y casi comparto, las violentas protestas griegas contra bancos e instituciones internacionales. La desesperación no conoce límites y quizás estos actos vandálicos sirvan al menos para llamar la atención sobre una situación que poco a poco se vuelve más y más insostenible. Y a medida que, en sucesivas reformas laborales, los derechos laborales se recorten, los sueldos bajen, los despidos se abaraten, los horarios de amplien y las vacaciones se reduzcan, las cosas irán a peor. Nuestros ojos lo verán dentro de no mucho tiempo. O eso, o cambiamos de una vez las reglas del juego para que las palabras justicia, libertad y derechos humanos dejen de ser las palabras vacías en las que se han convertido, y que muchos desvergonzados pronuncian a diestro y siniestro sin rubor alguno.
El pasado sábado se celebró en Oslo la edición de 2010 del Festival de la Canción de Eurovisión. Debido a mi insana y extraña afición por este evento, cuando daban las nueve de la noche estaba delante del televisor viendo y escuchando todas y cada una de las canciones de los veinticinco países participantes. Como siempre, la mayoría de los temas eran olvidables, algunos incluso insufribles y otras se prestaban al humor (aunque no fuera esa la intención de su intérprete). Pero también tuve la impresión de que hubo buenos temas, quizás mejores que otros años. Vamos, que las buenas eran mejores, o al menos más originales, frescas y acordes con nuestros tiempos. Una frescura que parecía perdida definitivamente atrapada entre el acartonamiento de esquemas pasados y caducos.
Muchos jugaron con la evidente sensación de déjà vu ochentera, como Francia o Dinamarca (ambos temas por encima de la media del festival), otros a participar con canciones compuestas por personajes de renombre, como en el caso de Serbia con ‘Ovo je Balkan’, un tema de Goran Bregović y, como en el caso de la ganadora, la alemana Lena, a convertirse en uno de los temas más contemporáneos e inmediatos presentados en Eurovision. Tanto que los más veteranos seguidores del evento, incluido José Luis Uribarri, no entendieron. ¿Ha llegado el relevo estilístico?
Pero no podía pasar por alto la gran anécdota de Eurovision 2010. Me refiero a la ya famosa intervención del espontáneo Jimmy Jump durante la actuación del participante español Daniel Diges. Son muchas las webs que explican quién es este hombre y qué es lo que reivindica. La noche del sábado apareció con una barretina en alusión a Cataluña, aunque no parece que fuera un asunto político. La intromisión provocó lo que nunca había ocurrido antes, que un concursante participara dos veces. A juzgar por el 15º puesto que obtuvo al final, esto ni benefició ni perjudicó al correctísimo Diges y a su convencional ‘Algo pequeñito’.
Y para terminar, mis favoritas (dentro de lo que cabe, por supuesto) del festival de este año. Por este orden: Francia con Jessy Matador y ‘Allez! Olá! Olé!’, Alemania con Lena y ‘Satelllite’, Dinamarca con Chanée & N’evergreen y ‘In a moment like this’ y Turquía con maNga y ‘We could be the same’.
El final de ‘Lost’ (‘Perdidos’) ha sido posiblemente uno de los acontecimientos televisivos a nivel mundial más importantes y sonados de los últimos tiempos. El hecho de haberse emitido casi simultáneamente en su país originario Estados Unidos y en otros como España pasará a la historia como un hito (aunque no todo saliera tan bien como se esperaba). Yo no lo pude ver en directo. Ha sido hace dos días cuando me puse a ver tan esperado desenlace. Paso a comentar mis impresiones no sin antes avisar de los evidentes destripes que incluye. Por eso, si pretendéis verla algún día no sigáis leyendo.
