Ya hemos visto por aquí otras series del país volcánico. Islandia se ha convertido, a pesar de su reducida población, en una potencia audiovisual, en particular en lo que respecta a series. Su peculiar idiosincrasia y organización política queda reflejada en ‘The Minister’, originalmente conocida como ‘Ráðherrann’. A pesar de su acercamiento algo tosco y repleto de clichés a los vericuetos del poder islandés, estamos ante una obra interesante, con una trama centrada completamente en su protagonista principal, el estupendo actor Ólafur Darri Ólafsson. Su trabajo consigue incomodarnos a veces, y otras veces entusiasmarnos con él.
Benedikt promete al ganar las elecciones ser un primer ministro diferente, cercano y escuchar las propuestas de los ciudadanos para mejorar el país. Todo esto estaría muy bien si no hubiera un contrapoder que, más que en la sombra, está en su propio partido. Intentarán por todos los medios desacreditarlo y sacar un pasado de enfermedades mentales que podrían perjudicarle. A pesar de que intenta ocultarlo, en su herencia está un trastorno bipolar que podría ser congénito. Muy pronto los síntomas comenzarán a manifestarse.
La dirección de Arnór Pálmi Arnarson y Nanna Kristín Magnúsdóttir es efectiva aunque bastante convencional. ‘The Minister’ contiene momentos memorables y alguno que chirría un poco, al menos desde el punto de vista latino, cayendo en una ingenuidad que no sé si es buscada. En cualquier caso, se trata de una serie entretenida que sin ser ‘Borgen’ gustará a aquellos que disfrutan con la ficción política. 6,5/10.
He de reconocer que hace tiempo que no veo ninguna serie de ficción española. Tal vez porque es complicado encontrar algo de calidad dentro de las plataformas audiovisuales habituales. Tanto Filmin como Netflix o Amazon Prime Video, que son a las que estoy suscrito actualmente, no brillan especialmente por tener contenido patrio que sea de mi interés. Por eso la llegada de ‘Apagón’ y sus cinco historias independientes sobre un mundo apocalíptico sin electricidad llamaron mi atención tanto por su argumento como por quien se pone detrás de las cámaras. El concepto está basado en el pionero podcast de ficción ‘El Gran Apagón’ (2017) aunque sin relación ni conexión con él y también sigue la estela de la impactante ‘El Colapso’.
Lo primero de todo me sorprende su irregularidad. El hecho de que las historias, los actores y la forma de dirigir el primer, segundo y cuarto episodio sea muy superior al tercero y al quinto. La sensación de bajón me ha resultado incómodo. No voy a desgranar aquí los argumentos concretos que cuenta cada uno de los capítulos, es mejor que cada uno lo descubra por sí mismo, pero lo cierto es que el arranque de ‘Apagón’ con ‘Negación’ (Rodrigo Sorogoyen) es de las que te dejan pegado a la pantalla de principio a fin. Algo similar sucede con el segundo ‘Emergencia’ (Raúl Arévalo). Tras ‘Confrontación’ (Isa Campo), una insulsa y convencional historia en un vecindario antaño normal llega de nuevo el magistral Alberto Rodríguez con ‘Supervivencia’ y un extraordinario Jesús Carroza en el papel protagonista. Para cerrar la serie ‘Equilibrio’ (Isaki Lacuesta) con la historia poco realista y creíble de unos jornaleros en un campo de olivos y su relación con una sobrevenida patrona.
En definitiva, un digno muestrario de la ficción que actualmente se realiza en España. Lástima que no todas las historias estén a la altura de las circunstancias. 8/10
‘Peaky Blinders’ es una de las series más señeras de los últimos años gracias principalmente a la plataforma Netflix, aunque se trate de una producción de la BBC. Si bien comenzó humildemente como una producción secundaria, su popularidad ha ido creciendo temporada a temporada. Hasta la fecha, desde la emisión de su primer episodio en 2013, se han publicado seis temporadas, la última finalizada hace pocos meses. Y esas seis temporadas son las que he visto yo.