Perdidos siempre ha tenido un grave defecto para mi gusto: es convencional y previsible en las formas, roza los personajes estereotipados en la mayoría de las ocasiones y tiene demasiado contenido sin interés y que no aporta nada al argumento. Cada vez estoy más convencido de que sobran al menos dos temporadas completas (la cuarta y la quinta) más unos cuantos capítulos de las demás. El final de la serie me ha dado la razón. La iniciativa Dharma, todo el asunto de Charles Windmore o los «fogonazos» con viajes en el tiempo incluidos no aportan absolutamente nada al esclarecimiento de los interrogantes. He leído en el foro de ‘Lost’ en español que los guionistas habían pensado inicialmente en una única temporada por si la serie no tenía éxito y había que resolverla rápido. Por desgracia el éxito mató el espíritu inicial que pudo haber sido mucho más coherente.
Pero vamos al grano. El final. O lo que es lo mismo, gana lo espiritual sobre lo científico. Todo aquello del magnetismo y demás fenómenos físicos extraordinarios no eran más que una manifestación de una «fuerza paranormal» que habita en el centro de la isla en forma de luz. Tras la previsible lucha entre el bien y el mal (o el hederero de Jacob en forma de Jack Shepard o el humo negro reencarnado en John Locke) las cosas comienzan a liarse. Seguirán liadas incluso hasta el final. Porque ‘Perdidos’ tiene un final tan abierto que yo no he conseguido entender prácticamente nada. ¿Realmente en la vida alternativa están muertos como dice el padre de Jack? ¿Para qué se reunen en el templo al final? ¿Todo lo ocurrido en la isla no sirve para nada? Un sinfin de nuevos interrogantes que no hacen sino ahondar en la incongruencia argumental de la serie. Al final, ‘Perdidos’ no ha contentado a prácticamente nadie. Si queréis comerlos la cabeza un poco más con estas preguntas sin respuesta consultad el foro en español. Encontráreis muchas más dudas de las que os imaginábais.
Aunque esta tarde no me venía nada bien, he salido un rato a curiosear en las inmediaciones de la Subdelegación del Gobierno a ver qué se cocía por allí con motivo de las concentraciones de funcionarios que los sindicatos habían convocado para las 19 horas de hoy. Eran en torno a centenar y medio de personas aproximadamente que llegaron a cortar uno de los carriles de la avenida donde se encuentra el organismo.
También mucho curioso parado (supongo que también funcionario) en las aceras, quizás a una distancia prudencial por lo que pudiera pasar. En España aún tenemos muchos reparos a la hora de manifestarnos. Tal vez una herencia de otros tiempos. Mucho más en una ciudad pequeña donde todo el mundo se conoce y a muchos no les gusta posicionarse. Lo cierto es que armaban bastante ruido y se veía abundancia de banderas de CCOO, de UGT y de CSI-CSIF, los convocantes. También alguna de los sindicatos de profesores.
A la hora de escribir este post aún no se sabe nada de a quién ni cómo van a afectar los recortes, pero las cosas se están calentando. Lo único que se ha filtrado es que afectara a todos los trabajadores públicos sin excepciones, en mayor o menor medida, y que se aplicará sobre el sueldo base, los trienios y el resto de complementos. O sea, sobre el importe íntegro. Eso no es una buena noticia, a pesar de que se ha dicho de que el tipo más bajo, aplicable a los salarios más humildes rondará el 1%.
He pensado que puede que sea un buen momento para hacer una pequeña protesta, que seguramente no tenga ninguna repercusión, pero que a mi me ayudará a ahorrar el dinero que me recorten. Me refiero a no consumir más que lo elemental, aquellos gastos estrictamente imprescindibles para llevar una vida normal. Alguien me comentaba que el verano no es un buen momento para tomar medidas. Pero también es un reto mucho mayor. Nunca he sido una persona tentada por el consumismo más allá de algunos caprichos tecnológicos adquiridos después de mucha reflexión y con una utilidad concreta. Nunca he comprado por compulsión. Sólo gastos que realmente merecieran la pena. No descarto que aquí comente más adelante cómo va el experimento…
rmbit está bajo una licencia de Creative Commons.
Plantilla de diseño propio en constante evolución.
Página servida en 0,051 segundos.
Gestionado con WordPress