La historia que nos cuentan es la de Thomas Shelby, un carismático personaje que a su retorno de la primera guerra mundial se pone a la cabeza de una banda de gánsteres gitanos en un suburbio de Birmingham. Básicamente se trata de lo que hemos visto tantas veces en la pantalla. Todos los negocios quedan en familia, y aquí más que nunca. A lo largo de casi década y media (de 1919 hasta 1933) veremos las aventuras y desventuras en tono a veces excesivamente épico, de empresas turbias, asesinatos, venganzas, atentados y todo tipo de violencias posibles.
Reconozco que las dos primeras temporadas me atraparon bastante, pero a fuerza de repetir fórmulas, de establecer clichés, en las quinta y sexta temporadas ya sólo me parecía una caricatura de sí misma. Al contrario de otras producciones británicas, el trabajo de los actores no es tan excelso como cabría esperar. Cierto que el guión de Steven Knight dibuja unos personajes complejos y profundos, tengo la impresión de que los diversos directores que han pasado por la serie y la mayoría de los actores no han sido capaz de implementar esos matices. Bueno, con dos excepciones: la de Arthur Shelby (interpretado por Paul Anderson, sin duda mi personaje favorito, y Polly Shelby (interpretado por Helen McCrory). Sobre el personaje bajo el que recae todo el peso de la trama, Thomas Shelby (interpretado por Cillian Murphy) no me resulta creíble ni convincente. Nunca me ha terminado de encajar. Puede que sea cuestión de gustos. 6,5/10.
‘Guilt’ se anuncia como la primera serie escocesa realizada por la BBC de ese país británico. Con sus peculiaridades, sus curiosos acentos y sus personajes. Reconozco que mi idea de verla surgió a partir de esa particularidad. Tal vez de otro modo no hubiera pulsado el play en ella. El formato clásico de las islas, miniserie –en este caso de cuatro capítulos– y una trama en la primera temporada que no deja de sorprender, cultivando el género de suspense policíaco.
Max es un exitoso abogado que vuelve junto con su hermano de una boda. A su paso por un barrio residencial atropellan a una persona que se encuentra tumbada en medio de la carretera. A partir de aquí deciden olvidar el tema y, al no haber testigos, continuar su vida. Pero las cosas no serán tan fáciles a partir de ahora. La culpa se apoderará de ellos y una serie de inesperados acontecimientos llevarán al límite su capacidad de resistencia.
Es una pena que este argumento, el de la primera temporada, no sea igual de interesante en la segunda, mucho más rebuscada y –para mí– menos atrapante y entretenida. En cualquier caso, estamos ante una serie que cumple con creces los estándares altísimos de calidad de las producciones británicas. ‘Guilt’ no iba a ser menos. El trabajo de los actores es excepcional, el guión es casi perfecto (quizá peque de inverosímil en algunas ocasiones pero, qué demonios, es un entretenimiento) y el dibujo de los personajes es original e ingenioso. Si nos quedamos solo con la primera entrega es un producto más que recomendable. 8/10.
Acabo de terminar de ver una curiosa serie australiana –más bien una miniserie– perfectamente ambientada en los años ochenta, en el mundo del los noticiarios televisivos y sobre todo, su trastienda. Se trata de una producción emitida en 2021 en la Australian Broadcasting Corporation. Como suelo decir a veces, la industria audiovisual, en este caso australiana, es muy potente pero salvo excepciones no suelen llegar a Europa, al menos a la Europa no anglosajona. Y lo cierto es que en este caso me ha sorprendido para bien.
‘The Newsreader’ cuenta la historia del noticiario de la cadena de televisión Channel Six. En él, una estrella emergente de la información Helen Norville une sus destinos profesionales y también personales a Dale Jennings, un joven periodista que da el salto de detrás a delante de las cámaras. Pero no sólo es esto, es el funcionamiento interno de un canal de televisión en una época en que no existía más comunicación interna que la radio de las unidades móviles o las cabinas de teléfono, la edición y el montaje no era digital y las cintas Betamax que grababan las cámaras tenían que entregarse en mano y llegar a tiempo, claro. Es 1986, así que veremos la explosión del Challenger o el desastre de Chernóbil casi en directo.
No es una obra maestra, pero los seis episodios combinan en su justa medida los ámbitos profesionales y personales de los personajes, dando una profundidad y una humanidad bastante honesta que respira autenticidad. El trabajo de los actores es muy bueno. Claramente tanto Anna Torv como Sam Reid o el resto del elenco hacen muy bien su papel. Una serie para cualquier tipo de público, especialmente aquellos que buscan algo ochentero, con trama y pegado a la actualidad de aquella época. 7,5/10.
‘Dark’ es posiblemente una de las series europeas de la plataforma Netflix con más aceptación y popularidad. Esta producción alemana, cuya primera temporada se estrenó en 2017 ha congregado a muchos aficionados a los viajes en el tiempo y en general a la ciencia ficción. Comencé a ver la primera temporada con mucho interés. De hecho me gustó bastante la idea y hasta me pareció original el tema de la cueva, las desapariciones misteriosas y la ambientación. Quizá todo debió quedar ahí, con una entrega de diez episodios. El grave error del creador de la serie Jantje Friese es alargarla más allá de lo comprensible, con una segunda temporada aún digerible y con buenos momentos, pero con una tercera que ya resulta insoportable, por más que ponga de mi parte. La complejidad se vuelve tal que el guión va mutando en una especie de cosa pseudometafísica, por no decir mística, que personalmente no compro y me parece un truco barato para resolver la trama.
Lo que nos cuenta ‘Dark’ es la historia de los habitantes de una población cercana a una central nuclear, en medio de un bosque típicamente alemán. La mayoría de ellos trabajan allí directa o indirectamente. A raíz de la desaparición de un niño en una extraña cueva, la policía y sus familiares (o mejor dicho los espectadores) comenzarán a descubrir todo lo que se ha ocultado durante décadas y que casi todos conocían.
El trabajo de los actores no es para tirar cohetes, simplemente salen del paso como pueden en medio de tópicos y situaciones mil veces vistas en series y películas. Estas actuaciones bastante planas contrastan (o no) con una ambientación perfecta, donde se ha cuidado hasta el último detalle. El guión es bueno al principio (un auténtico rompecabezas) hasta que se vuelve incomprensible a fuerza de añadir más y más paradojas temporales y los protagonistas no dejan de viajar. En conclusión, no puedo decir que sea una serie mala, ni tampoco excelente. Original hasta que el afán por estirarla la ha estropeado. 6/10.
La francesa es una de las industrias audiovisuales (tanto de televisión como de cine) más potentes del mundo. Por eso, en el campo de las series sus producciones son muchas, aunque no tantas salen de sus fronteras. Por aquí hemos visto ‘Lupin’, por ejemplo. ‘Dérapages’ (aquí traducido malamente como ‘Recursos Inhumanos’) es un ejemplo bastante paradigmático. Se trata de una miniserie de seis episodios con un inusual protagonista, el exfutbolista Eric Cantona que se revela como un actor bastante potable, creíble en su papel de padre de familia agobiado por la falta de trabajo y de esperanzas en conseguir uno.
‘Dérapages’ cuenta la historia de Alain Delambre, un trabajador de éxito al que despiden. Para continuar pagando la hipoteca y las facturas acepta todo tipo de trabajos, algunos poco cualificados. Hasta el día que se presenta la oportunidad de presentarse a una peculiar selección de personal que pondrá a prueba los conocimientos y las técnicas de resistencia de sus candidatos. En el fondo, nada es lo que parece y Delambre se guardará una última carta.
Ziad Doueiri, ya veterano director galo de origen libanés (que ya se puso detrás de la cámara en algunos capítulos de ‘Baron Noir’) dirige con soltura y solvencia una historia compleja, enrevesada y con un guión no siempre claro y verosímil, con trampas, trucos y giros variados. En general mantiene el pulso y la tensión llevando al espectador en cada capítulo hacia donde quiere, alimentando ese amor-odio por el personaje protagonista según le conviene. Tal vez sea eso lo mejor de la serie, ese dilema entre lo justo, lo moral y lo legal. En conclusión, una producción bastante aceptable que gustará a un público generalista cansado de producciones norteamericanas estandarizadas. 7/10.
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